Pertenezco a la generación de Germán Coppini, el recién fallecido líder de los Golpes Bajos y Siniestro Total. Ambos fuimos jóvenes en los años ochenta. Tas el despertar de una pesadilla que duró cuarenta años y dejó en la población graves secuelas psicológicas que todavía no hemos remontado. Aquellos días, a pesar del famoso tema de Coppini, eran buenos tiempos para la lírica.
Teníamos ansia de libertad, la creatividad se disparó resarciéndose de tantos años de represión y censura. La música, los fanzines literarios, la radio, el cine. Éramos un país joven que había mudado la piel de lagarto para mostrarse al mundo expectante y libre de complejos. No teníamos miedo a transgredir, muy por el contrario, transgredir las sacrosantas verdades que nos habían inculcado era una necesidad vital, un desafío. Han pasado casi treinta años. Si hubiera estado en coma y ahora despertara, pensaría que alguien me quiere gastar un macabra broma.
Teníamos ansia de libertad, la creatividad se disparó resarciéndose de tantos años de represión y censura. La música, los fanzines literarios, la radio, el cine. Éramos un país joven que había mudado la piel de lagarto para mostrarse al mundo expectante y libre de complejos. No teníamos miedo a transgredir, muy por el contrario, transgredir las sacrosantas verdades que nos habían inculcado era una necesidad vital, un desafío. Han pasado casi treinta años. Si hubiera estado en coma y ahora despertara, pensaría que alguien me quiere gastar un macabra broma. Y luego, tras comprobar la escalofriante realidad, seguro que intentaba recuperar el sueño eterno. Lo malo es que, durante todo este tiempo, permanecí despierta. Mejor dicho, ojiplática ante la metamorfosis de nuestras vidas en una asfixiante y descomunal mordaza. Predicando, como una orate en el desierto monegrino, las siete plagas de un gobierno popular que bíblicamente se han cumplido. Germán ya no podrá bailar sobre la tumba (metafóricamente hablando) de estos vampiros succionadores de esperanza. Ha muerto en el oscuro atardecer del Nuevo Mundo. Esquivara eternamente esa mirada. Esos ojos que dan miedo, siempre mienten. Pero nosotros aún estamos en este valle anegado por nuestras propias lágrimas de impotencia.
Ahogarnos en ellas es una opción suicida. Respetable pero estúpida. Puestos a morir, siempre se pueden explorar otras alternativas.
Como dice un buen amigo un poco bruto: Si he de palmar, que muera «empalmaó». Y a mí, lo que me pone burra y me hace sentir viva, es esa rebeldía inconformista que destilaban los temas de Coppini. Por eso pienso que, ya que todavía estoy por estos barrios, intentaré sobrevivir a los enterradores. Me pongo como meta, aguantar hasta bailar sobre la tumba política de los ladrones de sueños, de los inquisidores. Aunque solo sea un día, por unos breves minutos. Lo justo para celebrar la danza de la alegría. ¡Va por tí Germán! Te prometo que intentaré bailar sobre sus tumbas.
Ana Cuevas
Fuente: Ana Cuevas