Existe una discusión dentro de los movimientos libertarios, casi tan vieja como el propio anarquismo y que nada sabe de fronteras, una tensión continúa entre la búsqueda de la unidad y la sana necesidad de la libertad y autonomía individual y grupal.
No pretendo dar con una fórmula mágica, pero si plasmar aquí unas simples reflexiones que tal vez puedan aportar algo y que si no simplemente pueden quedar en el olvido como tantas cosas que se dicen o escriben. Lo escribo expresamente pensando en el momento que viven los movimientos libertarios en este pedazo alargado de tierra que alguien decidió llamar Chile, pero seguramente podrá ser entendido por anarquistas y libertarios de cualquier otro lugar del globo.
En especial me motiva a ello el grado de descalificación que alcanza a veces una discusión entre visiones del anarquismo que debiera ser tan natural como sana y enriquecedora. No sé si, cuando pensamos en las acciones, lógicas, tácticas, estrategias… que desarrollamos lo hacemos pensando en un fin a alcanzar, en un resultado o al menos en un avance en alguna dirección concreta. Si es así, que debiera ser lo más lógico, deberíamos tener siempre presente que lo realmente importante es ese fin que perseguimos y no la acción, lógica, táctica o estrategia en sí misma que empleamos en pos de ese fin. De modo que lo segundo, la acción, la táctica, debiera estar siempre abierta a la evaluación regular, a replantearse, a no ser considerada irrenunciable, un dogma, como el fin mismo, y por tanto abierta a cambio, en caso de que el resultado obtenido con dicha estrategia a lo largo del tiempo no sea el que se buscaba, no nos haya acercado lo más mínimo al fin o incluso se observe que nos aleja de él o nos estanca irremediablemente. Esto nos debiera dar, en cualquier caso, mayor flexibilidad a la hora de valorar (que es lo que deberíamos hacer en lugar de juzgar, que para eso ya existe un estamento que teóricamente desearíamos suprimir) las acciones o estrategias de otros grupos que teóricamente persiguen el mismo fin, puesto que entenderíamos que, igual que nosotros hacemos con nuestros métodos, ellos lo hacen con los suyos, que todo está abierto a crítica constructiva y, sobre todo, a autocrítica, que no existe en el método nada absoluto y que las estrategias sólo se muestran acertadas o erróneas en la práctica concreta y a lo largo del tiempo, y no apriorísticamente sobre un papel o un manual. Que ciertos métodos pueden ser útiles en una coyuntura adecuada y sin embargo hacer retroceder más que avanzar, ser un obstáculo, en otras.
Si con lo que todo libertario sueña es, más o menos esquemáticamente, con una sociedad radicalmente distinta, basada en la ausencia de autoridad, en el apoyo mutuo, el consenso y la horizontalidad, es difícil pensar que caminamos hacia ese sueño descalificando encarnizadamente a quienes están en el mismo lado de la lucha, a quienes teóricamente comparten un mismo fin, aunque con distinta lógica. Si entre nosotros actuamos así, si tan difícil resulta el consenso entre anarquistas, ¿cómo pensamos que en una sociedad futura quienes hoy viven en base a parámetros diametralmente opuestos serán capaces de consensuar nada con nosotros ? Esa sociedad que llevamos en nuestro corazón debemos construirla a diario desde ese corazón mismo, debemos vivirla en nosotros. Sólo así se irá haciendo posible y será creíble para otros. Y que nadie entienda aquí que personalmente doy por buenos todos los métodos, todas las acciones, todas las lógicas, todas las estrategias. Personalmente no creo que el fin justifique los medios. Pero no me parece éste el lugar ni el momento para posicionarme personalmente. Cada uno debe reflexionar sobre su praxis y los resultados de ella y obrar en consecuencia, estoy muy lejos de sentirme juez de otras personas con el mismo derecho a acertar o equivocarse, a replantearse a diario, tomar un camino u otro según su propia reflexión, maduración de las ideas, formas de sentir la vida y la acción.
Dicho todo eso, voy ya sin más vueltas al tema que quería abordar : la unidad y la autonomía. Dándole vueltas a ese eterno dilema, pienso que uno de los errores, desde mi punto de vista, más habituales es plantearse el tema como una cuestión de opuestos. Pensar que la unidad anula la autonomía o que la autonomía impide la unidad. Pienso que en el momento que vivimos, tanto en América Latina como en Europa, aunque las realidades puedan parecer muy distantes, la unidad es más necesaria que nunca, por múltiples motivos. El primero de todos, que estamos ante un momento histórico en el que sería posible noquear definitivamente el sistema económico, político y social que lleva siglos sometiéndonos, y eso es difícil de conseguir desde acciones aisladas sin un sentido común y, sobre todo, sin unos objetivos y una propuesta clara. Pero, ¿unidad a costa de maniatar la autonomía, la libertad, la sana espontaneidad individual o grupal ? No creo que eso sea tan necesario y de hecho me parecería un empobrecimiento, una renuncia a la propia base del anarquismo.
La cuestión es que es bien posible funcionar en ambos sentidos. Pienso que es a todas luces necesaria una coordinación, un entendimiento y un apoyo mutuos, una dirección común y, para ello, acciones, tácticas y estrategias comunes entre todos aquellos que soñamos con otro tipo de relaciones humanas, laborales, familiares, vecinales, vitales, entre estudiantes, trabajadores, cesantes, ecologistas, mujeres (personalmente considero una de las luchas más vitales la que sitúe definitivamente a la mujer en un plano de igualdad real con el hombre), okupas, pueblos originarios y cuantos grupos y sectores humanos estén sometidos o en lucha ; un campo para la reflexión común, el consenso y la acumulación de fuerzas para hacer avanzar entre todos cada uno de los terrenos en los que la lucha es necesaria, en los que recuperar la sociedad, la economía y la política para los propios interesados, para el pueblo, para los actores reales de la vida, es imprescindible. Para ello, en base a mi reflexión, sería un gran avance contar con un espacio común bajo unas señas de identidad unitarias (por decirlo de alguna manera, un nombre y unas señas de identidad comunes, una “marca”) que sirva de paraguas para cuanta organización, grupo de afinidad, colectivo o individualidad desee, y en cuyo nombre se realicen sólo aquellas acciones que, persiguiendo objetivos concretos entre todos acordados y en una dirección por todos marcada, sean asumidas por todos quienes se integren en él. Sería también lógico que, en cada campo de la lucha, primara la voz de los colectivos directamente afectados y que conocen en mayor profundidad las problemáticas concretas y lo que en su terreno puede ser acertado o contraproducente. Es difícil que un/una estudiante de Derecho sepa mejor que un/una obrero del metal la estrategia que conviene en el sector metalúrgico, y viceversa, por poner ejemplos claros, aunque seguramente ambos puedan aportar desde sus saberes ideas útiles a los otros.
Al mismo tiempo, cada organización, grupo de afinidad, colectivo o individualidad debería poder guardarse el derecho a actuar de forma autónoma, en su propio nombre y sin la cobertura de ese conglomerado unitario, en aquellos campos o a través de aquellos métodos que no quepan en ese consenso. No sólo el derecho a actuar libre y autónomamente, sino también el derecho a no informar de acciones o estrategias que consideren por diversas razones que no deben ser difundidas. Por supuesto, el espacio para la crítica a las acciones, estrategias o lógicas autónomas debería quedar siempre abierto, puesto que la discusión permanente sobre lo que aporta o entorpece al conjunto, siempre con la vista puesta en el fin, y no en los medios como fin en si mismos, es siempre imprescindible y ayuda a que nadie pierda de vista el horizonte, cegado por la excitación de la propia práctica y sobre todo por el ego que a menudo se alimenta, aunque sea de forma inconsciente, a través del protagonismo que dan algunas prácticas.
La cuestión es : ¿quién toma la iniciativa para convocar a dicha unidad a organizaciones, colectivos, grupos de afinidad e individualidades hoy en día tan dispersos e inmersos en luchas cotidianas que con frecuencia se dan mutuamente la espalda ? Con voluntad todo es posible.
Asel Luzarraga.
Publicado en : Revista El Surco Nº 17, julio de 2010, Chile.
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