Artículo de opinión de Rafael Cid

Pensar por uno mismo es una de las cosas más difíciles del mundo. Ya lo dijo Kant en su famoso Qué es la Ilustración. Es más cómodo asumir lo que dicen otros. Sobre todo si se supone que ellos tienen la privilegiada manía de pensar. Políticos de nuestra cuerda, periodistas afines y demás ralea. Nosotros, al paso alegre de la paz, como se publicitaba años ha. Al fin y al cabo para eso estás las urnas. Elegimos a quienes nos mandan, tenemos el gobierno que nos merecemos y tienen el poder porque nosotros hemos querido. ¡Que piensen ellos! Y claro que lo hacen. No dejan de pensarnos.

Pensar por uno mismo es una de las cosas más difíciles del mundo. Ya lo dijo Kant en su famoso Qué es la Ilustración. Es más cómodo asumir lo que dicen otros. Sobre todo si se supone que ellos tienen la privilegiada manía de pensar. Políticos de nuestra cuerda, periodistas afines y demás ralea. Nosotros, al paso alegre de la paz, como se publicitaba años ha. Al fin y al cabo para eso estás las urnas. Elegimos a quienes nos mandan, tenemos el gobierno que nos merecemos y tienen el poder porque nosotros hemos querido. ¡Que piensen ellos! Y claro que lo hacen. No dejan de pensarnos. Nos piensan tanto que da qué pensar.

Ahora mismo, tras el ataque de serendipia de Puigdemont (se topó con el consenso buscando la independencia), hemos tenido un ejemplo de su altruista entrega a la mente común. Han hecho un alto en el camino de sus diferencias, que trasladaban la percepción de la existencia de posiciones políticas casi incompatibles, para acordar que la mejor forma de encauzar el “desafío catalán” es enseñar el palo y la zanahoria. Soplar y sorber al mismo tiempo. Dicen que “activarán” (como si fuera un artefacto) lo que dispone la vigente Constitución en su artículo 155 y que, por el mismo precio, reformaran esa Constitución. Separados en el tiempo, en procés, palo y zanahoria adquieren categorías imprevistas.

Pero hoy su formulación es unívoca. Esto y esto, en las dosis que sean necesarias, y aquí paz y después gloria. Lo que introduce una contradicción en sus propios términos: un oxímoron. Suponiendo, como debemos creer por la intención de esa proclamación anfibia de gobierno y oposición, que el hilo rojo que conecta al 155 y a la reforma es dar solución al conflicto ahora planteado  ¿Pero cómo se puede argumentar con rigor que se reformará la Constitución en el terreno preciso del problema planteado cuando el compromiso inicial  es precisamente cercenar ese derecho incurso? El pepinazo del 155. Una espada de Damocles que en sustancia es un tridente con Rajoy, Sánchez y Riveras de maceros reales. Para cumplir con el ¡a por ellos! secundado en prime time por el Rey Felipe VI en su cuartelera alocución.

Aunque estamos curados de espanto. En realidad el oxímoron político está en el ADN del régimen del 78. Ese ir del criminal autoritarismo franquista al placebo del pluralismo democrático sin solución de continuidad. Matrix ideológico sin ética ni estética que, como es perfectamente lógico, ha terminado trepanando conciencias a troche y moche. Con la misma naturalidad escriben nuestros “todólogos” adscritos en sus bruñidos púlpitos que la solución pasa por aplicar el 155 y reformar la constitución: represión y reimpresión. Lo dijo Eugenio d´Ors, un catalán españolista: todo lo que no es tradición es plagio. El estigma del 18 de julio goza de buena salud.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid