Artículo de opinión de Antonio Pérez Collado

En un país donde se le saca punta a todo y se desconfía hasta de lo evidente, resulta un tanto extraño que no se cambie de opinión o de bando ni siquiera cuando la tozuda realidad nos demuestra cuán equivocados estábamos.

En un país donde se le saca punta a todo y se desconfía hasta de lo evidente, resulta un tanto extraño que no se cambie de opinión o de bando ni siquiera cuando la tozuda realidad nos demuestra cuán equivocados estábamos.

Ocurre esto sobre todo en el campo de las ideas, las creencias y las adhesiones inquebrantables. En esos ámbitos nos encontramos muy a menudo con personas que, pierda o gane, juegue bien o mal su equipo del alma, nunca flaquea su pasión por los colores correspondientes. Lo vemos también con la fe religiosa; si eres creyente de verdad poco importa que tu dios te deje tirado siempre que tienes un problema gordo o que sus representantes en la tierra lleven muy mal lo de la virtud y la pobreza exigibles.

En la política ocurre otro tanto. Conocemos muchos ciudadanos (porque ciudadanos gustan de llamarse) que llevan décadas votando al mismo partido, sin que traiciones, corruptelas y renuncias de sus líderes les hagan replantearse la utilidad o el sentido de su sacralizado voto.

En la que parece ser la segunda división de la política, el sindicalismo, los comportamientos no suelen ser muy distintos. La gente se apunta porque conoce a alguien con labia en el tajo, o para que le den un curso de formación, y se queda con el carnet para los restos. Se perdona que no te den el ascenso o el contrato que buscabas al afiliarte, o que el sindicato elegido parezca que está más con el patrón que contigo: ahí sigues tú dándoles tu voto y tu cotización, por si algún día los necesitas y porque hay que arrimar levemente el hombro. Incluso hay una minoría -supuestamente más ideologizada- que aguanta con los ojos cerrados (para no ver las sucesivas traiciones de sus líderes) y quiere creer que UGT y CC.OO. representan mejor que nadie las esencias de la lucha de clases que oradores de puño en alto les ensalzaron en una lejana asamblea de la fábrica o el barrio.

Si no es así, no se entiende que los sindicatos mayoritarios sigan siendo mayoritarios y pareciendo sindicatos. Da igual que no hagan nada y que lo firmen todo. Lo importante es estar con la mayoría, con los que salen en la tele, con los que pintan algo: votar al PSOE o al PP, ser del Madrid o del Barça, ver Antena 3 o Telecinco, etc.

En ese contexto es casi explicable que otro sindicalismo, más comprometido y combativo, no consiga atraerse en mayor medida a quienes, en estos momentos de recortes y represión, más necesitarían el apoyo de organizaciones que se siguen reclamando de clase y de lucha.

Se puede entender que la mayoría social, esa que se informa exclusivamente por los medios del sistema, no perciba las propuestas y los resultados del sindicalismo alternativo. Lo que ya no tiene perdón de dios ni del diablo es que gente que consulta otras fuentes, que milita en movimientos sociales o que acude a convocatorias de todo tipo, tenga el mismo modelo de anteojeras mentales y no valore con mayor rigor los diferentes comportamientos que se dan en el mundo sindical; un mundo que -se quiera o no- afecta a los derechos y condiciones de la gran mayoría, con independencia de que actualmente sólo se vea bien la militancia o el activismo en plataformas o colectivos.

Y es que, a pesar de las muchas circunstancias adversas y de algunos fallos propios, la CGT está manteniendo la cara dignamente. Eso es algo que, objetivamente, ni los más escépticos y distantes podrán negarnos. Con muchísimos menos recursos económicos y humanos, la Confederación General del Trabajo está bastante más activa e incisiva que centrales teóricamente más potentes.

Sin embargo el reconocimiento de los medios alternativos y la izquierda exquisita se nos sigue negando, salvo en muy honrosas excepciones.

Porque nuestra presencia, sin haber dejado de ser insuficiente, ya no es testimonial. Nuestros sindicatos y secciones sindicales han llevado (y en algunos casos ganado) conflictos en multitud de empresas y sectores: automoción, banca, telemarketing, limpieza, enseñanza, sanidad, ferrocarriles, salvamento marítimo, forestales, etc.

Hemos sido el único sindicato que ha denunciado ERE que afectaban a miles de personas (RTVV, Bankia, Santander, multinacionales del auto, etc.) y tumbado aspectos negativos de importantes convenios. Nuestros servicios jurídicos han ganado sentencias que recuperan o mejoran derechos de la clase trabajadora. Con más ganas e imaginación que recursos se han destapado casos de corrupción en varias administraciones y empresas públicas, nuestra gente ha estado presente en las más significativas luchas de los últimos años: huelga del 8M, Marchas de la Dignidad, pensionistas, huelga de las kellys, migrantes, laicismo, vivienda, cambio climático, etc.

Recientemente hasta los medios más hostiles han tenido que dar cuenta de algunas acertadas actuaciones de la CGT. La absolución de las encausadas por la performance del coño insumiso, el espionaje a delegados de CGT en la nuclear de Cofrentes, el anuncio de huelga y el acuerdo inmediato en el convenio de Bicing, las huelgas de Amazon y Telepizza, la carta de CGT-Renault a Felipe VI y la ausencia del sindicato en la recepción oficial, las acciones para defender el tren…

La verdad es que todavía es insuficiente, pero menos hacen los que podrían hacer bastante más. Sin embargo, la mayoría de la izquierda política y cultural sigue teniendo a UGT y CC.OO. como los sindicatos de referencia. Mientras esa ceguera voluntaria persista, los trabajadores y trabajadoras de este país no recuperaremos la capacidad de mejorar nuestras condiciones sociales y laborales.

Antonio Pérez Collado

 


Fuente: Antonio Pérez Collado