Como ya es conocido por los lectores de Rojo y Negro, Antonio Téllez, el veterano y comprometido historiador libertario, ha fallecido recientemente en Perpiñán, a los 84 años de edad. Aunque las solapas y las contraportadas de los numerosos libros publicados por Téllez ofrecen unos breves apuntes de su biografía y de su producción historiográfica, y este mismo medio ha recogido alguna sentida nota necrológica donde se esbozan retazos de su azarosa vida, me permito ofrecer una semblanza algo más extensa del historiador catalán, obtenida a partir de las conversaciones que un grupo de aragoneses interesados en publicar su trabajo inédito sobre el guerrillero cenetista Agustín Remiro, mantuvimos en Perpiñán el 4 de junio de 2004.
Antonio Téllez Solá nació el 18 de enero de 1921 en Tarragona. Tras estudiar hasta primero de bachiller, en enero de 1936 comenzó a trabajar como aprendiz de carpintero y a militar en las Juventudes Libertarias de dicha capital.
La sublevación militar de julio de 1936 le sorprendió en Lérida, donde intentó incorporarse a la columna de “Los Aguiluchos”, pero fue rechazado debido a su corta edad. El 19 de enero de 1939, en plena ofensiva franquista en Cataluña, fue llamado a filas con su quinta. Ante el derrumbe del Ejército Republicano pasó la frontera de Francia el 10 de febrero de 1939 y, como tantos otros miles de exiliados españoles, fue internado en el campo de concentración de Prats de Molló y, posteriormente, el 19 de enero de 1939, en el de Septfonds.
Antonio Téllez consiguió la libertad el 13 de febrero de 1940. Lo hizo de la única forma posible en aquel momento : a través de un contrato de trabajo, como obrero de la fábrica de pólvora de Lannemezan, que en esos momentos se encontraba en plena producción para satisfacer las necesidades bélicas francesas en su guerra contra la Alemania nazi.
Tras la derrota de Francia y la firma del armisticio, Antonio Téllez fue detenido por las fuerzas de seguridad francesas al servicio del gobierno colaboracionista de Vichy e ingresado nuevamente en un campo de concentración del que se fugaría dos meses después. En ese período de clandestinidad, Téllez se ganó la vida trabajando como jornalero en una granja. Pocos meses después, el día 9 de octubre de 1940, fue nuevamente detenido por la Gendarmería y recluido en el tristemente famoso campo de concentración de Argelès-sur-mer.
Como es sabido, el gobierno de Vichy se aprovechó del desamparo de los exiliados españoles y los utilizó, enrolados en Compañías de Trabajadores, como mano de obra barata para colaborar en el esfuerzo bélico alemán. A pesar de las durísimas condiciones del campo de concentración, Téllez se negó a formar parte de dichas compañías y, para evitar ser enrolado en ellas, llegó a ocultarse en las barracas destinadas a los enfermos de tuberculosis y de sarna. Finalmente, al no ver otra salida, optó por apuntarse en una compañía de trabajadores libres, recibiendo a cambio un “sueldo” diario de cincuenta céntimos de franco y cuatro paquetes de cigarrillos. Téllez comenzó a trabajar el 1 de marzo de 1941 en las obras de acondicionamiento del cuartel de la G.R.S. de Mende, la capital del departamento de la Lozère.
En el transcurso de estas obras se registró una protesta general de los obreros a causa del bajo salario que percibían. Como contestación, los funcionarios del gobierno les facilitaron un “formulario oficial” para presentar la reclamación ante el Ministerio del Interior. Ante esta medida disuasiva, todos los obreros, salvo Antonio Téllez, reconsideraron su actitud. Como represalia, Téllez, que había sido llamado a Jefatura y acusado de alborotador, fue enviado el 19 de febrero de 1943 a un duro destino : la mina de antimonio de Le Collet de Dèze (Lozère).
En su nuevo destino volvería a protagonizar otro acto de rebeldía al tomarse un día de permiso sin autorización. Esta acción, que Téllez consideraba de plena justicia, fue castigada con el descuento de tres días del jornal. Después de reclamar sin éxito, fue denunciado a los alemanes por el ingeniero responsable de la mina, con quien había tenido algo más que palabras. Sorprendentemente, los oficiales alemanes, que habían combatido en la guerra civil española y admiraban el temple de los soldados republicanos, le apoyaron en su reivindicación ante la dirección de la mina y presionaron a ésta para que atendiera sus peticiones.
Tras trabajar en varias obras de fortificaciones (en el puerto de Sète, en Agde, y en el Hospital de Convalecientes de Guerra de St. Affrique, en Aveyron), en marzo de 1944 recibió la orden de presentarse en Rodès, localidad próxima a Perpiñán, para ser conducido a Alemania a trabajar en el S.T.O. (Servicio de Trabajo Obligatorio). Téllez, que debía incorporarse el 17 de marzo de 1944, provisto de una manta y un plato, decidió huir. El 25 de mayo de 1944 llegó a La Cavallerie (Aveyron), donde se encontraba un centro de Transmisiones. Allí entró en contacto con resistentes que habían formado una red de evasión de prisioneros de guerra soviéticos y colaboró con ellos hasta que se produjo la detención del responsable de la red.
Posteriormente, un hecho fortuito le permitió contactar con un grupo armado del maquis, en el que reconoció a unos antiguos compañeros de trabajo de Agde. Téllez se incorporó al grupo con el apodo de “Tarra” (abreviatura de su ciudad de natal) e intervino en el ataque al Pont de Salar (Aveyron), el 9 de agosto de 1944, y, en la liberación de -entre otras poblaciones- Rodès, el 10 de septiembre de 1944.
Poco después llegó la orden para la iniciar la operación “reconquista de España”, organizada por la Unión Nacional Española (UNE) y el Partido Comunista. Como preparación a las operaciones de liberación de La Vall d’Arán, el 16 de octubre de 1944, Téllez (al que se le había asignado el empleo de teniente), acompañado por una sección de ocho hombres, pasó la frontera para explorar las vías de acceso y reconocer el terreno. El 19 de octubre, este grupo, tras pernoctar en una mina abandonada en espera del resto de la unidad, se aproximó a la localidad leridana de Salardú, donde les estaban esperando fuerzas de la Guardia Civil y del Ejército. El factor sorpresa todavía quedó más disipado a causa de un disparo accidental de un miembro de su unidad. A pesar de ello, el grupo mantuvo durante ocho horas un intenso tiroteo en las afueras de la localidad. Finalmente, los guerrilleros se retiraron al observar cómo se acercaban varios camiones con soldados de refuerzo.
Los guerrilleros del maquis, a pesar de que contaban con una buena dotación de armas ligeras (pistolas, subfusiles, fusiles y fusiles ametralladores), carecían por el contrario de víveres, equipos de comunicaciones, mapas o brújulas, así como de prendas de abrigo y calzado adecuados para la estación. Una fuerte ventisca contribuyó a agravar todavía más la precaria situación y obligó a la unidad de Antonio Téllez a retirarse la mina abandonada. Poco después volvieron a pasar la frontera y llegaron a un albergue de St. Girons (Ariege), situado a pocos kilómetros de la misma. Según Téllez, tenían los pies y la moral destrozados.
Después de este frustrado intento, el comité de la UNE ordenó a Téllez que se dirigiera a sus 37 camaradas de la CNT para animarles a que volvieran de nuevo a la lucha. Téllez, que habló con ellos solamente a título personal, se negó a seguir luchando al comprobar la -en su opinión- desastrosa organización de la operación y la inutilidad de los esfuerzos. El episodio se saldó con el abandono de Téllez y de sus camaradas cenetistas de la unidad guerrillera y con la formación del consiguiente consejo de guerra por deserción, a cargo del Estado Mayor de la UNE.
A partir de ese momento, Téllez trabajó en diversos y numerosos empleos, militó activamente en la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias y colaboró en la revista Ruta, de esta organización, y en Solidaridad Obrera, órgano de expresión de la CNT.
Ya en 1946, Antonio Téllez realizó un descabellado intento de enlazar con el maquis en Asturias y Santander, provisto de documentación falsa y un kilométrico de la RENFE, y “armado” de… una cámara de cine de 8 mm.
Después del asesinato de su amigo José Lluis Facerías (el 30 de agosto de 1957, en Barcelona), fundó con otros compañeros la revista Atalaya y trabajó como periodista en la agencia France Press. En 1961, poco después del asesinato de otro de sus amigos, el guerrillero Francisco Sabaté (marzo de 1960), abandonó toda militancia organizativa y se consagró a escribir la historia de algunos miembros de los grupos de acción anarquistas (de los olvidados a los que aludíamos en el título de esta semblanza) y a colaborar en la prensa libertaria.
Sus principales obras (que han sido objeto de diferentes reediciones, de traducción en diferentes idiomas y de publicación, además de en España, en países como Italia, Reino Unido, Francia o Grecia) son : La guerrilla urbana : Facerías, París, Ruedo Ibérico, 1974 ; Sabaté. Guerrilla urbana en España (1945-1960), Barcelona, Plaza & Janés, 1978 ; Historia de un atentado aéreo contra el general Franco, Barcelona, Virus, 1993 ; El MIL y Puig Antich, Barcelona, Virus, 1994 ; y La red de evasión del Grupo Ponzán. Anarquistas en la guerra secreta contra el franquismo y el nazismo (1936-1944), Barcelona, Virus, 1996.
Poco antes de morir, Téllez, a través de una carta, me señalaba que había padecido una embolia pulmonar y que había estado hospitalizado varias semanas, pero que, desde el 26 de febrero, se encontraba reponiéndose en su hogar de la rue des Cigales de Perpiñán. Le inquietaba la tardanza en la edición del libro sobre Remiro. Su tono premioso -“no creo que sea preciso rivalizar con el tiempo que necesitaban los constructores de pirámides faraónicas”, me decía en su carta- denotaba una innegable preocupación por el estado de su salud. Desafortunadamente, los peores augurios se han cumplido. Téllez no llegará a tiempo par ver editada una obra a la que había dedicado mucho interés y mucho tiempo : la aludida biografía del guerrillero aragonés Agustín Remiro, destacado miembro de la red Pat O’Leary (la famosa cadena de evasión dirigida por Paco Ponzán). Este libro póstumo, en el que el destacado pintor aragonés Natalio Bayo se encarga de la portada ; José Luis Hernández, de las notas ; y el autor de estas líneas, del prólogo, vera la luz, previsiblemente, antes de que finalice este año, editado por la Diputación Provincial de Zaragoza y el Ayuntamiento de Épila. Aunque, en principio, el propósito de la edición (que iba a ir acompañada de un ciclo de conferencias) pretendía conmemorar el centenario de Remiro, desdichadamente también servirá como homenaje póstumo a su autor.
Manuel Ballarín Aured,- Fundación de Investigaciones Marxistas
Par : Manuel Ballarín Aured