Historia y memoria, siendo cosas cercanas, son conceptos distintos que no se deben confundir. La memoria es aquello que un individuo o una sociedad recuerdan de lo que pasó. Es susceptible de ser manipulada. La historia también lo puede ser, pero, a diferencia de la memoria, se construye desde « la epistemología de la verdad », desde la exigencia y el procedimiento de sujetarse a los hechos, aunque éstos no nos gusten. La memoria, por el contrario, es una decantación del recuerdo, construida con actuaciones individuales o públicas, como pueden ser la referencia y vivencia subjetiva de lo que (se) pasó, la reiteración organizada o forzada del recuerdo, o la amabilidad del mismo, por citar solo algunas.
Hace unos días, una familiar de uno de los obreros vitorianos asesinados por la Policía Armada el 3 de marzo de 1976 se quejaba al diario español de más influencia de que en una colección de fotografías sobre la Transición no había una sola imagen de aquellos desgraciados hechos. Efectivamente, a esos efectos recordatorios, desde un medio tan poderoso, el 3 de Marzo vitoriano no había existido. En este punto, la cuestión tiene que ver con la memoria y con la historia a un tiempo.
¿Cómo han tratado al 3 de Marzo los libros de historia ? Mal. Vitoria y su tragedia sólo son una referencia que ilustra de la tensión en el terreno sociolaboral que se vivía tras la muerte de Franco. Al hablar del incremento de la conflictividad social en el primer trimestre de 1976, y al referirse a la falta de mecanismos negociadores al estar negados los derechos de reunión, asociación y huelga, los historiadores citamos Vitoria como quintaesencia de ese conflicto. En un análisis más político y depurado, los hechos de Vitoria aparecen como expresión de la inviabilidad de la llamada ’reforma Arias’, una suerte de franquismo sin Franco, o se presentan como el preámbulo -como si existiera una probada relación causa-efecto- de la fusión de los dos organismos de oposición en la llamada Platajunta, la Coordinación Democrática, sólo tres semanas después de la tragedia, o también como anticipo del gobierno Suárez de julio, el que encauzó por fin la transición a la democracia.
Si acudimos a cronologías de síntesis, donde no aparece el 3 de marzo vitoriano de 1976 sí lo hace la ’matanza de Atocha’ de enero del año siguiente. ¿Fue más importante en términos históricos ese crimen que el que aquí vivimos nosotros ? Es difícil determinarlo, pero observaremos dos detalles. El primero, que también los historiadores construimos el recuerdo por reiteración, con la circunstancia de que el nuestro tiende a generar ’la versión oficial’. El segundo, que la construcción de la historia sigue siendo centralista y demasiado atenta a la relación con el poder, y que por eso un crimen en Madrid, cuyas víctimas pertenecían a un partido fundamental en ese instante -el PCE- se toma por más importante que una masacre sin dueño, que como mucho puso su granito de arena para que las cosas tomaran una determinada dirección.
Pero, claro, si a cualquier vitoriano de más de cuarenta años le preguntan dónde estaba un 3 de marzo de 1976, lo recordará a ciencia cierta. Yo tengo presente aquel sol que hacía, el frescor de la mañana y la temperatura insípida de la tarde, cuando la tragedia se había consumado. Me recuerdo subido a la barra de la cafetería de mi instituto echando un arrebatado discurso, corriendo de los guardias en la Avenida, en el abandonado solar donde ahora está el Europa, oyendo el tableteo de los disparos desde los jardines exteriores del cementerio o discurriendo sin rumbo con otras gentes cuando la tarde se cerraba y todo había saltado por los aires. Recuerdo el funeral, la gran manifestación cuya impresionante imagen no ha recopilado ese periódico Es uno de esos pocos días que se recuerdan en la vida, como el 23-F, la tarde que mataron a Miguel Ángel Blanco, el 11-S, el 11-M y poco más. Esto es la memoria, la personal y la colectiva. O parte de ella.
¿Por qué ha influido tan poco aquel marzo en la historia que contamos ? En buena medida, además de lo dicho arriba, porque no se ha construido como tal. Si el oficio todavía vale, no hay un solo libro sobre la cuestión que se deba a un historiador. En estos días hay uno en máquinas de un joven profesional, que espero que nos dé más luz que hasta ahora. Como mucho, la mejor historia que tenemos es de un periodista de este mismo medio, EL CORREO, de José Antonio Abásolo, todavía espléndido. El resto son reportajes periodísticos estirados para la ocasión o memorias puntuales de protagonistas, con más contenido político particular que de aportación de datos. La mejor compilación de textos y panfletos de esos días, el ’Informe Vitoria’, sigue siendo hoy tan raro y clandestino como entonces. Con ese pertrecho, no es extraño que en la historia general del país salgamos tan mal retratados.
Pero, ¿qué ha pasado con la memoria ? Al cabo del tiempo hay hitos de memoria. Hay una plaza que se llama del 3 de Marzo. No es una cuestión menor. La memoria se resguarda también así. Ahora hay una medalla oficial, y lo que ocurre en torno a ella nos informa sobre lo que pasa con la memoria. La memoria no es el recuerdo natural. La memoria se alimenta con referencias, con insistencia y con facilidades. Lo difícil se olvida antes que lo fácil, lo desagradable antes que lo agradable, y lo minoritario antes que lo que la mayoría tiene por convicción de lo ocurrido. Cuando la asociación de víctimas rechaza una medalla institucional porque la persona que la tiene que entregar pertenece al partido de quien era entonces responsable político del orden público, Manuel Fraga, está tratando de preservar el contenido ideológico de la memoria, que ellos sitúan en « la lucha de aquellos trabajadores » o en la de quienes les han seguido en ella, frente a la confirmación oficial de un recuerdo, limitado al rechazo de la inusitada e injustificada violencia ejercida entonces por la Policía de una postdictadura contra unos obreros en huelga.
Si se mantiene la semántica de una memoria de lucha social como referente del marzo vitoriano, ésta es más pura pero minoritaria. Los menores de cuarenta años que no hayan sido educados en ese recuerdo o los contemporáneos de entonces que no participaran en la lucha y en su lógica, prescindirán de esa memoria, no la harán suya a ningún efecto. Si la memoria se descarga de contenido ideológico y se institucionaliza, recibe el último espaldarazo social y queda para toda la ciudad como referencia ineludible de tragedia y rechazo, aunque no tanto de recuerdo de lucha. El monumento de la Virgen Blanca recuerda a todos que cerca de Vitoria hubo una batalla importante contra Napoleón. Lo saben hasta los niños. Pero casi nadie sabría decir qué se ventilaba allí e incluso si resultó conveniente que ganaran los nuestros.
Es la cosa de la memoria. Tiende a privatizarse entre los que directamente la vivieron y entre aquellos que les acompañan en el significado cambiante que al recuerdo se le añade. En tanto que se depura por parte de éstos, cada vez pertenece a menos. Cuando se habla con una víctima de marzo y te relatan cómo la sociedad y algunos partidos protagonistas les han olvidado por mor de que un proyecto social más amplio y menos ambicioso siguiera adelante, uno no puede sino comparar su denuncia con la que ahora hacen las víctimas del terrorismo. Son muy similares los temores. Sólo los diferencia el tiempo transcurrido y el motivo político fundamental en ellos : la violencia de una dictadura o la violencia del terrorismo. En su relación con la mayoría, las víctimas recelan que las sociedades traten de sobrevivir a pesar de ellas, mitigando su recuerdo. Cuando hablas aisladamente con cualquier víctima, esa denuncia te sobrecoge. Cuando piensas cómo inevitablemente las sociedades siguen construyendo día a día una historia, la suya, cambiante, no paralizada en momento alguno, no tienes por menos que pensar, no decir, que en este punto las cosas son como son.
Fuente: Antonio Rivera