ANTONIO PÉREZ El fichaje por el PP del galáctico Pizarro (antiguo presidente de Endesa) confirma que la economía manda sobre la política ; algo que ya intuíamos desde que el otro grande de la liga electoral española, el PSOE, supedita todo su juego a la austeridad presupuestaria de su estrella, Pedro Solbes. La lucha por el título presidencial de esta temporada parece que va a supeditarse más a las estrategias de estos dos fenómenos de los números que a la imagen de los respectivos números uno de cada escuadra, Zapatero y Rajoy. Enterradas las ideas, a mayor gloria del pensamiento único y el neoliberalismo económico, y carente la clase política de proyectos creíbles e imaginativos, el debate entre los dos únicos partidos con posibilidades de ganar las elecciones se suele centrar en descalificar al contrario, contar malos chistes sobre el rival y prometer soluciones que ni el más ingenuo de los seguidores se cree ; sencillamente porque ya las ha escuchado en más de una ocasión y a más de un candidato.
No hace falta ser un lince para adivinar qué escasos temas estelares va a tener esta campaña como eje de las promesas de unos y los insultos de otros. Se hablará y gritará hasta la afonía sobre el 11-M, sobre ETA y su entorno, sobre la guerra de Iraq y la Alianza de Civilizaciones y sobre otros temas igual de socorridos y ambiguos ; pero, sobre todo, se hablará de economía.
Si los partidos no pueden apelar al mundo de los principios, de la ética y de las ideas, porque suelen considerar que los viejos ideales de libertad, justicia y solidaridad son un lastre para la modernidad y el desarrollo, lo lógico es que se dirijan directamente al bolsillo de los electores. El objetivo es que el disputado votante vea cuánto va a mejorar su economía familiar con el líder más preparado para impulsar el constante crecimiento económico que vive el país
Y es que por mucho que finjan discrepar los airados candidatos, en lo básico suelen estar totalmente de acuerdo. Ya sea para subirse el sueldo o para sacar alguna reforma laboral, la casi unanimidad de la Cámara está asegurada. Es normal (dentro de la anormalidad de nuestra situación sociopolítica) que siendo la economía una fuente inagotable de votos, todo el mundo se agrupe alrededor de las cotizaciones de la bolsa y enarbole las páginas sepia de los diarios como bandera triunfal.
Parece una verdad incuestionable (por lo repetida y nunca contestada) que la economía va bien. Así debe ser por lo contentos que están los grandes empresarios y la banca, que son los pilares básicos de la nación. Los resultados de los últimos años son esclarecedores y dejan sin argumentos a los cuatro agoreros que aún quedan por ahí, como cosa residual de épocas ya periclitadas de huelgas y asambleas : nuestros amados magnates se embolsan ganancias anuales superiores al 20% en cada ejercicio contable. Si repartimos esos beneficios entre toda la población, todavía nos sale un crecimiento medio superior de 3 o 4 puntos.
No es científicamente aceptable que saquemos ahora lo del medio pollo que se habría comido (en teoría) el que ayuna sentado a la mesa con otro comensal que ha devorado un pollo entero, pero esa vieja lección ayuda bastante a la gente sin másters a entender esto de la economía. Porque es difícil de digerir que en los últimos cinco años los salarios de los trabajadores hayan disminuido en un 0,3%, mientras los beneficios empresariales han subido un 73% en ese mismo período, y que encima nos sigan pidiendo más flexibilidad y mayores sacrificios para mejorar la economía de los ricos.
Por más que nos sermoneen sobre lo bien que vivimos los españoles de a pie, no deja de preocuparnos que los precios suban de manera mucho más vertiginosa que los salarios. En el último año, los agentes sociales volvieron a pactar unos topes salariales del 2% (el mismo porcentaje del IPC oficial previsto por el equipo de Solbes). Recientemente, esos mismos interlocutores -entre los que se encuentran dos presuntos sindicatos obreros- han renovado el citado acuerdo sobre negociación colectiva, sabiendo que el coste de productos tan imprescindibles para las clases populares como el gas, la luz, el transporte, el pollo, la leche o el pan han experimentado subidas muy superiores. Si a esta carestía de la vida le añadimos los sucesivos aumentos de las hipotecas, tendremos un panorama de la economía familiar mucho menos halagüeño de lo que nos cuentan en los mítines.
En resumen, que entre cita y cita electoral nos quedan muchos días para pensar y actuar en pro de una sociedad donde los derechos y libertades cuenten más que las cotizaciones bursátiles y el brillo del dinero.
*Secretario general de CGT-PV.
Fuente: www.levante-emv.com