Un compañero y amigo cegetero me lanzó hace unos días un reto en forma de pregunta : "en el supuesto de que consigamos llevar a cabo una huelga general, tras la huelga ¿qué ?". Y por si esta cuestión no me hubiera quedado clara me la apuntaló con un "¿qué vamos a conseguir con una huelga general ?".

Un compañero y amigo cegetero me lanzó hace unos días un reto en forma de pregunta : «en el supuesto de que consigamos llevar a cabo una huelga general, tras la huelga ¿qué ?». Y por si esta cuestión no me hubiera quedado clara me la apuntaló con un «¿qué vamos a conseguir con una huelga general ?».

Reconozco que en ese momento evadí responder, bien mi cabeza andaba en otro asuntos, o seguramente por que necesitaba meditar y matizar la pregunta y sus posibles respuestas, bien por que me pilló de sorpresa y mi artimaña evasiva sólo expresaba mi propia confusión al respecto.

No obstante, desde el estallido oficial de la crisis financiera mundial, allá por mediados de 2008, muchas de mis intervenciones públicas y privadas se orientaron a persuadir a mis interlocutores, tanto de dentro como de fuera de la CGT, de que estábamos en el momento idóneo para lanzar una propuesta de huelga general, incluso sugería fechas posibles en el entorno de 2009. Mis argumentos a favor de esa propuesta eran básicamente tres :

1º Frente a la inacción interesada del sindicalismo mayoritario y paraestatal, y cuando el gobierno zapatero no quería creerse la crisis, y daba bandazos políticos y económicos para atajarla (a favor de los ricos siempre), CGT podía arrastrar con su propuesta a los sectores más precarizados, que más inmediatamente están sufriendo las consecuencias reales de la crisis, aquellos que están en la permanente cuerda floja entre la economía informal de supervivencia, el desempleo y la exclusión. Un sector que aunque no exclusivamente, está protagonizado por migrantes, mujeres y jóvenes empobrecidos. Un sector social por otro lado altamente desarticulado, sin veleidades de lucha y menos de autoorganización. Esto exigía claramente una alianza con aquellas organizaciones y colectivos que desde postulados críticos trabajan en esos sectores, pues la CGT actual no está inmersa en ellos más que tangencialmente.

2º En el contexto propiamente laboral y de nuestra presencia sindical, la huelga general serviría para reaprender colectivamente la interconexión de las luchas, de los conflictos, de las empresas con amenazas de cierre, de deslocalizaciones, de EREs reales o encubiertos. Demostrado como pauta general que las luchas, honestamente llevadas pero aisladas, sin entronque local ni conexión sectorial, eran derrotas anunciadas, la huelga sería una primera, nunca última, puesta a punto del engrase necesario para que nuestros sindicatos, sus secciones, y la federaciones de ramo pudieran hacer un ensayo a gran escala de coordinación y apoyo mutuo sindical en y entre los sectores laborales en los que tenemos presencia destacada : metal-automoción, transportes y comunicaciones, banca y administraciones públicas. Esto exige un tiempo previo, medianamente largo, de elevar los niveles de conflicto en lo sectores y de establecer alianzas con otras centrales sindicales no pactistas.

3º Por último, la huelga general sería la oportunidad política de mostrar otra cara, otra perspectiva, otras posibilidades de encarar la crisis, desde el anticapitalismo, desde propuestas de autogestión, de reparto del trabajo y la riqueza, de desalienación de las mentalidades. El punto más difícil y controvertido está, sigue estando, en que la huelga general, toda huelga general, es principalmente política, pero con dos ejes que la deben dar su identidad, y marcar la pauta : la social y la laboral, por igual y con igual importancia. Tan importante es paralizar sectores o líneas de producción y servicios, como que las desigualdades sociales se expresen en sus diversas realidades : vivienda, desahucios, centros sociales okupados, inmigrantes, topmantas, ecologismo social, decrecentismo, cultura libre y anticanon, diversidad funcional, feminismos… El protagonismo, finalmente, no sería único ni exclusivo de CGT, si no de todo un conjunto de trabajadores y trabajadores y de movimientos sociales y sus organizaciones, que habrían dado forma práctica al proceso en su totalidad.

No obstante, y por fortuna, una organización federal, descentralizada, libertaria y plural como CGT, sabe cómo abordar con madurez y debate las propuestas, tiene que recorrer los tiempos que marcan sus procesos de deliberación y decisión, debe practicar su propia democracia directa a la hora de articular sus estrategias. Sólo tras los injustos rescates públicos de las finanzas privadas, tras evaluar la conciencia tranquila de quienes cobrando el salario se sentían de «vacaciones» en sus casas (con los EREs pactados), tras ir vislumbrando que los efectos de la crisis en la economía real de muchos y muchas se hace dramáticamente persistente (a pesar de los 400 euros de zapatero), que el sindicalismo pactista apuesta por el mal llamado «diálogo social», y sobre todo, sólo tras un Congreso Confederal en el que acordar las propuestas globales frente a la crisis, CGT se ve en la tesitura de ponerse en marcha, en acción persistente, de moverse en todos los frentes y conflictos laborales abiertos, de articular con otras organizaciones sociales y sindicales la posibilidad de generar un proceso creciente de movilización que, aprovechando el semestre de presidencia española de la Unión Europea, culmine quizás en una huelga general.

Pero las resistencias a la huelga general son muchas y profundas. Desde quien mantiene la vieja idea de huelga general revolucionaria, un mito que idealiza en un aquí y ahora la eclosión única y espontánea de vuelco radical del sistema imperante, pasando por quienes cómodamente razonan que mejor no moverse demasiado no sea que provoquemos la llegada de un nuevo totalitarismo, o de quienes opinan que nada podemos hacer si no es con los sindicatos mayoritarios -pues a fin de cuentas sólo somos su izquierda-, hasta quienes consideran que la huelga general debe convocarse sólo si hay garantías en su éxito – como si las respuestas sociales obedecieran al cálculo de probabilidades en pérdidas y ganancias – o quienes dicen que no seríamos capaces de remontar un fracaso…

Contraargumentos pertinaces y tozudos, que obvian y pasan por alto realidades aún más dramáticas y persistentes : más de cuatro millones de personas desempleadas y en aumento, ejecuciones hipotecarias y desahucios y en aumento, mileurismo como ideal de supervivencia digna pues un tercio de la población activa cobra por debajo de esa cantidad mágica, cierre imparable de medianas y pequeñas empresas, paro estructural en la construcción, rosario de EREs y en aumento… por no mencionar realidades de mayor calado que se superponen a las dichas, como la crisis energética, medioambiental, climática, de valores…

Es cierto que es siempre necesario estar atentos al momento social y político, a la psicología colectiva, al descontento real e imaginario, a las posibilidades de establecer o no complicidades entre organizaciones -aunque sean puntualmente-, y muy especialmente a la voluntad puesta en acción de todas las personas que constituimos la CGT y que, sabiendo que somos reflejo de la sociedad en la que vivimos, no nos conformamos con ser un mero espejo a la izquierda de lo real : queremos romper el espejo en mil pedazos y construir desde abajo otra realidad.

Los recientes paros en Gearbox, Nissan, Seat y otras muchas empresas, las movilizaciones de las asociaciones y asambleas de desempleados/as que empiezan a proliferar, el apoyo explícito de Ecologistas en Acción a la propuesta de huelga general de la CGT, las respuestas organizadas que se inician con motivo del semestre presidencial español de la UE… son quizás síntomas de una posible tendencia al alza de la conflictividad social y laboral, favorable a la posible concreción en una huelga general.

Hay que pensar en la huelga generale, no como punto final de nada, si no como un eslabón siempre arriesgado en la lucha, como una oportunidad de autoaprendizaje, como crecimiento de fuerzas, como apoderamiento colectivo, como apertura de nuevas posibilidades de emancipación. Quizás hay que ir pensando no en una y puntual huelga general de 24 horas, si no en huelgas generales escalonadas, sectoriales, territoriales, locales, barriales…

Termino pues, con las preguntas que motivaron esta reflexión : ¿tras la huelga general ?, seguir luchando sin duda ; y ¿qué conseguiremos ? como mínimo, capacidad de iniciativa y postular otras alternativas desde la calle, las oficinas y las empresas ; y como máximo, fuerzas para seguir luchando, que no es poco…

Los tres argumentos que he expuesto en pro de la huelga general mantienen su validez en el actual contexto, a mi entender. Tenemos un marco de propuestas de cómo confrontar la crisis y sus efectos desde las necesidades de todas y todos, de las gentes de abajo, de satisfacer cuidados y necesidades, ampliar espacios de derechos y libertades. No hay mucho que perder, más allá de nuestra propia pasividad, y está todo por ganar, por decir y por hacer.

Antonio Carretero, Rojo y Negro – CGT

(Editorial Rojo y Negro febrero 2010)