Este escrito en un principio venia a ser una réplica a las ideas no compartidas del compañero Jordi Martí, publicadas en el Rojo y Negro del mes de marzo 2011: “Somos políticos y hacemos política”. Pero aprovechando la coyuntura actual y el debate dentro de nuestra organización sobre las elecciones del 20 N, queremos posicionarnos claramente por la abstención activa y proclamar nuestro antipoliticismo militante como táctica de lucha y rebeldía.

Sobre política y
politiqueos.


Sobre política y
politiqueos.

El compañero Jordi
revitaliza lo que parece un debate tan inagotable como inherente a
la propia historia del anarcosindicalismo: la cuestión de la acción
política en el seno de la organización, es decir en el sindicato.
Bien, de entrada todavía no hemos leído a Aristóteles, que según
parece, afirma que el ser humano es evidentemente político y
social. Es decir, el ser humano en colectividad modifica el entorno
con su acción política y social. No podemos dudar ni del filósofo
ni de la interpretación del compañero Jordi, sin embargo, si que
podemos añadir que la intervención política y social del
individuo no siempre significa una ruptura del sistema imperante,
puesto que a menudo esta actuación no lleva más que a una
perpetuación del mismo.

Quisiéramos aportar otra
definición de lo político desde la antropología, aunque solo sea
para complementar el enfoque filosófico que comentamos. Para ello
intentaremos definir qué se entiende desde una parte de la
antropología por política, y como se define el juego político
que implica. Me basaré para ello en la “teoría del juego” que
define la política como “los procesos que intervienen en la
determinación y realización de objetivos públicos y en la
obtención y uso diferenciados del poder por parte de los miembros
del grupo implicados en dichos objetivos” (T.D.Lewellen, 1985). La
política, en consecuencia, se convierte en un “juego” entre
“equipos” en constante antagonismo para conquistar el poder.
Partiendo de esta teoría y de la propia experiencia histórica del
movimiento libertario, comprendemos que el sistema representativo
electoralista no es más que un “juego” de profesionales de la
política, un “juego” del que se nos excluye puesto que nos
reducen a simples espectadores. Además este “juego” jugado
entre partidos rivales , no es más que una alianza de clase en
defensa de los privilegios de los grupos sociales dominantes en
contra de las clases populares, a las que se quiere manipular y
engañar a través del despliegue mediático.

La Historia como arma

A lo largo de la historia
del movimiento obrero en el Estado Español, encontramos tres
actitudes bien diferenciadas en cuanto a la participación en lo que
venimos definiendo como “juego” político: de participación, de
apoliticismo y de antipoliticismo.

La primera tendencia, la
de la participación, fue defendida por la socialista UGT con el
consabido resultado de más de cien años de amarillismo sindical.
Pero lo que nos interesa es la transformación del sindicalismo
revolucionario, con claras influencias de la CGT francesa de finales
del XIX, al anarcosindicalismo, es decir el paso en los albores del
movimiento obrero de las posturas apolíticas a las antipolíticos.
El sindicalismo revolucionario confiaba completamente en la
capacidad del sindicato como herramienta para el cambio social y, por
tanto, se declaraba totalmente apolítico, es decir, que había la
prohibición explícita de que el sindicato no participara en lo que
venimos definiendo como “juego” político, eso sí, permitiendo a
cualquier afiliado libertad ideológica, pues de lo que se trataba
era de crear un sindicato donde la solidaridad entre sus miembros se
diera exclusivamente por la pertenencia a una misma clase social. De
estas ideas sobre todo defendida en las primeras asociaciones de
resistencia (SO), se pasa finalmente a la postura anarcosindicalista
con la formación de la CNT. Ya no se habla de apoliticismo, sino de
antipoliticismo en el sentido de que proclama una oposición activa,
militante, a la participación política en el “juego” político,
lo que no significaba la neutralidad ideológica de la CNT, sino todo
lo contrario, se pretendía orientar lo político hacia las ideas
libertarias.

Por todo ello, el
antipoliticismo anarcosindicalista, aparece como una concepción
lógica y consecuente derivada de un proceso de experiencia
histórica, que ha demostrado que de lo que se trata es de una
ruptura social con el sistema, no de “juegos” políticos que solo
sirven para mantenerlo y justificarlo. En este sentido, se prescinde
tanto de los partidos como del espectáculo político en su
totalidad, por falta de confianza en la voluntad y capacidad de la
clase política para llegar al cambio social. En consecuencia la
idea era sencilla y clara: los problemas de los obreros solo podían
ser resueltos por ellos mismos. Esta será una constante que define y
identifica los procesos históricos que han ido dando continuidad al
llamado hilo “rojo y negro” a trabes de los tiempos.

Ideas y acción
política para acabar con la “política”

Consecuentemente, el
anarcosindicalismo se ha definido, por un lado, como antipolítico,
renuncia al juego político en la defensa de la independencia
orgánica de cualquier organización o partido. Y a la vez, pretende
a través de la lucha sindical y social contra el capitalismo, la
transformación total de la sociedad. Es decir, se busca un cambio
político, pues se sustenta en una ideología, por medio de una
táctica antipolítica. Es lo que entendemos como ideas y acción
política para acabar con la “política”. Frente al modelo
político, caduco y corrupto, basado en la “democracia
representativa parlamentaria” que perpetuar los privilegios de unos
pocos, desde la CGT tenemos que defender la demo-acracia basada
en la acción directa, en el asambleismo en la toma de decisiones,
la autogestión en lo económico y en lo social, el apoyo mutuo
dentro y fuera del sindicato, la libertad individual y colectiva
frente a cualquier modelo de dominación, el libre federalismo de
los pueblos y de comunidades libres etc. … en pro de la igualdad
social.

De este modo, tenemos que
el anarcosindicalismo, del que nos sentimos continuadores/as, se
define como antipolítico a la vez que no renuncia a la lucha
política, pero entendiéndola como lucha social y sindical contra
los privilegios y las diferentes formas de dominación social. Y
esto es una realidad, nos guste o no, a pesar de que todavía
algunos postmarxistas, de dentro y de fuera de la CGT, insisten que
como sentenció Marx “para superar la filosofía hay que
realizarla” y, que por tanto, el “juego” político es
justificado para acabar con el sistema desde dentro. Y esto es así,
pues no podemos ignorar que todo sistema basado en el autoritarismo,
sea parlamentario capitalista o socialista, se dota de mecanismo que
actúan contra cualquier desviación política, ya sea destruyéndola
o asimilándola. Esta desactivación de espacios políticos
antagónicos con el sistema, se realiza tanto mediante la represión
directa como por medio de lo que algunos politólogos denominan
mecanismos de feedback. Es decir, los cambios que se puedan imponer
dentro del sistema político imperante, en su entorno interno o
externo y que impliquen un riesgo para su continuidad, se verán
limitados y desactivados por otros elementos del sistema que tienden
al equilibrio y la perpetuidad.

De homo político a
homo social total

Dicho lo anterior, y
siguiendo con el comentario del citado artículo, interpretar que el
“homo político” de Aristóteles al no renunciar a la política
acepta que esta lucha política se tenga que dar en los términos y
en el espacio de lo que hemos definido como “juego” político,
es mucho interpretar. Más que de “homo político”, con el
permiso de Aristóteles y del compañero Jordi, cabría de hablar de
“homo social total”, pues toda actuación en el entorno implica
tanto un compromiso social como cultural. En este sentido, la
política se entiende como lucha social y no como dejación o
delegación de responsabilidades en una “casta” de políticos
profesionales que han hecho de su actividad pública una
desvergonzada forma de subsistencia Así pues, dejándonos de
entelequias, por supuesto, los anarcosindicalistas según el
concepto aristotélico, pueden ser sujetos políticos muy activos,
pero sin la subordinación del individuo al “juego” político y
a los partidos e instituciones que los justifican. Y sobre todo
entendemos, remitiéndonos a sus propias experiencias históricas,
son sujetos culturales y sociales que interactúan dentro de un
sistema sociocultural.

Radicales de papel

Para el compañero afirma
en dicho artículo, que quien hace política no son los partidos
“políticos” sino los poderes fácticos que sustentan el poder
económico. En este sentido los “políticos” son simplemente
títeres en manos de esos poderes fácticos y, si no pintan nada, se
pregunta el compañero, ¿por qué en “nuestra casa” perdemos
el tiempo intentando “higienizar y limpiar nuestro espacio” para
evitar la entrada del “virus” político? Supone el compañero que
esta actitud de algun@s cegeter@s responde al puro aburrimiento o a
la desidia de una gran parte de la militancia, que intenta parecer
más “radical” sin tener que serlo. Yo no sé si Proudhon, al que
siempre también queda bien citar, se aburría o no, o pretendía ser
más “radical” de lo que era, pero para él era una evidencia
que “la política no solventa nunca ningún problema, los
reproduce, como máximo los matiza, cuando no decide crear otros
nuevos”. En definitiva si queremos ser coherentes con algunos
principios ideológicos como el antiautoritarismo, que implica tanto
la negación del Estado como la negación de todo principio de
autoridad, incluso en el sindicato, en beneficio de la libertad y la
autonomía del individuo; si, en definitiva, estamos contra el Estado
antes y después del cambio social, no se puede participar en el
“juego” político, ni en las elecciones, ni en ninguna de sus
instituciones, dado que ello sólo contribuya al reforzamiento del
mismo y, por tanto, de la sociedad capitalista y patriarcal.

El voto como bala

La realidad es terca y en
la coyuntura actual encontramos tanto signos de esperanza como de
preocupación. De esperanza ante el despertar del malestar social, si
no de forma masiva si por lo menos de forma continua, aunque corres
el riesgo, a nuestro entender, de morir por un exceso de
ciudadanismo asambleario. Tiempos de preocupación, porque una vez
más el progresismo militante nos quiere poner contra la pared ante
el 20N: voto útil, o desastre total. Basta ya de arribismo: el voto
como bala ( que decía Macon X) y por tanto contra tanto politiqueo
abstención activa, rebeldía y lucha.

Participar en un falsa
electoral como la que se nos avecina o crear espacios políticos
compartidos con otras organizaciones y partidos dentro de un
sindicato como la CGT es una irresponsabilidad que nace, como hemos
intentando demostrar en este escrito, del desconocimiento de la
experiencia histórica de la organización donde se milita. Ya
sabemos que no debería existir sofismas infranqueables, sobre todo
a nivel ideológico, pero es que este debate ya cansa: es centenario
y por lo visto todavía puede que se dé durante los próximos cien
años. Como muestra los comentarios de Peiró, en un artículo que
aparece junto al que comentamos, “los obreros han abandonado los
partidos de izquierda porque hace muchos años que éstos
virtualmente no existen por falta de izquierdismo”. A pesar de
estar en parte de acuerdo con su afirmación de que los “políticos
negativos” crean desconfianza y recelo en las clases populares, no
podemos compartir su confianza en el “juego” político. La razón
es el fracaso, que Peiró pudo comprobar en su propia experiencia
vital, a que está condenada toda revolución social “compartida”
con los que él denomina “políticos en positivo”. En definitiva,
entrar en el “juego político”, cuando la clase política
(“negativa” o “positiva” parafraseando a Peiró) está
prácticamente deslegitimada por una gran mayoría de la opinión
pública, creemos que más que un error táctico, significa la
sepultura para cualquier proyecto sindical autónomo, asambleario,
antiautoritario y anticapitalista como el que representa la CGT
actual.

La Confederación, en
consecuencia, ha de combatir desde el mundo del trabajo con la única
herramienta de la que nos hemos dotado, el sindicato. Y es la
práctica sindical la que ha de definir las estrategias y tácticas
más adecuadas, y a pesar de que la realidad no es pura o
idéntica a ninguna teoría, no podemos renunciar a la experiencia
histórica que ha demostrado que la política y el “juego” que
implica, es prescindible y antagónica a nuestro proyecto
anarcosindicalista. A pesar que cada lucha vive su realidad
histórica, y es ésta la que moldea actitudes y mentalidades,
creemos que el verdadero problema está en que durante mucho tiempo
se viene imponiendo la esfera de lo político sobre la problemática
social, y así nos va. Como bien decía Camus, no ha habido
revolución que en el nombre de la libertad no haya acabado por
hacerse el harakiri a sí misma. Revoluciones todas ellas políticas,
incluso la nuestra en el 36, en un principio genuinamente libertaria
y por tanto social, acabó hundiéndose en los lodos de la política.
Revoluciones, como decimos, excesivamente políticas y nada sociales,
en el sentido de acabar con todo poder político, evitando
substituirlo por partidos obreros de vanguardia o por líderes
carismáticos y mesiánicos.

En síntesis.

Como dice el refranero,
para este viaje no hacía falta tantas alforjas. Si lo que defiende
el compañero es “hacer política desde la herramienta con que nos
hemos dotado, el sindicato… No hay que tener miedo de construir
nuevos espacios para la política, abierta a todas y todos….”
Nada nuevo, por muy filósofos que nos pongamos. Pero que nos dejen
seguir postulando nuestro rechazo al “juego” político, no para
demostrar un mayor grado de radicalidad, ni para justificar
incapacidades permanentes ante las luchas reales, sino para todo lo
contrario: lo que se pretende es centrarse en todas aquellas luchas
donde la CGT está presente sin la necesidad de tener que lanzarse a
la arena política y al desgaste demagógico y constante de medios y
energías que implica. Está demostrado que jugando al “juego”
político no hay posibilidad de cambio social, sino continuidad y
perpetuación de los privilegios de unos pocos en detrimento de las
reivindicaciones de cambio de las clases populares. El
anarcosindicalismo de hoy tendrá que seguir siendo antipolítico en
los términos que venimos defendiendo, como lo fue en el pasado,
para asumir el reto en el futuro de seguir luchando por una sociedad
más justa e igualitaria, o sencillamente dejará de ser
anarcosindicalismo.

Martín Navarro,
Afiliado al sindicato de Administración Pública de Barcelona.


Fuente: Martín Navarro