Artículo de opinión de Rafael Cid publicado en el último número de la revista Libre Pensamiento

<<No es una crisis; es que ya no te quiero>>

(Pancarta en la Puerta del Sol. Mayo 2011)

Camino del ocaso, y cuando se cumple un decenio del alumbramiento de la comunidad moral que cobijó el 15-M, la memoria viva de aquella radiante experiencia podría ayudar a neutralizar la distopia total que proyecta la nueva normalidad de la era covid.

<<No es una crisis; es que ya no te quiero>>

(Pancarta en la Puerta del Sol. Mayo 2011)

Camino del ocaso, y cuando se cumple un decenio del alumbramiento de la comunidad moral que cobijó el 15-M, la memoria viva de aquella radiante experiencia podría ayudar a neutralizar la distopia total que proyecta la nueva normalidad de la era covid.

Diez años después de la irrupción de la multitudinaria protesta de los indignados en la España urbana, siguiendo la estela de las movilizaciones ciudadanas surgidas en otras latitudes, la perspectiva ha cambiado radicalmente de rumbo. Donde antes había camaradería física y emocional; alegría de vivir; solidaridad orgullosa; creatividad social; esperanza en la mejora; percepción de autoestima, autonomía de la experiencia; empatía intergeneracional; y afectos y cuidados entre propios y extraños; hoy domina un revés de perfil deshumanizador, ingrato y receloso, que se articula sobre un sentimiento de profunda inseguridad y dependencia ajena. De aquella utopía que casi acariciábamos con la punta de los dedos hemos pasado a la inquietante sima de un infortunio que nos mortifica como la peste. Los lodos de 2020 no provienen de los vientos de 2011. Estamos ante la crónica de un fracaso jamás anunciado. Un agujero negro cuyo turbio enigma conviene descifrar para saber si solo nos encontramos ante una década perdida, una recaída coyuntural, o ante el doloroso parto de una regresión caníbal que ha venido para quedarse.

Empecemos sin rodeos, por la necesaria autocrítica. Para deslindar la inevitable tendencia a la autocomplacencia que implica la posición interesada del observador sobre lo observado (su punto de vista). En términos absolutos, el anarquismo organizado fue una nota marginal durante el estallido del 15M de 2011, y tampoco se superó en mérito frente a los innumerables y bárbaros estragos del 14M de 2020. No así en términos relativos. Porque en ambos ciclos han sido notorios los comportamientos de estima, cooperación, asistencia y apoyo mutuo desplegados por la gente (personas y grupos) ante los acontecimientos sobrevenidos. Incluso cabría decir que ni falta que hacia ese protagonismo libertario, porque lo importante era precisamente lo que devino espontáneamente. Que fuera la dinámica de la misma ciudadanía, sin tutelas ni tonsuras, la que se abriera al magma solidario. Pero si creo que la escasa incidencia de la Idea debe atribuirse a procesos mentales disfuncionales respecto a lo que la ética emancipadora exigía.

Falló en el movimiento quincemayista, quizá porque una cierta <<superioridad moral>> mal entendida (Gabriel Kuhn dixit) hizo recelar de un activismo antiautoritario que había ganado las calles sin tributar a ninguna primogenitura. Y en el caso de los idus de marzo, por esa amalgama identitaria (un cierto aire de familia) que porta el anarquismo militante en el fondo de su mochila. Un tropismo ideológico que le hace sentirse de izquierda, sin más atributos que afirmarse en el combate contra todo lo que huela a lo contrario, derecha o asimilados. Esa pulsión subliminal de pertenencia obró como freno a la hora de disputar la estrategia del poder porque, al fin y al cabo, ahora en el gobierno están <<unos de los nuestros>>. Una lógica que opera solo en oposiciones binarias, jibarizando la natural complejidad de las políticas habilitantes (ergo clichés tipo: <<el enemigo de mi amigo es mi enemigo >> y <<o estás conmigo o estás contra mí>>).

Así contemplado el escenario bifronte de ambas experiencias, la conciencia inconformista devino en asistente involuntario de un bloquismo que procedió como reemplazo del viejo bipartidismo. El aleteo de mariposa de una ambiciosa sociedad civil, al margen del Estado y del Mercado, preñada de oportunidades aunque falible por su humana condición, arrumbó en una mediocre y mezquina reivindicación del fetichismo estatal como refugio existencial. Y el inicial impulso de superación sobre las contingencias de aquella realidad impostada por los rituales de la dominación omnívora fue otra vez reseteado por la amarga severidad de la primaria lucha por la vida. La distancia social de obligado cumplimiento; la profiláctica ocultación del rostro y de sus facciones expresivas; el confinamiento de madriguera y sus dadivosas cuarentenas; los aspavientos sobre las bondades de una comunidad de rebaño; la vacunación obligatoria como viático; el pasaporte sanitario de los circuncidados en la fe como arancel biomédico; el teletrabajo y el e-commerce inserto en la cadena panóptica del neofeudalismo electrónico; el legislar por decreto ley del nuevo despotismo de emergencia con morriña del antiguo plasma; el sentimiento de orfandad colectiva propiciado por el ambiente hostil y depresivo, y el retorno de la jerarquía y lo piramidal en el terreno baldío donde antes crecía la transversalidad y lo horizontal; propiciaron la reconstrucción urbi et orbi del individualismo posesivo y con ello del Leviatán digital en la reserva. Y todo ello se actuó en un contexto tan traumático que casi nadie tuvo noción de pérdida ni gesto de piedad que no viniera predeterminado desde las altas instancias del poder subsumido como ogro filantrópico.

Sociedad pecera

Aunque ni de lejos podemos prever dónde acabara la mutación epocal en marcha, un somero balance de lo ya vivido podría aproximarnos la dimensión de la tragedia en ciernes y a su socaire los valores a los que deberíamos aferrarnos para contener el diluvio que nos hará transitar del Arca de Noé (para un elenco de elegidos) a la infinita pecera donde vegetará en holograma la inmensa mayoría (prescindible) que encarna el mito iniciático de la nueva normalidad. Formas de representación a control remoto que harán olvidar la necesidad de la acción ciudadana para el fortalecimiento de las demandas de una democracia que el Estado y el Mercado, en disciplinado acople, boicotean y reducen a un mero simulacro. Estragados en ese líquido amniótico, resultará prácticamente imposible propiciar espacios de movilización y cercanía al margen de los canales y plataformas de cooptación política, franquiciados desde el podio gubernamental y patrocinados por sus consortes tecnológicos de la inteligencia artificial. El reino de <<no hay alternativa>> acechaba tras la deflagración de la pandemia, y nada indica que la vacuna ofertada suponga un verdadero antídoto que reponga el tiempo de la memoria insumisa y su calor humano. Es la antítesis de El final de la historia y el último hombre que Francis Fukuyama aventuró como definitivo avance civilizatorio en el mejor de los mundos posibles con el triunfo de una democracia estabulada.

En un escalofriante texto publicado al comienzo de la crisis sanitaria, titulado El virus y el mundo del mañana, el ensayista surcoreano Byung-Chul Han alertaba sobre lo que entrañaría el futuro diseñado tras la <<cuarta revolución industrial>>, donde la norma sería el estado de excepción y el asalto a la razón y a las sentimientos vendrían inoculados desde un población zombi satisfecha de su gravidez virtual. Todo ello poniendo como modelo de referencia pionera a la China capitalista-comunista de los dos sistemas (una hybris de la gestión público-privada). La revancha del modo de producción asiático, versión 5G, en el siglo XXI, que se erige como banco de pruebas global para la era poscovid, merecía estos sombríos apuntes por parte del autor citado: <<En China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación. Se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales […] Nadie se enoja por el frenesí de las autoridades para recopilar datos […] En el vocabulario de los chinos no existe el término “esfera privada” […] Si uno rompe clandestinamente la cuarentena, un dron se dirige volando a él y le ordena regresar a su vivienda […] A la vista de la pandemia deberíamos redefinir incluso la soberanía. Es soberano quien dispone de datos […] Los peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación […] De algún modo cada uno se ocupa solo de su propia supervivencia>>. El coronavirus ha servido en bandeja la <<doctrina del shock>> para implementar el big data como primera naturaleza, pero el problema hunde sus raíces en la introspección de la servidumbre voluntaria como placebo. Lo señalaba el propio Byung-Chul a comienzos del 2018, un año antes de la expansión de la epidemia: <<Ahora uno se explota así mismo y cree que está realizándose>>.

A caballo de ese distanciamiento autista sujeto-objeto, que toma la forma de alienación simbiótica, se metaboliza una manera de ser y estar ciega y sorda ante las agresiones que el comportamiento personal inflige en el entorno. Con el resultado perverso de obviar la propia responsabilidad en algunos de los problemas que se padecen. Víctimas y verdugos al unísono, el bucle así generado opaca cualquier posibilidad de rectificación de la falsa percepción. La neurosis contemporánea se sublima con recursos de índole supersticiosa utilizando como válvula de escape la experiencia diferida. Bien sea, delegando su ejercicio en representantes (autoridades, gobiernos, partidos, sindicatos, iglesias, influyentes de todo tipo y ralea; etc.) o en un más allá que proveerá la catarsis armonizadora. Eso explicaría, la necia ignorancia acerca de los efectos perversos de los sistemas extractivos y degradantes de producción; la compulsión de un consumo banal; la contaminación de los ríos y los océanos; la destrucción exponencial de los bosques y los territorios vegetales; o la polución atmosférica. Una conculcación que es fruto de la homologación de un concepto de progreso centrado en esquilmar todo lo que contenga valor de cambio y que conlleva de correlato una existencia solipsista.

Derechos con deberes

Al no reconocer más que derechos para sí y obligaciones hacia los que mandan, y casi nunca deberes, mengua la capacidad para valorar la dote recibida al nacer y la necesidad de dejar un legado mejorado al morir. Todo gira en un disfrute entre dos nichos, alfa y omega en las antípodas. La misma desenfadada disposición de la deuda pública, dilapidada como gasto corriente, es un reflejo hormonal de ese desprecio a los que habrán de venir, condenados a sufragar una carga financiera que no han originado. Dinero traído del futuro. Aunque pueda parecer anacrónico, un ejemplo de la condición unidimensional de eso que llamamos <<progreso>> lo encontramos en la decadencia del factor humano entre amplios sectores de la tradicional clase trabajadora. Sin ánimo de simplificaciones ni caricaturizar la realidad, podemos decir que se ha pasado de una Primera Internacional que ponía al mismo nivel derechos y deberes en su declaración de principios (<<No más deberes sin derechos ni más derechos sin deberes>>) a un estamento social que, en buena medida, prima los valores materiales y cuantitativos (económicos, salariales, patrimoniales, sacralización del trabajo forzado, etc.), alimentando el darwinismo social del enemigo. Parafraseando a Bakunin: deberes sin derechos es esclavitud y brutalidad; derechos sin deberes, privilegio y concesión. De ahí la dificultad para construir una alternativa real al sistema de dominación, exclusión y explotación vigente.

No nos enfrentamos a una sutil amenaza, sino a la realidad que troquelará el inmediato porvenir si nadie lo impide. Pero antes hay que <inspirar>> ese alguien. Y en ese sentido la memoria del 15M se muestra todavía como un baluarte ante la barbarie naciente. Lo primero y esencial es establecer los mecanismos de veracidad capaces de alumbrar la indignación y con ella de la esperanza, clausurando ese tórrido periodo de duelo en que nos hemos abismado, para así servir de partera a futuros acontecimientos. El cisne negro, lo que ocurre cuando nadie lo espera. Hoy contamos con la ventaja de haber identificado nuestras limitaciones y los códigos para constituirnos en agentes del cambio social; encarnar la legitimación de la rebelión; despertar significados en mentalidades entumecidas; y traducir la cultura de la libertad y la equidad en consensos de mayorías. Porque, como afirma Manuel Castellls: <<el big bang de un movimiento social comienza con la transformación de la emoción en acción>> (Redes de indignación y esperanza, pág. 30). Para democratizar la democracia.

Lo que ocurre es que el tiempo social no pasa en balde. Nadie se baña dos veces en el mismo río, ni siquiera una, porque mientras uno lo hace deja de ser el mismo río. Tampoco basta con volver a las fuentes. Además, hay que localizar el kayros que haga posible un nuevo punto de ignición, sin perder de vista el potencial del arraigo nómada de aquel 15M pero con los pies en el tipo de sociedad espectral (panóptica y algorítmica) destapada por este pandémico 14M. Nunca como en estos momentos, con un gobierno de coalición de izquierdas, la juventud ha sido tan maltratada y nunca ha estado tan resignada. Los mileniales, una acotación arbitraria para designar a la primera generación pertrechada de habilidades tecnológicas que frisó la mayoría de edad con el siglo, son los que más han sufrido el impacto de la crisis (excepción hecha, en el otro extremo de edad, de los miles de ancianos analógicos que fueron abandonados a su suerte en apartheids de mayores). Sin embargo, con un 40,9% de paro juvenil sobre sus espaldas, la mayor tasa de desempleo de la Unión Europea (UE) incluida la tres veces rescatada Grecia, su indignación no está ni se la espera. Al contrario, con frecuencia se sitúa a la generación JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados) en la diana del vandalismo callejero y los comportamientos egoístas. Bien sea por sus airadas protestas contra la represión de libertades o por hacerla responsable del descontrol de los contagios por las juergas, fiestas y botellones, contribuyendo con esas críticas a la dramatización de la disidencia.

Cuesta entender cómo los grandes perjudicados de ayer que prendieron la protesta del 15M aceptan hoy permanecer pasivos ante una situación aún más desfavorable. Pero como en la obra de Pirandello <<así es si así parece>>. La sociología convencional sostiene que esa parálisis es debida a que aquella crisis señalaba culpables claros y directos, mientras que la actual no se puede personalizar, porque de una pandemia nadie es responsable. Non e vero ma e ben trovato. Es cierto que la pandemia ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Pero una cosa es la pandemia y otra muy distinta la gestión de la pandemia. Y ahí si existen autores intelectuales y materiales: quienes tienen el poder y los recursos del mando. No solo porque durante la primera ola España fue uno de los países del mundo con más víctimas, infectados y sanitarios afectados. Es un copia y pega. Según un informe del Banco Central Europeo (BCE), también hemos sido los que menos dinero gastamos contra la crisis de toda la zona euro. Un 1,3% del PIB contra un 4% de media de sus 19 miembros, en su inmensa mayoría gobiernos liberales o conservadores, y casi cinco veces menos que Lituania y Austria. Sin embargo, entre enero y julio de 2020, las autorizaciones de venta de armas aumentaron un 650%, por importe de 22.544,8 millones de euros, más que la suma de 2018 y 2019 juntos (21.493).

Lo llaman resiliencia; y no lo es. La herencia recibida es una tragedia a la española. Pero nunca un destino manifiesto. Si no se nos pasó el amor.

(Nota. Este artículo se ha publicado en el último número de la revista Libre Pensamiento)

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid