El segundo año de las revoluciones árabes se cierra con una situación de dura confrontación, militar y/o política, que genera desaliento, pero que al mismo tiempo revela los muchos cambios que ya se han producido en la región. Si hay algo claro, es que ya no podemos volcar los forcejeos ideológicos y geoestratégicos en los viejos moldes tranquilizadores.

Palestina, el verdadero centro del mundo árabe e islámico, refleja esta nueva confusión. En las calles de Gaza, tras los últimos bombardeos de Israel, un desafiante cartel daba gracias a Irán, en árabe y hebreo, por las armas suministradas a la resistencia; en la acera de enfrente, otro cartel, esta vez sólo en árabe, agradecía a Qatar el dinero de la reconstrucción.

Palestina, el verdadero centro del mundo árabe e islámico, refleja esta nueva confusión. En las calles de Gaza, tras los últimos bombardeos de Israel, un desafiante cartel daba gracias a Irán, en árabe y hebreo, por las armas suministradas a la resistencia; en la acera de enfrente, otro cartel, esta vez sólo en árabe, agradecía a Qatar el dinero de la reconstrucción. Qatar e Irán son enemigos y de hecho están combatiendo por vía interpuesta en Siria, marco de la única “guerra fría” realmente existente: la que enfrenta a los islamistas sunníes y chíies por el control regional. Qatar, enfrentado desde hace años a Arabia Saudí en el Consejo de Seguridad del Golfo, llega con su dinero a todos los rincones del mundo árabe y lo reparte sin mucho criterio, como denunciaba el propio Gobierno de EE UU en el caso de Libia y Siria. De su paradójica influencia como nueva potencia mundial da buena muestra la declaración del cheikh [líder religioso] Qaradawi en Egipto en las vísperas del referéndum constitucional: del resultado de la votación –ha amenazado– dependen los 20.000 millones de dólares de ayuda qatarí.

Los hermanos musulmanes

En su primera visita a Gaza en 25 años, el gesto del dirigente de Hamas, Khaled Mechal, de izar la bandera de los revolucionarios sirios marca un desplazamiento geológico en las alianzas vigentes hasta ahora en la región. Acusado de “traición” por el régimen que durante dos décadas ha hospedado su sede, apuesta ahora, de manera pragmática, por su familia de procedencia, esos Hermanos Musulmanes que gobiernan en Egipto y que, bajo un nombre u otro, están gobernando o van a gobernar toda la zona, desde Libia hasta Turquía. Todos se precipitan a visitar Gaza en estos días y las líneas son muy fluidas: los Hermanos Musulmanes aplican tres o cuatro políticas diferentes según el país –más o menos complacientes con EE UU e Israel– mientras mantienen un pulso sordo con Arabia Saudí, teocracia amenazada en el interior por el islamismo democrático y que prefiere apoyar y financiar a los salafistas.

Hizbullah, por su parte, imprescindible para Hamas en la lucha por la liberación de Palestina, trata sobre todo de que la redistribución de fuerzas, que ha minado su prestigio popular, no haga estallar el Líbano, donde las divisiones siguen siendo más políticas que “sectarias”, como lo demuestran los apoyos cruzados, a veces contra natura, dentro de las coaliciones 8 de Marzo y 14 de Marzo.

Pero la confrontación siria, que desdibuja criterios ideológicos y geoestratégicos aceptados por todos durante décadas, tiene su equivalente en los países “en transición”. Egipto y Túnez experimentan procesos paralelos, con ciclos de movilización y desactivación casi empáticos, que reflejan una engañosa y a veces irracional oposición a los gobiernos islamistas en la plaza.

Las acusaciones a estos gobiernos de “dictadura religiosa” y “complicidad con el imperialismo” ocultan una desconcertante descomposición de los referentes ideológicos. Mohamed Baredei y Amra Musa en Egipto, o Caid Essebsi y Najib Chebbi en Túnez, miembros prominentes de las respectivas oposiciones, son mucho más “pro estadounidenses” que Mursi o Jalabi y desde luego mucho menos antisionistas.

Para añadir dificultades de orientación, algunos grupos de naseristas y nacionalistas árabes, firmes defensores de Bachar Al-Assad, apoyan en Egipto el “legítimo y democrático” gobierno de los Hermanos Musulmanes, denunciando una “conspiración” extranjera contra la “arabidad” y “soberanía” del país. En Túnez, de forma muy parecida, la izquierda se suma a los fulul del régimen en sus ataques a Nahda, y en nombre de la “revolución” contribuye a mantener las viejas estructuras del Estado mientras pide la disolución de las Ligas de Defensa de la Revolución, cuyo lenguaje ultrarrevolucionario y legítimas demandas de ruptura “al margen de los partidos” recuerdan mucho al fascismo clásico.

Si queremos medir la “verdad política” en términos de “antiimperialismo”, nos encontraremos con la sorpresa de que EE UU está a un lado y otro de las líneas; y de que el antiimperialismo, por su parte, se activa en lugares donde preferiríamos no hallarlo. Si la medimos en términos derecha/izquierda, acabaremos muy probablemente dando la mano al enemigo de ayer y volviendo la espalda al que parecía nuestro aliado.

En el año II de las revoluciones árabes, sólo hay dos cosas seguras. Que no hay nada seguro en un nuevo orden aún sin fraguar en el que EE UU, muy poderoso aún, tiene que negociar con nuevas fuerzas; y que los pueblos que han desbaratado nuestros esquemas ideológicos y geoestratégicos no han terminado aún de pronunciarse.

Santiago Alba Rico, Filósofo y Escritor

Extraído de: diagonalperiodico.net


Fuente: Santiago Alba Rico