Sesenta ciudades. Decenas de miles de participantes activos. Una semana de protestas y acampadas en clara desobediencia civil. Concentraciones de apoyo en lugares como Berlín o Nueva York. ¿Se trata de una “spanish revolution”, como afirma la cadena de noticias CNN? ¿O son simples “perturbadores”, como dejan entrever altos cargos del PP? ¿Hay posibilidad de considerarlos “amigos defraudados”, como afirmaba Alfredo Pérez Rubalcaba?

En lo que sí hay consenso es en que las movilizaciones protagonizadas por la red Democracia Real Ya han removido las calles de este país, y con ellas todo el espectro político y mediático.

En lo que sí hay consenso es en que las movilizaciones protagonizadas por la red Democracia Real Ya han removido las calles de este país, y con ellas todo el espectro político y mediático.

¿De dónde vienen estos ríos de “indignación colectiva”? ¿Por qué ahora? ¿Es tan sólo un chaparrón transitorio? Más allá del desencanto personal que expresan los manifestantes, Democracia Real Ya tiene sus claros antecedentes en diferentes iniciativas sociales surgidas en esta última década. El recurso a la acción en marcos electorales, mediante convocatorias abiertas y apartidistas, y desde un cuestionamiento de la democracia representativa, no es nuevo: recordemos el 13 de marzo de 2004, días después de los atentados terroristas del 11-M, con miles de personas desfilando por las calles gritando ya por entonces: “Lo llaman democracia y no lo es”; o unos años antes, en marzo de 2000, la realización de una consulta social sobre el tema de la deuda externa con 20.000 voluntarios desafiando, de nuevo, a la Junta Electoral Central. Ambas iniciativas contaron también con el apoyo de las nuevas tecnologías como internet o los móviles, pero ya bebiendo de nuevas aguas políticas, proclives al simbolismo y al trabajo desde la diversidad de identidades, reticulares en su organización, de fácil entrada y salida en sus acciones, construidas desde abajo, con una crítica global de la democracia formal y del socavamiento de derechos sociales.

Este espíritu de radicalización democrática ya estaba presente en proclamas que alcanzaron gran eco internacional a finales de siglo pasado, como aquellos lemas zapatistas que llamaban a trabajar desde la diversidad y desde el cuestionamiento global: “Los rebeldes se buscan” y “caminamos, preguntando”. Fueron gritos que proclamaron en 1994 la necesidad de superar una izquierda clásica, ombliguista y decadente. Y en los últimos tiempos, movilizaciones como V de Vivienda, o este mismo año Juventud Sin Futuro, constituyen antesalas organizativas de la actual protesta juvenil.

Lo que está aconteciendo es la irrupción de una nueva cultura de movilización: los Nuevos Movimientos Globales. Los sectores más jóvenes y descontentos se apuntan rápido a este vector de cambio social. Leen rápido los ciclos de protesta de otros lugares del mundo, sus discursos y sus herramientas, como muestran las banderas de países árabes que colgaban en la Puerta del Sol. Interconectan problemáticas. Se reconocen en una hipersensibilidad frente al poder. Gracias a internet, en una semana son capaces de constituir sujetos políticos de cambios poco predecibles, incluso para sus convocantes. Y no son sólo virtuales. Ante una agenda neoliberal que invade ámbitos vitales, como el acceso al agua o el derecho a la alimentación digna y saludable, prosperan iniciativas de autogestión que son caldo de cultivo para estas estructuras de organización locales y asamblearias. En las páginas de este periódico (19-10-2010) leíamos que, sólo en Catalunya, 6.000 personas dedican parte de su tiempo semanal a gestionar su alimentación a través de cooperativas de consumo. En un plano más expresivo, los centros sociales de diversas ciudades han sido lugares de encuentro para la preparación de las actuales protestas, como antaño lo fueran para el llamado “movimiento antiglobalización”.

Así, se reproduce una cultura que reclama e investiga otras formas de democracia. ¿Hacia dónde? En el corto plazo quizás el mayor impacto de este movimiento sea la socialización política de miles de jóvenes en entornos que se reconocen en la pluralidad crítica, en la falta de miedo en sus discursos o en la toma de las calles y en la demanda de formas de democracia “desde abajo”, que les haga mirar el futuro no como un lugar oscuro, sino habitable. Esto alentará que el control de las elites se revierta en parte: tendrán que estar atentas ante las súbitas reacciones del “gobierno de los muchos”, gobierno que no admite líderes ni estructuras verticalizadas para desasosiego de la “vieja izquierda”. Lo que, por otro lado, plantea también incógnitas sobre su alcance: ¿cómo sedimentar, ser referencia del cambio social para la ciudadanía, cuando se está construyendo desde cimientos tan diversos y experimentales, por ahora altamente inestables?

En el medio plazo, puede que esta cultura política desarrolle estructuras que desplacen, o condicionen fuertemente, las formas de representación política, sindical y de gestión de bienes comunes y derechos sociales. Quizás ello ocurra a la par de un progresivo desplazamiento de la agenda neoliberal, ahora hegemónica. Y puede que apunte, verdaderamente, a diálogos entre una democracia participativa (actores más verticales e instituciones públicas que se abren continuamente a la ciudadanía) y expresiones de democracia radical (organización “desde abajo” de nuestras necesidades básicas). Puede que ocurra, o puede que sólo en parte y en momentos puntuales. Lo que ya es un hecho es que esta cultura política de “los rebeldes se buscan”, apoyándose en internet, ha venido para quedarse. Las demandas de democracias reales son ya democracias emergentes.

Ángel Calle Collado es Profesor de Sociología de la Universidad de Córdoba y coordinador del libro ‘Democracia Radical’


Ilustración de José Luis Merino

En Dominio Público – Democracias emergentes