Cada año dos fechas separadas escasamente por un día pretenden reflejar dos efemérides para el Pueblo Andaluz. El 4 de diciembre se conmemora el día de las grandes manifestaciones que en 1977 reclamaban el estatus de nacionalidad histórica al pueblo andaluz. Fueron convocadas precisamente para influir en la elaboración del proyecto de Constitución Española que de momento sólo reconocía como nacionalidades históricas a Cataluña, País Vasco y Galicia. La Constitución Española fue aprobada en referéndum, un día 6 diciembre del año siguiente 1978, con una participación del 59% y el voto favorable del 91,81% de los votantes. Y tuvo sentido ese 4 de diciembre que las gentes por millares salieran a las calles porque en el borrador del texto constitucional se contenían agravios comparativos imposibles de digerir por una historia común gestada a base de sangre y fuego. En el actual texto constitucional en su artículo segundo se encuentra la clave del desafuero que tanto trastorno e indignación han venido produciéndose: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. Ambigua, por no aplicar otro calificativo, tiene esta redacción porque en qué quedamos:   ¿Una indisoluble Nación española o nacionalidades? Podría la Constitución de 1978 haber zanjado este asunto, pero tanto en éste como otros más: Monarquía o República, Estado Laico… se impusieron unas veces y otras se “consensuaron” a base de “trueques”.  De este lodo todos los barros que hacen impracticable los caminos de la libertad e igualdad.

Por eso cada 4 de diciembre tiene sentido hablar en andaluz. Desde el corazón de aquellas personas que se sienten identificadas entre ellas con Andalucía y al mismo tiempo hermanadas con el mundo entero. No en balde el himno que compusiera Blas Infantes termina mencionando a “España y la Humanidad”. También porque sin ese 4 de diciembre no hubiera existido el 28 de febrero de 1980, un instante en el tiempo histórico, pero ¡qué instante!  El único referéndum en toda España que permitió a un pueblo ser reconocido como Autonomía, alineándose con las llamadas nacionalidades históricas que nada tuvieron que hacer para alcanzar la autonomía. Al igual que el resto de los territorios, antes regiones, que se convirtieran en Autonomías por el simple trámite de cumplir los plazos señalados en la Constitución. Hoy más de 40 años el hecho de haber sido Andalucía el único territorio que llegó a serlo mediante referéndum poca o nula importancia tiene.

Una mañana de finales de noviembre en la marquesina de una parada de autobús alguien ha pegado un cartel donde se lee: “4 de diciembre. Día del Pueblo Andaluz”. – ¿Existe tal cosa? – Se pregunta en voz alta una de las tres personas que esperan pase su autobús. Las otras dos le miran fijamente y al percatarse la primera les espeta:   -¡Sí! Me refiero a eso de Pueblo Andaluz, porque más allá de diversos acentos del habla castellana, ¡española vaya!, y de unas referencias folclóricas similares, poco parece tener en común las personas que habitan esta Andalucía.

No parece sencillo definir a un conjunto de personas como Pueblo. Con sólo decirlo no basta. Es preciso que cada persona que lo conforma se sienta perteneciente a un proyecto histórico que vertebra toda la Cultura que le rodea. Quizás por ello los 4 de diciembre transcurren con algunos actos, no muchos, ni muy concurridos, donde se despliegan las banderas verdes y blanca y se hacen homenajes a personalidades andaluzas. Una que se reitera Blas Infantes. Y se organizan en clave política sobre todo, porque bastantes organizaciones sociales, políticas o sindicales enuncian la existencia de una Nación Andaluza. Cuando sólo una, la grande, es la que debe unir voluntades: Andalucía. Y si eso debe ser así ¿por qué tantas iniciativas y tan distintas? Avanza, Adelante, Nación, Unidad, Convergencia, Levantaos, Por Sí, Poder, Liberación, 100x 100,… y el calificativo “de Andalucía” aplicado a cualquier nombre de partido político. La multiplicidad de propuestas bajo una única enseña verde y blanca, confunde a las gentes de esta tierra, que no llegan a comprender como su Andalucía, se fracciona de este modo. Y cada cual tira para su bolsa, pide el voto, promete y promete. Mientras pasan los años y se confirman los peores auspicios. Aquello que se promete nunca llega. Andalucía una tierra rica, fértil, llena de oportunidades, sigue manteniéndose en el desempleo, en la postración, en la desesperanza, endémicas.

De cuantas maneras se puede traicionar un sueño, un anhelo, de gentes sencillas, pero llenas de alegría, que confían en un mañana que garantice una vida digna a sus hijas e hijos. La causa puede encontrarse en la candidez de unas gentes que desean ver cumplidos sus deseos aunque la realidad les despierte, una y otra vez, del letargo provocado por la confianza depositada y traicionada por esos partidos políticos durante 41 años.

Rafael Fenoy


Fuente: Rafael Fenoy Rico