La actual crisis financiera no es sino el lógico –y esperable- desenlace de los numeroso excesos que se han cometido en los últimos veinte años. Quien gana una guerra se considera siempre con el derecho a expoliar a los vencidos. Eso fue justamente lo que han hecho los vencedores de la guerra fría, es decir, las grandes empresas capitalistas occidentales, sobre todo las grandes multinacionales. Y el expolio ha sido excesivo, obsceno y duradero. Las consecuencias, como ha ocurrido siempre en todos los expolios de este tipo, las han pagado primero los propios expoliados, en este caso, los pobres del mundo. De hecho, son conocidos los dramáticos datos que lo muestra. Recordemos, por no extenderme mucho, que si en 1960, el 20% de la población mundial que vivía en los países más ricos tenía un ingreso de 30 veces superior al 20% que vivía en los países pobres, en 1995, ¡su ingreso ya era 82 veces superior ! Y tal diferencia no dejó de crecer exponencialmente desde entonces… Y lo que es aún peor : en más de 70 países, el ingreso por habitante es inferior a lo que era hace treinta años. Como señala Ignacio Ramonet, “en nuestro planeta, la quinta parte de la población más rica posee el 80% de los recursos, mientras que la quinta parte de la más pobre, sólo dispone de menos del 0,5%”. Y no olvidemos, lo que, obviamente. es mucho más que una curiosa anécdota, que el patrimonio de las 15 personas más ricas del mundo sobrepasa el PIB conjunto de toda el África subsahariana. La consecuencia de todo ello es bien conocida : casi 50.000 niños menores de cinco años mueren de pobreza en el mundo… ¡cada día !, la mayoría de ellos, unos 30.000, en el África subsahariana.

La actual crisis financiera no es sino el lógico –y esperable- desenlace de los numeroso excesos que se han cometido en los últimos veinte años. Quien gana una guerra se considera siempre con el derecho a expoliar a los vencidos. Eso fue justamente lo que han hecho los vencedores de la guerra fría, es decir, las grandes empresas capitalistas occidentales, sobre todo las grandes multinacionales. Y el expolio ha sido excesivo, obsceno y duradero. Las consecuencias, como ha ocurrido siempre en todos los expolios de este tipo, las han pagado primero los propios expoliados, en este caso, los pobres del mundo. De hecho, son conocidos los dramáticos datos que lo muestra. Recordemos, por no extenderme mucho, que si en 1960, el 20% de la población mundial que vivía en los países más ricos tenía un ingreso de 30 veces superior al 20% que vivía en los países pobres, en 1995, ¡su ingreso ya era 82 veces superior ! Y tal diferencia no dejó de crecer exponencialmente desde entonces… Y lo que es aún peor : en más de 70 países, el ingreso por habitante es inferior a lo que era hace treinta años. Como señala Ignacio Ramonet, “en nuestro planeta, la quinta parte de la población más rica posee el 80% de los recursos, mientras que la quinta parte de la más pobre, sólo dispone de menos del 0,5%”. Y no olvidemos, lo que, obviamente. es mucho más que una curiosa anécdota, que el patrimonio de las 15 personas más ricas del mundo sobrepasa el PIB conjunto de toda el África subsahariana. La consecuencia de todo ello es bien conocida : casi 50.000 niños menores de cinco años mueren de pobreza en el mundo… ¡cada día !, la mayoría de ellos, unos 30.000, en el África subsahariana.

Pero para alargar e incrementar el expolio, los expoliadores se hicieron con el poder real y casi omnipotente y omnipresente en todos los ámbitos de la vida real (económica, política, moral, etc.), poniendo a las democracias a su servicio (Thatcher, Reagan, Bush…) y poniendo a su servicio también la revolución tecnológica y la brutal máquina de propaganda que ésta posibilita. Con ello, al final, explícita o implícitamente, consciente o no conscientemente, casi todos hemos internalizado los valores de este nuevo capitalismo esencialmente explotador y expoliador, obsceno y totalitario (como siempre, pero actualmente con más poder que nunca antes en el pasado y, por consiguiente, más destructor) : individualismo profundo, egoísmo feroz y brutal competición de todos contra todos. Se impuso la ley de la jungla y se fueron eliminando paulatinamente todos los sistemas de vigilancia y de regulación que tradicionalmente el propio capitalismo había ido instituyendo para salvaguardar sus propios intereses a largo plazo. Eso ha sido en esencia, y en eso ha consistido, la globalización ultraliberal.

Pero para entender mejor en qué ha consistido esta globalización, habría que distinguir los tres grandes sentidos que, a mi modo de ver, tiene el término “globalización”, que serían los siguientes :

1) Un sentido de “interconexión”, principalmente económica y financiera, aunque también cultural, entre todos los países del mundo, como uno de los principales efectos de la actual “revolución tecnológica”. Entendida así, la globalización es básicamente positiva (une más a los países del mundo entre sí, produce más riqueza que nunca anteriormente, etc.), aunque también conlleva algunos riesgos, a veces serios.

2) Una gestión ultraliberal y conservadora de la actual revolución tecnológica. Es contra esto contra lo que se posiciona el llamado movimiento antiglobalización o alterglobalizador. Es lo que suele conocerse con el nombre de “neoliberalismo”, que consiste en una extraña mezcla de una libertad absoluta y planetaria para las empresas y sobre todo para el dinero, pero no para las personas, y menos aún para las más afectadas por la propia globalización (pobres extremos, personas expulsadas de su hábitat habitual, etc.), y unas políticas conservadoras al máximo a la hora de las ayudas sociales a las personas y las familias más necesitadas. De hecho, no olvidemos que el objetivo fundamental de estas políticas mal llamadas neoliberales es justamente la eliminación del Estado del Bienestar. Lo que pretende el neoliberalismo no es, pues, como tantas veces se dice, terminar con el Estado, sino terminar sólo con el Estado Social, fortaleciendo incluso el Estado Policial, el de vigilancia y castigo, por decirlo en términos foucaultianos. Tomada en este segundo sentido, la globalización está produciendo unos efectos económicos y sociales realmente dramáticos (incremento de la pobreza y sobre todo de las desigualdades económicas, aumento de la miseria en continentes enteros, etc.).

3) Desde el punto de vista psicológico, resulta particularmente interesante este tercer sentido, el de la globalización como ideología, que es tanto como decir, la ideología de la globalización. En efecto, nunca se ha producido un cambio histórico de envergadura sin la construcción de la consiguiente ideología que sustentara y mantuviera tal cambio. Como no hace mucho escribía el historiador medievalista francés Guy Bois , “los historiadores conocen bien que ninguna mutación social de importancia se ha producido jamás sin grandes cambios ideológicos… la mundialización no escapa a esta ley de la historia. Incluso está especialmente sometida a ella en la medida en que, en su dimensión tecnológica, se apoya precisamente en el establecimiento de una red de ‘tuberías’ susceptibles de inundar el planeta de imágenes y de ideas. Por ello, de buena gana me inclinaría a pensar que la baza principal de la mundialización (o globalización) no es el poder nuclear, ni el dólar, ni el poderío de la máquina económica norteamericana, ni la longitud y ramificaciones de la cadena de apoyos y complicidades que tiene en el mundo ; para mí es simplemente la baza ideológica. Y que, en definitiva, a pesar del intelectualismo aparentemente excesivo de la afirmación, todo se resolverá en el campo de la confrontación de las ideas”. De ahí la gran importancia de las resistencias a la globalización y del propio movimiento antiglobalización y de ahí también el gran interés que han tenido los poderosos en criminalizar a tal movimiento en un primer momento y en silenciarlo más tarde.
Pues bien, hoy día estamos asistiendo al que tal vez sea el más profundo y acelerado cambio de toda la historia, producido por la tercera gran revolución en la historia de la humanidad (tras la Revolución neolítica y la Revolución industrial) : la revolución tecnológica. Y esta revolución tecnológica, como antes se dijo, está siendo gestionada al servicio exclusivo de los poderosos, lo que está produciendo unos efectos terribles para millones y millones de personas en todo el planeta. Y sin embargo, tal gestión está siendo aceptada e incluso aprobada –a veces con entusiasmo- por buena parte de los ciudadanos. ¿Cómo es ello posible ? El cambio histórico que está suponiendo la globalización y los dramáticos efectos que está teniendo son posibles gracias a la ideología que, en mayor o menor medida, y como ya se ha dicho, todos estamos internalizando, evidentemente unos más que otros. Más en concreto, ese cambio histórico se está viendo acompañando de una ideología que contrasta incluso con la auténtica esencia de la especie humana : es una ideología compuesta básicamente de individualismo, egoísmo y competitividad, propiedades de orden esencialmente psicológico.

Además, todo lo anterior ha ido constituyendo un Estado planetario auténticamente totalitario. De hecho, Noam Chomsky menciona las tres formas sucesivas que ha conocido el poder totalitario en el siglo XX : el bolchevismo, el nazismo y la actual globalización ultraliberal, que él denomina “TINA” (“There is not alternative”, presupuesto que, como conocemos, forma parte esencial del pensamiento único y que los poderosos han tenido un gran éxito en internalizar en la ciudadanía). El poder del TINA se halla, pues, en los cimientos del imperio de los nuevos amos y depredadores del mundo, y somos nosotros mismos los que estamos fortaleciendo tales cimientos.

Por consiguiente, no creo que estemos ante el final de la globalización : ha asentado sus cuarteles dentro de nuestras cabezas e incluso de nuestros corazones, y las actuales turbulencias, por fuertes que sean, no harán sino obligarles a hacer los cambios que sean necesarios para que todo siga igual, como diría el príncipe de Lampedusa en El Gatopardo. Y cuando digo que la fuerza del actual capitalismo está dentro de nuestra cabezas y de nuestros corazones, me refiero, obviamente, a que está en la ideología del mismo que ya hemos internalizado todos o casi todos (individualismo, egoísmo y competitividad), así como en la aceptación acrítica del “pensamiento único” y, con ello, en la aceptación de que el beneficio es lo único que cuenta y de que el mercado es el mejor regulador de las relaciones económicas y hasta de las sociales, lo que se ha visto facilitado por el sustrato que aún queda de Adam Smith y su mano invisible. La mano invisible de Adam Smith, la que, como dios para los creyentes, lo regula todo aunque nosotros no la veamos, se ha mostrado, también como el dios de todas las religiones, una piltrafa, un engaño total y absoluto tendente a justificar las desigualdades sociales. Ahora vemos –y hasta los republicanos estadounidenses lo ven- que esa mano invisible no sólo es invisible sino que es impalpable, porque no existe. Pero lo mismo que las razas humanas no existen –no hay sino una sola raza en la especie humana, la raza humana- pero sí existen el racismo y sus terribles efectos, igualmente aunque no exista la mano invisible de Smith, sus consecuencias sí existen y ahora las estamos constatando, ¡y a qué precio ! La quiebra total del actual sistema capitalista, más financiero que de producción, más virtual que real y, a la vez, más injusto y explotador de lo que nunca lo fue en el pasado cualquier otra fase del capitalismo, esa quiebra total la percibimos ya en el horizonte más próximo.

¿Cuál será la salida que tome el propio capitalismo para salvarse a sí mismo ? Ahora mismo, 28 de septiembre, mientras escribo estas cuartillas, están reunidos en Washington una serie de congresistas estadounidenses, tanto republicanos como demócratas, con la campaña electoral de fondo, para buscar una “solución” : ¿qué medidas tomarán ? ¿qué rumbo iniciarán para reajustar la situación caótica en que el “nuevo capitalismo” ha metido al planeta ? No creo que vaya a haber nada nuevo sino sólo más de lo mismo : que, de una manera u otra, los expoliados saquen del atolladero a los expoliadores y les den fuerza para que los puedan seguir expoliando aún más. Es más, sólo los expoliados del planeta tienen la capacidad –y hasta la obligación- de salvar a sus expoliadores si quieren seguir teniendo todavía algo que pueda ser expoliado. Porque estamos en un mundo donde lo peor no es ya que te exploten, sino que nadie pueda ni siquiera explotarte, porque no tienes nada que explotar. Más en concreto, si, como escribe el sociólogo alemán Ulrich Beck, próximo a la “tercera vía” pero más sensible que Giddens a los problemas generados por la llamada “nueva economía”, “los empresarios han descubierto la nueva fórmula mágica de la riqueza, que no es otra que capitalismo sin trabajo más capitalismo sin impuestos”, ahora,, hundido el sistema o a punto de hundirse, se pretende que sean los propios ciudadanos expoliados quienes le salven, y que le salven con los impuestos que ellos sí pagaron, porque, y esto no es sino una muestra más del engaño generalizado en que vivimos, tampoco ha sido cierto eso de la bajada de impuestos : sólo era cierto que se les bajaba a unos (los que tenían), pero no a otros (los que no tenían) : la sombra de Mateo es muy alargada.

En definitiva, ahora mismo, pues, se están dando las condiciones históricas ideales y únicas para que esos expoliados del planeta tomen las riendas del mundo en sus manos y se constituyan en los dueños de sus vidas y de sus destinos. Pero me temo que, una vez más, los trabajadores de Occidente prefieran –prefiramos-, sentados cómodamente en las butacas de nuestros salones, seguir los acontecimientos ante las pantallas de televisión y… discutir sobre el problema que realmente nos interesa : quién ganará la actual Liga del campeonato nacional de fútbol.


Fuente: Anastasio Ovejero Bernal
Catedrático de Psicología Social. Universidad de Valladolid