Artículo de opinión de Rafael Cid publicado en el número de febrero de Rojo y Negro

-<< ¿Es usted anarquista?

-Sí, lo soy, pero no lo practico. Como ministro no lo practico>>.

(Manuel Castells)

-<< ¿Es usted anarquista?

-Sí, lo soy, pero no lo practico. Como ministro no lo practico>>.

(Manuel Castells)

Decíamos ayer: Anarquista es una manera de estar en el mundo, una forma de entender la vida. En cuanto atributo de la experiencia, solo cabe hablar de anarquismos, plurales en su polisemia. Individuos que se reconocen afines en algunas arqueologías del presente, esos principios renovados. Una perspectiva del común que anhela la existencia auténtica. Sin incurrir en el troquel monopolizador de un colectivismo que refuta lo colectivo integrador igual que la unicidad a la unidad. Nosotros cambiamos habitando en el mundo, pero a su vez el mundo cambia por nosotros. Lo subjetivo y lo objetivo como encrucijada existencial, socialización y transformación en interacción bypass. Harina de otro costal es valorar hasta qué punto los libertarios influimos hoy en este proceso mestizo. En el año que acabamos de dejar atrás en el calendario, sin superarlo por la pandemia, diferentes personalidades del nomadismo ácrata han reflexionado sobre nuestro avatar. En concreto hablamos de los trabajos Comprender la geografía anarquista y Anarquismo existencial (ver Anarquismo I: Arqueologías del presente. Rojo y Negro de Enero 2021). Son lecturas concurrentes que pueden resultar esclarecedoras para afrontar la mutación epocal del distópico siglo XXI.

Bien es cierto que otros escritores mantienen una posición en cierta disputa con las antes reseñadas, debidas a Simon Springer y Tomás Ibáñez, respectivamente. Es el caso del austriaco Gabriel Kuhn, quien por una parte se opone a <<designar el anarquismo como filosofía, ética, principio o modo de vida en vez de como movimiento político. Una actitud existencial es una cosa; organizarse para el cambio político es otra>> (https://es.theanarchistlibrary.org/library/gabriel-kuhn-revolucion-es-mas-que-una-palabra), y por otra se hace eco de los que vieron en << las ideas anarquistas la fuerza ideológica>> que dinamizaba movimientos sociales tipo Occupy Wall Street. Ciertamente lo argumenta de forma zigzagueante, haciéndolo concordante con reconocer que << El anarquismo siempre ha sido un importante motor de cambio social. Jornada laboral de ocho horas, libertad de expresión, antimilitarismo, derecho al aborto, liberación LGBTQ, pedagogía antiautoritaria, veganismo,… hubo una vez en que todas estas luchas fueron en gran parte encabezadas por anarquistas. Sin embargo, ninguna de ellas acabó siendo revolucionaria. Muy al contrario, en su mayor parte han sido integradas al desarrollo del estado nación>>. La posible clave de esta discrepancia respecto a lo esbozado sensu contrario por Springer e Ibáñez puede estar en que la propuesta de Kuhn pasa por un anarquismo que se reconozca como <<movimiento político que forma históricamente parte de la izquierda>>. Semejante peaje hacia la casa común le induce a hacer diana sobre lo que denuncia como una <<desafortunada>> exhibición de cierto aristocratismo militante. <<Hay dos motivaciones cuando la gente decide involucrarse en círculos anarquistas: una es querer cambiar el mundo, la otra querer ser mejor que la persona promedio. Lo segundo conduce fácilmente a la automarginación, ya que todo sentimiento de superioridad moral se apoya en ser parte de unos pocos elegidos y no de la masa>>, sostiene en un corrosivo alegato para la exégesis votiva donde la hybris (exceso) domina.

El ethos que enarbola Anarquismo existencial, igual que ocurre con Comprender la geografía anarquista de Springer, y frente a lo avizorado por Kuhn, no opera en diferido ni a control remoto, es actual. Explora <<la historia como tensión dialéctica entre el pasado como espacio de experiencia y el futuro como horizonte de expectativas>>, en la terminología de Reinhart Kosellek, padre de la historia conceptual. Esa reverberación la vislumbra Ibáñez en la mochila de las nuevas generaciones de anarquistas que han logrado de nuevo que la Idea <<se conjugue al presente>> en vez de limitarse a idolatrarla. Precisamente porque, como recoge Ibáñez en citando a Gustav Landauer, no se trata de <<una cuestión de reivindicaciones, sino de vida>>. Los anarquismo(s) así contemplados desde sus raíces merecen figurar en la categoría de arqueologías activas. Cada excavación en el memorial y sus vestigios relanzan la saga del pasado al presente como tribu generacional.

Este torbellino de ideas, ora coincidentes ora divergentes, indica una limitación cognitiva que impide un desarrollo intelectual más allá de su propia y ensimismada cartografía intelectual. Razón por la cual parecería aconsejable buscar respuestas fuera de la comunidad de pensamiento estrictamente anarquista. Un distanciamiento (excursus) que nos permita cabalgar las modalidades porosas de los anarquismos sin solución de continuidad entre la hybris (desmesura) y la frónesis (prudencia). Esa herramienta puede encontrarse en los conceptos <<ética de la responsabilidad>> y <<ética de la convicción>>, de uno de los padres de la sociología comprensiva, Max Weber, de cuya desaparición en 2010 hizo un siglo. Estos términos fueron utilizados por el creador de Economía y sociedad para tratar de explicar el proceso de racionalización que caracteriza al devenir del mundo occidental. Distinguió a estos efectos entre una <<racionalización formal>>, donde la acción social queda sujeta a fines, fase a la que correspondería la <<ética de la responsabilidad>>, el modo indicativo. Y otra, la <<racionalidad sustancial>>, condicionada por valores, adscrita a la <<ética de la convicción>>, el modo subjuntivo. En la modernidad, la <<ética de la responsabilidad>> (potestas) sería la dominante, configurando una organización de la vida de la personas en torno a códigos abstractos y de control, normas impersonales, eficacia técnica y rentabilidad económica. Mientras la <<ética de la convicción>> (auctoritas) sería ese reducto que permitiría seguir vinculando a hombres y mujeres con lo comunitario, la moral y todos aquellos principios orillados por la hegemonía institucionalista y burocrática del capitalismo Estado. Techné, habilidad, e hybris (exceso), en el primer supuesto y, en el segundo, frónesis, en cuanto ejemplifica la virtud del pensamiento moral, la sabiduría práctica de la experiencia que nos aporta conciencia plena para cambiar las cosas a mejor.

El conflicto (que es mucho más que el típico de fines-medios y causas-efectos) adquiere naturaleza política desde el momento que revela la irracionalidad que encubre el proceso de racionalización en marcha. Su arrollador éxito tiene costes incuantificables por la alienación que provoca durante su devastador avance civilizatorio. Porque, salvo mutaciones en los seres humanos hasta ahora solo disponibles en la literatura de ciencia-ficción (aunque no se sabe por cuánto tiempo), el élan vital se nutre de valores, esas representaciones de lo deseado que constituyen elementos decisivos de la cultural. De ahí que una sociedad ordenada sobre criterios de derechos y libertades que alcance a todos sus miembros sin ningún tipo de discriminación para hacer real el pleno desarrollo de la personalidad y dignidad, necesite el consenso ético para mantener a raya ese <armazón de nuestra servidumbre>> que Weber cosifica bajo la categoría de <<jaula de hierro>>.

Regresando a nuestras cuitas, ¿qué recepción puede tener las anteriores nociones en la competencia de los anarquismos? Evidentemente, y como no podemos sustraernos a la época que nos ha tocado vivir, bastante, según y cómo se mire. Ante todo porque la forzosa y forzada adaptación al medio, aunque no compartamos sus fines, nos impide militar ostensiblemente las veinticuatro horas del día. Y además posiblemente fuera perjudicial para <<la causa>> porque nos aislaría del entorno agnóstico. El que forman esos <<anarquistas sin saberlo>> que constituyen la savia capaz de proyectar a la minoría específica y militantemente ácrata en conglomerados más amplios y complejos, una porosidad que evite momificarse como un <<no lugar>>. No olvidemos que el <<estar en el mundo>> (dasein) implica estar en común con los demás. Ese presente de subjuntivo de hoy, trenzado de hipótesis y deseos que acarician la irrealidad, que mañana puede transitar en presente de indicativo, con más certezas que dudas y respuestas que preguntas. Además, con Michel Foucault, si el poder no reside en un solo nódulo sino que está centrifugado en todas partes, la ósmosis del anarquismo existencial, una ética libertaria significante, sería la mejor y más exigente manera de impugnarlo.

En este punto es donde entraría en escena esa pretendida arrogancia denunciada por Kuhn, seguramente sesgado por la <<racionalización formal>>, lo que no evita esos ripios para iniciados (endemismos ácratas en el ecosistema social) en los que todos hemos caído alguna vez (tipo << si somos mayoría es que algo habremos hecho mal>> o <<si votar sirviera para algo estaría prohibido>>). Es una forma de experimentar la realidad como otra cualquiera. Pero transitando esas arqueologías del presente que se materializan en las ideologías en liza, cabría deducir que nunca estamos sobrados de referentes morales, aunque si los estamos de moralistas sobrados. Lo que no llevaría a concluir que cuales fuesen los consensos establecidos y sus rangos entre la <<ética de la convicción>> y <<ética de la responsabilidad>>, la acción política en sociedad nunca debe ejercitarse a riesgo de sacrificar los valores. Aunque tampoco puede darse por bueno un proyecto que no vaya acompañado de su correspondiente memoria económica.

No es un sincretismo ni una pugna maniquea entre ortodoxos y heterodoxos. Hay ortodoxias capaces de conjugar con la <<ética de la responsabilidad>> y heterodoxias compatible con la <<ética de la convicción>>. La experiencia y su kairós metabolizan el momento en que lo importante sucede. El griego Polibio, el primer polígrafo en escribir una historia universal, dejó dicho sobre la necesidad de un conocimiento sin prejuicios: <<Si de la historia se quita la causa, el modo y el motivo de una acción realizada, así como el juicio acerca de si tenía o no una finalidad razonable, lo que queda puede ser un trozo brillante que entretenga durante un momento, pero no es ciencia que pueda ayudar útilmente al futuro>> (en Wilhelm Nestle, Historia del espíritu griego).

Tengo la convicción de que aportaciones como las reseñadas (Springer, Ibáñez y Kuln) facilitan un ruptura epistemológica en el tratamiento de los anarquismos al uso, capaz de remodelar y superar marcos mentales sedentarios y anacronismos hipnóticos.

Rafael Cid

(Nota. Este artículo se ha publicado en el número de febrero de Rojo y Negro)

 


Fuente: Rafael Cid