Estos últimos días ha habido bastante movida entre el cotilleo tertuliano nacional a propósito de quién pagaba la deuda contraída por los bancos españoles con Europa -con los bancos alemanes, para ser más exactos.
Según nuestro inefable Rajoy, nada tenía que ver con los ciudadanos españoles. Era un problema de los bancos y a ellos correspondía hacerle frente. Eso, claro, lo decía con la boca pequeña en España.
Según nuestro inefable Rajoy, nada tenía que ver con los ciudadanos españoles. Era un problema de los bancos y a ellos correspondía hacerle frente. Eso, claro, lo decía con la boca pequeña en España.
Cuando acudía a otras instancias internacionales como la Comisión Europea o el G20, lo ponían en su sitio. “No te equivoques nen” –le venían a decir- “tú puedes decir misa, pero el préstamo se lo hemos concedido al FROB que es un organismo del Gobierno y si los bancos en apuros no pueden devolverlo, como será lo más probable, será el Estado Español quien deberá hacerse cargo del marrón”. Hasta aquí, nada que objetar, una mentira más del Presidente del PP, nada nuevo.
El verdadero problema es la confusión interesada que se establece entre el Estado Español y los habitantes de este trozo de península Ibérica al que llaman España, como si ambas cosas fueran la misma cosa. Y no es así.
Cuando los que amamos la anarquía decimos que estamos contra el Estado es porque consideramos que el Estado es bastante más que un concepto teórico, es una iniquidad real y cotidiana que se concreta en multitud de actuaciones arbitrarias que nos amargan continuamente la vida.
Cuando para solucionar los atropellos y abusos bancarios, nos bajan los salarios, nos suben los impuestos, nos obligan a pagar por una educación, una sanidad o unos servicios sociales que ya hemos pagado previamente con nuestros tributos directos e indirectos… y nos hablan de que, al fin y al cabo, Hacienda somos todos: mienten como los bellacos que son.
En la larga lucha entre Estado y Capital, hace ya bastante tiempo que la victoria se decantó del lado del dinero. El Estado se ha visto reducido a un papel de útil instrumento de dominación y control, siempre en manos de los verdaderos detentadores del poder que utilizan la estructura estatal, de un lado para aprovechar sus instrumentos represivos –ejército, policía- de dudosa rentabilidad en términos monetarios y de otro lado aprovechan su entramado burocrático para implementar aquellas medidas que afiancen sus mecanismos de opresión y aseguren sus crecientes márgenes de beneficio.
Hoy en día pues, estar contra el Estado y estar contra el Capital, viene a ser una sola cosa y la misma; así que no nos vendan la burra de que hay que defender y afianzar el poder estatal para luchar contra la voracidad de los mercados, porque son los mercados quienes están agazapados tras el Estado.
Pretenden hacernos creer, como si de un cómic fantástico se tratara, que Mercado es el nombre del malvado malísimo de la historia, que nos atosiga con su voracidad y sus caprichos hasta que aparezca el héroe Estado montado en blanco corcel, para liberarnos de la tiranía.
Pues bien, habrá que seguir insistiendo como hacían nuestros abuelos libertarios en que cualquier intento por crear una sociedad más justa y solidaria, pasa por buscar alternativas de organización social que trasciendan el Estado. Habría que dejarse de monsergas coyunturales y comenzar a plantearse cuales serían los caminos más adecuados para viajar más allá de las fronteras de este sistema inicuo que nos asfixia y esclaviza.