El Presidente Barak Obama anunció recientemente que será revertida la política de larga data por la que se negaban cartas de condolencia del presidente a las familias de soldados que se hubieran suicidado. Los familiares de soldados muertos en combate reciben cartas del presidente. Sin embargo, el silencio oficial ha significado durante mucho tiempo el estigma de los que se quitan la vida.

Esta medida significa un cambio
de postura que se esperaba desde hacía mucho tiempo respecto al
reconocimiento de la epidemia de suicidios de soldados y veteranos de
guerra en este país, así como de la cantidad de heridas ocultas que deja
la guerra.

Esta medida significa un cambio
de postura que se esperaba desde hacía mucho tiempo respecto al
reconocimiento de la epidemia de suicidios de soldados y veteranos de
guerra en este país, así como de la cantidad de heridas ocultas que deja
la guerra.

La negación de cartas de condolencia en los casos de suicidio cobró
relevancia a nivel nacional cuando Gregg y Jannett Keesling hablaron
acerca del suicidio de su hijo Chancellor Keesling. Chance Keesling se
integró al ejército en el año 2003. Luego de prestar servicio
activamente en Irak, fue transferido a las Fuerzas de Reserva del
Ejército y llamado nuevamente para prestar servicio en Irak en el año
2009. Los años de guerra habían dejado sus huellas en el joven de
veinticinco años de edad. Como me dijo su padre, Gregg: “Fue entrenado
para la reconstrucción de Irak. Era un ingeniero de combate entrenado.
Operaba equipos grandes y amaba dirigir esos grandes equipos. Sin
embargo, al final, fue entrenado nuevamente como artillero táctico para
sentarse sobre un todoterreno militar, un Humvee. Y todo esto, porque en
realidad allá no se estaba haciendo mucha reconstrucción.”

Cuando Chance Keesling regresó a su hogar, intentó acceder a un
tratamiento psiquiátrico a través del Departamento de Asuntos de los
Veteranos de Guerra. Su matrimonio había fracasado y sabía que
necesitaba sanar. Rechazó la oferta del Ejército de recibir un pago
extra de veintisiete mil dólares para servir nuevamente en Irak.
Finalmente, fue de todos modos enviado a Irak. Dos meses después de ser
desplegado nuevamente, Chance llevó su revólver a una letrina y se
disparó. En el informe que emitió, el Pentágono consideró su muerte como
“un incidente no vinculado al combate”. Cinco meses después de su
muerte y sumando a la herida el agravio, el Departamento de Asuntos de
los Veteranos envió una carta a Chance, la cual fue recibida por sus
padres, solicitándole completar su “Reajuste post despliegue.”

Kevin y Joyce Lucey entienden bien de qué se trata todo esto. Su
hijo Jeffrey formó parte de la invasión a Irak en el año 2003. Luego de
regresar a su hogar en Massachusetts, presentó síntomas de trastorno de
estrés postraumático. A él y a su familia les fue casi imposible acceder
a los servicios que necesitaban recibir a través del Departamento de
Asuntos de los Veteranos. Jeffrey decidió automedicarse: se volcó al
alcohol. Se vestía con ropas de camuflaje y caminaba por el barrio con
su arma en la mano. Destruyó el automóvil de la familia. Una noche, tras
cumplir veintitrés años, Jeffrey se acurrucó en el regazo de su padre,
afligido. Kevin, su padre, recordó lo sucedido: “Esa noche me pidió si
podía sentarse en mi regazo. Lo acuné durante tres cuartos de hora y
luego se fue a su cuarto. Al día siguiente, el 22 de junio, lo tuve
nuevamente en mi regazo mientras cortaba la soga que lo sujetaba a una
viga.” Jeffrey Lucey se colgó en el sótano de la casa familiar. Sobre su
cama yacían las chapas de identificación que había quitado a los
soldados iraquíes a los que dijo haber matado.

Dado que Jeffrey era técnicamente un veterano y no estaba en
servicio, su suicidio es uno más entre los miles que se sospecha que
ocurren. Con frustración, Kevin Lucey resumió: “La cifra formal de
suicidios que escuchamos nos parece tremendamente baja con respecto a la
real. Debido a que, como decías, el suicidio de Jeff se encuentra entre
los que no figuran en los cálculos, entre los que no son conocidos, los
que no son reconocidos; es que en este momento ponemos el tema sobre la
mesa ante la opinión pública, ya que sentimos, al igual que la familia
Keesling, que es una situación que necesita ser discutida. Aunque hayan
pasado los años, nuestro hijo murió en 2004, pero casi todos los años se
anuncia la creación de una comisión presidencial de investigación. ¿Qué
tan seguido es necesario investigar una epidemia de suicidios?”

No existe un sistema para llevar registro de los suicidios de los
veteranos. Algunos estudios epidemiológicos llevados a cabo por los
Centros de Control y Prevención de Enfermedades, así como otros
estudios, sugieren que la tasa de suicidios en veteranos de guerra es
siete u ocho veces mayor que en la población en general. Un informe del
año 2005 y restringido a dieciséis estados estableció que los suicidios
de veteranos de guerra representaban el veinte por ciento del total, un
hallazgo extraordinario, considerando que los veteranos representan
menos del uno por ciento de la población. Actualmente se cree que el
trastorno de estrés postraumático afecta al treinta por ciento de los
casi dos millones de soldados en actividad y veteranos de las guerras de
Irak y Afganistán. La tasa de desempleo de veteranos de guerra de sexo
masculino supera actualmente el veintidós por ciento.

Pensemos en una base: Fort Hood, Texas. El Mayor Nidal Hasan se
enfrenta a la pena de muerte por presuntamente haber asesinado a trece
personas en noviembre del año 2009 en el marco de un horrendo ataque
sumamente difundido por los medios masivos de comunicación. Mucho menos
conocida es la epidemia de suicidios que hay en esa base. Veintidós
personas se quitaron la vida en ese lugar, tomando en cuenta sólo el año
2010.

Ni la familia Lucey, ni la familia Keesling recibirán una carta de
condolencia del presidente a pesar del cambio respecto a esa política.
La familia Keesling no la recibirá porque la medida no es retroactiva.
La familia Lucey no la recibiría aunque lo fuera, ya que sólo se aplica a
los suicidios cometidos por soldados en actividad desplegados en zonas
de combate activo.

Quienes padecen trastorno de estrés postraumático pueden abandonar el
campo de batalla. Lamentablemente, el campo de batalla nunca los
abandona a ellos. Algunos ven en el suicidio su única salida. Ellos
también son bajas de guerra.


Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.

© 2011 Amy Goodman

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Texto en inglés traducido por Fernanda Gerpe y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org