Artículo de opinión de Rafael Cid
El esperpento, esa realidad grotesca que espoleara el genio de Ramón María del Valle Inclán, sigue tachonando la política nacional. No hay suceso de impacto que no imite sus excesos. Esperpentos aquí y allá, y la misma tropa de siempre celebrándolos. Esperpento fue que la democracia viniera a lomos de un monarca nombrado por Franco y aupado por la izquierda. Esperpento, un 23-F perpetrado por la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil en nombre del Rey. Esperpento, que el mayor atentado de la historia de España lo hicieran confidentes a sueldo de la policía.
El esperpento, esa realidad grotesca que espoleara el genio de Ramón María del Valle Inclán, sigue tachonando la política nacional. No hay suceso de impacto que no imite sus excesos. Esperpentos aquí y allá, y la misma tropa de siempre celebrándolos. Esperpento fue que la democracia viniera a lomos de un monarca nombrado por Franco y aupado por la izquierda. Esperpento, un 23-F perpetrado por la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil en nombre del Rey. Esperpento, que el mayor atentado de la historia de España lo hicieran confidentes a sueldo de la policía. Esperpento, en fin, que la más grande estafa de sangre azul haya sido urdida desde la Casa Real. Un surrealista viático que, se mire por donde se mire, conduce a los poderes institucionales: Jefatura del Estado; Ejército; Cuerpos y Fuerzas de Seguridad; Borbonato; etc.
Pero con tan altos señores metidos de hoz y coz en el lodazal, esos esperpentos implican necesariamente una carga de profundidad añadida. No existe desmán que no conlleve su correspondiente dosis de mentira, engaño o calabobos. Al daño al bien común que todos esos latrocinios provocan se suma un reiterado atentado a la verdad y un descalabro de la memoria. De ahí que la Transición oficialmente sea un dechado de virtudes bajo palio; el golpe de Estado, un asunto de cuatro locos guiados por un lunático; el 11-M, una conjura del integrismo islamista contra la civilización occidental y el caso Nóos, un pelotazo filantrópico malogrado por la codicia del personal de servicio.
Y de esos vientos vinieron estos lodos. Ni siquiera en la sede de la soberanía popular cabe decir verdad. Se puede hablar de todo, pero solo si ha pasado la criba de lo “políticamente correcto”. El Congreso no está para revolver en los baúles de la memoria. Aunque lo más abyecto de su pasado sea el candado que impide avanzar al presente más allá de la púdica retórica. De ahí que se estime casi blasfemia recordarle al partido que oferta un gobierno progresista y reformista con la nueva derecha (otro esperpento) que sus mentores tienen la conciencia alicatada en cal viva. El mismo pasmo que provocó en el hemiciclo el oportuno recordatorio hecho por Pablo Iglesias sobre el aniversario de la matanza de Vitoria en el posfranquismo.
Qué magnífico espectáculo, los bramidos de sus señorías, que acaban de recibir cumplido apoyo del ex eurodiputado de Podemos Carlos Jiménez Villarejo. El mismo veterano fiscal que hiciera carrera en el gremio durante la dictadura callando ante los asesinatos de Grimau, Delgado y Granados, y Puis Antich. Para luego, ya en el bebedero felipista al frente de Anticorrupción, mirar para otro lado en todo lo referente a los crímenes del Gal (experiencia le sobraba), y sin embargo lograr aparecer como un respetado demócrata de toda la vida. Por eso es tan complicado que la juez argentina María Servini pueda extraditar a Rodolfo Martín Villa por los crímenes de la capital alavesa. Significaría poner el país patas arriba, al geográfico y al de papel, grupo donde el reclamado alcanzó la presidencia de Sogecable. Es lo que Felipe González llama atizar “la rabia y el odio”. Otro esperpento.
Lucas Mallada, uno de nuestros regeneracionista mesetarios, habló de los males de la patria en parecido registro al que a Joaquín Costa le hacía depositar sus esperanzas en la trinidad “familia, despensa y política hidráulica”. Pero eso sería entonces, cuando palabras y cosas se correspondían. El verdadero problema del pueblo español hoy, lo que constituye la médula de su infinita corrupción, anida en su olímpico desprecio a la verdad. Esa parrhesia (decir verdad), que junto a la isonomía (igualdad legal) y la isegoria (igualdad de hablar) conformaban la democracia en la Atenas de Pericles, rendida al esperpento del sistema.
En esta capitulación, la Segunda Transición también clona a la Primera. Solo que donde ayer se exigía amnistía ahora se pide amnesia. Porque la mejor manera de impedir la ruptura es hacer como si el pasado no existiera. La canción del olvido.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid