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La realidad casi siempre supera a la ficción. En la literatura y en la vida. Por eso en política lo que no es tradición termina siendo plagio, o al menos traducción. La prueba está en lo ocurrido en Madrid durante la manifestación del pasado domingo 23 de enero, patrocinada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo, donde al final se impuso la realidad y la tradición a la vez en una misma fórmula : la estrategia de la tensión Sobre todo en la petición de linchamiento de los “antiespaña” y en la algarabía a favor de Acebes, convertido en halcón favorito de la multitud. Dos actitudes que recuerdan aquellas consignas de “Tarancón al paredón” y “Ejercito al poder” de otros aciagos tiempos.

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La realidad casi siempre supera a la ficción. En la literatura y en la vida. Por eso en política lo que no es tradición termina siendo plagio, o al menos traducción. La prueba está en lo ocurrido en Madrid durante la manifestación del pasado domingo 23 de enero, patrocinada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo, donde al final se impuso la realidad y la tradición a la vez en una misma fórmula : la estrategia de la tensión Sobre todo en la petición de linchamiento de los “antiespaña” y en la algarabía a favor de Acebes, convertido en halcón favorito de la multitud. Dos actitudes que recuerdan aquellas consignas de “Tarancón al paredón” y “Ejercito al poder” de otros aciagos tiempos.

Porque tanto hablar de que el PP es la derecha democrática y tuvo que ser una marcha “pacifista” la que revelara el referente ultra que aún anida en la cúpula del primer partido de la oposición. Mentón decidido a lo duce ; porte aristocrático a la joseantoniana manera ; cierto oficio de tinieblas como consecuencia de su paso por Justicia e Interior ; una pertinaz inteligencia para trabajar la mentira como demostró en su comparecencia ante la Comisión del 11M y un nacionalcatolicismo de última generación son los atributos que enarbola la nueva derecha española a través de Ángel Acebes. El posible líder emergente del populismo-acebesismo, pensamiento José María Aznar.

El mito de una derecha civilizada, capaz de metabolizar la política como alternativa al poder constituido en los estrictos cauces del parlamentarismo está a punto de quebrarse. En realidad nunca existió total y definitivamente esa quimera en la esfera pública nacional. La derecha española jamás abandonó las prácticas hostiles y la guerra sucia para proteger sus privilegios. En ella primó la fórmula carlschmittiana de entender la convivencia como una dialéctica de enfrentamiento amigo-enemigo, aunque por imperativo de la oportunidad se camuflara en modos externamente menos agresivos. En la masacre de los abogados de Atocha, los sucesos de Montejurra, la Operación Galaxia, el 23-F, y otros sucesos que marcaron la transición, pre y post, siempre existió una trama civil ultra nunca desarticulada. Pero haberla hayla.

Esa misma saga es la que ahora reverdece. En la pugna entre los centristas representados por un Mariano Rajoy en el ocaso de su carrera política y un Ángel Acebes como elegido de los halcones de Génova 13, en ayuntamiento con los sectores tradicionalistas y españolistas, el asustadizo capital financiero, el amigo bushiano, la Iglesia de todos los tiempos y las 500 familias del gotha ibérico, está la deriva que compromete al sistema en su conjunto. Es la primera gran crisis de la derecha reciclada desde que los barones de UCD y los resistentes neofranquistas hicieron trizas el proyecto reformista de un Adolfo Suárez en caída libre por el escrutinio adverso del partido militar y los poderes fácticos.

Y ahora, como entonces, ante lo que consideran un ataque de los radicales de izquierda y los nacionalistas periféricos, llevado a su interpretación paroxística con las multitudinarias manifestaciones contra la Guerra de Irak y el Prestige, esos sectores parecen decididos a autorizar acciones de desestabilización que, a más de probar su fuerza, contribuyan a detener lo que estiman un ataque frontal a los valores eternos. De ahí las turbulentas algaradas ante obras de teatro que satirizan la beatería ambiente y el creciente número de agresiones públicas que se están produciendo en distintas ciudades contra sindicalistas, representantes de colectivos gay o simples activistas sociales. Quieren que se sepa que la calle vuelve a ser suya, como en los mejores tiempos del tardofranquismo.

Pero esta vez no se trata de grupúsculos o simples exaltados, como nos quieren hacer ver nuestros amilanados gobernantes y sus terminales mediáticas. La extrema derecha del siglo XXI en España no es un anacronismo sin horizonte ni sentido. Al contrario, tiene los píes en la tierra, ha conseguido insertarse en el cuerpo social del nacionalcatolicismo militante y posee un proyecto europeísta trabado en una cadena de intereses con sus homólogos en otros confines. La Iglesia institución no les otorga su label oficialmente, pero la empatía y el apoyo resultan evidentes al comprobar como el partido de las sotanas refuerza con su complaciente aquiescencia los actos de afirmación religiosa de estos entusiastas cruzados.

La dimensión de la estrategia de la tensión, que nuestras autoridades se niegan a ver incurriendo en una flagrante responsabilidad cara al futuro, tiene su expresión más ajustada al analizar el perfil internacionalista que ha adquirido el nuevo movimiento ultraconservador español. Como simple pincelada, baste decir que en sólo año y medio, nuestro país ha servido de anfitrión para dos congresos (el último en enero del 2005) de la internacional neofascista y que a estas convocatorias de la cúpula negra mundial asistieron significados miembros de su antigua red del terror. Como Roberto Fiore, el fundador de Terza Posizione, que fue condenado en rebeldía en 1980 por la masacre de la Estación de Bolonia, en Italia, atentado que causó 85 víctimas mortales y más de 200 heridos, el más próximo precedente de bárbaro 11M.

Esta vez no nos hallamos ante una cuadrilla de nostálgicos, exaltados y piraos dispuestos a cualquier barbaridad para hacer prevalecer los gritos de rigor, los viejos estandartes y su apolillada parafernalia, prestos a servir de carne de cañón a cualquier operación involucionista acuñada por los auténticos poderes en la sombra. Con los datos que ya se disponen podemos decir que asistimos a un nuevo retorno de los brujos que han aprendido los valores de la globalización, tienen cumplida presencia en el Este postcomunista como tierra de promisión, juegan como táctica a la política parlamentaria con sus afines en el Parlamento Europeo y los gobiernos de Austria e Italia y saben que la supuesta ola de laicismo imperante les proporciona su mejor argumento para vivir peligrosamente. Como ejemplo elocuente de la eficacia de este aggionamento sirva el hecho de que los nuevos alzados han logrado la unificación de la mayoría de los grupos ultras de Europa bajo estos ideales y que, frente a arqueologías como Le Pen, piden decididamente el Sí para la Constitución europea porque ven en éste envite la oportunidad de ir hacia un Estado Único en el viejo continente.

Por eso, el fascismo de nuevo cuño, ahormado en los odres de la defensa de los valores tradicionales y cristianos, en momentos de progresiva pauperización de las masas de trabajadores a consecuencia del voraz neoliberalismo rampante, pretende marcar la agenda política de las democracias que se pretenden alternativa regional al imperio teocrático de Bush y su complejo militar-industrial. Y en el caso de España, cogido a contrapié de un gobierno infiel a la prédica del choque de civilizaciones ; dado al esforzado intento de desperezar a una sociedad civil enfeudada al pensamiento mágico y una derecha revanchista que no acepta la derrota del 14 M y los legítimos deseos de autodeterminación de las nacionalidades históricas, puede convertir a España en el observatorio para una nueva estrategia de la tensión y el consecuente fogueo del populismo-acebesismo en ciernes. Línea pensamiento camarada José María Aznar, por supuesto.