En estos acelerados tiempos que vivimos, donde las distancias se miden en años luz y las grandes fortunas en miles de millones de dólares, seguimos marcados por ajustadas encuestas, por unos míseros decimales. El éxito, la esperanza de vida, la salud y cuestiones tan volubles como la opinión pública o los gustos personales son medidos y comparados constantemente, de tal forma que los partidos políticos han de cambiar su estrategia según evolucionan las estadísticas de popularidad de sus líderes y las cadenas de televisión modificar su programación ante la más mínima caída de los índices de audiencia. Somos esclavos de las estadísticas, y como esos estudios se han revelado imprescindibles e incuestionables, no es de extrañar que todos los que mandan algo se vuelvan locos por encontrar el medio de incidir en ellas para modificarlas a su gusto.
Los denodados esfuerzos gubernamentales por controlar el famoso IPC, las poco fiables estadísticas sobre intención de voto, que dan como favorito al partido que las encarga (el que paga, manda) o la conquista de cuota de pantalla televisiva mediante los más abominables programas, nos pueden dar una idea de lo vital que resulta arañar unos decimales y superar con ellos los registros de los encarnizados competidores.
Y, claro, ante la ambigüedad y la similitud de los programas políticos, qué otra cosa se puede hacer que discutir sobre si un gobierno reduce el paro, los accidentes o la gripe en un 0,02% respecto a los logros de sus rivales o incluso sobre su propia marca, cuando un equipo manda a lo campeón. Con Aznar, la obsesión era sumar los decimales y hasta los enteros que con los populares en Moncloa mejoraba la economía de todos los españoles, incluidos los parados, los del contrato basura y los obreros que se caían del andamio. Con ZP cambiaron los objetivos ; la economía debía seguir bien, para eso es la madre del cordero, pero se debían mejorar los datos de accidentes laborales o de tráfico, reducir el número de víctimas de la violencia doméstica y continuar bajando el paro, algo lógico en un partido que lleva con orgullo la « o » de Obrero en sus siglas.
Los accidentes de trabajo nos dan un ejemplo de todo cuanto decimos, porque unos años se pone el acento en la reducción de su número total y al siguiente en el de víctimas mortales. Todo depende de cuál resulte más favorable para gobierno y patronal. Ahora hemos conocido ya los datos de siniestralidad laboral de 2006, y lo cierto es que no hay motivo para celebraciones… lo mires desde donde lo mires. Si lo hacemos por el número de fallecidos, y aceptando que ha habido siete menos que el año anterior, la cifra de 1.352 resulta escalofriante : un muerto cada seis horas. Si lo coges por el número total de accidentes, la cosa tampoco permite compartir el optimismo de Caldera y los suyos, puesto que se han producido alrededor de un millón de accidentes de trabajo, casi un 4% más que en 2005. Haciendo la cuenta de la vieja vemos que habiendo más accidentes este año que el anterior, el hecho de que haya bajado ligeramente el número de fallecidos se podría deber más a la suerte que a una buena labor de prevención. Lo que ya resulta sospechoso es que sabiéndose -lo saben mejor los empresarios, el Gobierno y los sindicatos oficiales, porque tienen todos los datos- que los accidentes los sufren mayoritariamente los trabajadores de contratas, eventuales, inmigrantes y jóvenes sin formación, se continúe por la vía de los contratos temporales y la precarización del empleo, en lugar de apostar por el empleo fijo y estable, por la formación real de los trabajadores (en lugar de dar las subvenciones a sindicatos y patronal) y por el endurecimiento de inspecciones y sanciones a los empresarios que infringen las normas de seguridad.
Por todo esto consideramos que no es serio presumir de tan pobres estadísticas cuando la calle, ese pueblo tan halagado cuando tiene que votar y tan olvidado el resto del tiempo, lleva años diciendo que la vida está mucho más cara y que el trabajo está mucho peor. Esa sí es una realidad para hacernos pensar a fondo. Los nimios éxitos que publica el INE son poco más que material para la tediosa y fingida guerra entre políticos.
Publicado en el diario LEVANTE
Fuente: ANA MADRID SANTOS / Secretaria de Acción Sindical de CGT-PV.