Artículo de Ana Cuevas
Durante aquellos largos años de la dictadura (que gente como Mayor Oreja recuerda como un periodo de extraordinaria placidez) las torturas y vejaciones eran parte del protocolo habitual que la brigada político social usaba con los detenidos. El inspector de policía Antonio González Pacheco, apodado Billy el Niño, se dio a conocer entre sus víctimas por su aplicado sadismo en los interrogatorios.
Durante aquellos largos años de la dictadura (que gente como Mayor Oreja recuerda como un periodo de extraordinaria placidez) las torturas y vejaciones eran parte del protocolo habitual que la brigada político social usaba con los detenidos. El inspector de policía Antonio González Pacheco, apodado Billy el Niño, se dio a conocer entre sus víctimas por su aplicado sadismo en los interrogatorios. Quienes tuvieron la desgracia de caer en sus manos comprobaron en carne propia la crueldad con la que actuaba el individuo.
Los que no «saltaron» desde las ventanas de la Dirección General de Seguridad nos relatan testimonios estremecedores. Billy el Niño disfrutaba con los apaleamientos sistemáticos, arrancando a tiras la piel de los desdichados que caían en sus manos. Un psicópata de libro con licencia para torturar y matar. En un régimen totalitario es lógico que medren estos especímenes. Es un buen caldo de cultivo.
Pero los crímenes de Billy no le pasaron factura con la llegada de la democracia. Quedaron, como los de tantos otros, empapando de sangre la alfombra bajo la que los amontonaron durante la transición. En nombre de algo que definieron como reconciliación nacional (tremenda ironía a mi entender), los padres de la patria parieron una ley de amnistía que permitió que siniestros personajes como Billy o Muñecas puedan hoy jactarse de su impunidad.
Para nuestra vergüenza, tiene que ser Argentina quien reclame un poco de justicia. Solicitan su extradición por delitos de lesa humanidad. En una vista que no escuchó los testimonios de las víctimas, Muñecas y Billy el Niño se pavonearon sabedores de que tan siquiera la fiscalía, iba a apoyar esta medida. Intocables, eso se creen que son.
Y no podemos reprochárselo. La supuesta «reconciliación nacional» se llevo a cabo sobre las fosas de los represaliados cuyos huesos, a día de hoy, siguen cumpliendo la sentencia de muerte que les aplicaron sus verdugos. No es que en este país no haya memoria. Es que nos la han tenido secuestrada a punta de pistola. Como le gustaba hacer a Billy el NIño. Un cañón clavado en nuestra sien para que nos volvamos todos amnésicos perdidos. Es por vuestro bien, insisten mientras acarician el gatillo. Yo no me lo creo.
Ana Cuevas
Fuente: Ana Cuevas