París, 28 oct (EFE).- Al igual que la "mala hierba", como se definía en una de sus canciones, el poeta y cantautor Georges Brassens (1921-1981) sigue vivo en el corazón de los franceses y de las nuevas generaciones de músicos 25 años después de su muerte.


París, 28 oct (EFE).- Al igual que la «mala hierba», como se definía en una de sus canciones, el poeta y cantautor Georges Brassens (1921-1981) sigue vivo en el corazón de los franceses y de las nuevas generaciones de músicos 25 años después de su muerte.

El 29 de octubre de 1981 un cáncer de hígado acabó con la vida de un cantante tan irreverente e irónico como tímido y melancólico, cuyo nombre figura entre los grandes de la canción francesa junto a los legendarios Leo Ferré, Edith Piaf, Yves Montand o Jacques Brel, con quien siempre guardó una profunda amistad.

Aunque el éxito no le llegó hasta la treintena, el cantante del inconfundible bigote y perenne pipa en la boca contó con el favor del público, que apreciaba los ataques a las convenciones y a la hipocresía que poblaban sus trabajadas y punzantes letras, en ocasiones censuradas.

«La mauvaise réputation», «Les copains d’abord» -compuesta para el film de «Les copains» (1964), de Yves Robert-, «Chanson pour l’auvergnat», «Le parapluie», «La canne de Jeanne» o «Gare au gorille», un alegato contra la pena de muerte que fue prohibido en 1947, son algunos de sus temas más conocidos.

Hoy, 1.600 colegios, calles y plazas llevan su nombre, ha inspirado decenas de libros y tesis, y hasta los niños aprenden en la escuela su canción «Le petit cheval».

La pluma de Brassens se cebó con el gregarismo y la religión, dos de sus bestias negras, y tomó partido por ladronzuelos, prostitutas y demás parias de la sociedad.

De su guitarra también salieron amargas baladas románticas como «Il n’y a pas d’amour heureux» (No hay amor feliz).

Lo creyera o no, en 1947 Brassens encontró al amor de su vida, la refugiada judía estonia Joha Heiman, a quien apodaba «Puppchen» (muñequita) y con quien nunca compartió techo por decisión mutua.

«No es mi mujer, es mi diosa», solía decir el artista de quien reposa a su vera en una sencilla tumba sin epitafio y a quien dedicó sus temas más románticos, como «La non-demande en mariage» o «J’ai rendez-vous avec toi».

Tal y cómo pidió en su famosa «Supplique pour etre enterré a la plage de Sete», el mito de la música francesa está sepultado al borde del mar en el apodado «cementerio de los pobres» de su localidad natal, Sete (sur), a la que siempre permaneció muy ligado.

Brassens privilegió siempre los textos sobre la música, hasta el punto de que casi nunca componía con guitarra, sino que escribía las rimas de las letras marcando un ritmo sobre la mesa, para después añadir una base de piano.

«Trabajaba de forma muy precisa. Nunca hizo música por aproximación ni dio por concluido un texto que no estuviese revisado y corregido hasta el extremo», explica su amigo Mario Poletti.

Sus particulares arpegios llevan el sello de sus inicios en la mandolina, el primer instrumento que aprendió a tocar de pequeño, por influencia de su madre, de origen napolitano.

Simpatizante anarquista, Brassens se mantuvo alejado del mundo de la farándula. Era tan tímido que le costaba subirse al escenario.

Además de reconocido músico, Brassens fue un destacado poeta y en 1967 obtuvo el Gran Premio de Poesía de la Academia Francesa.

Más de 650 intérpretes han cantado sus temas en más de cuarenta lenguas, lo que muestra la universalidad de su influencia en las generaciones posteriores de músicos.

Un legado que han recogido autores de los más diversos estilos, como en el disco homenaje editado con motivo de este aniversario, donde participan desde el cantante de «hip-hop» Grand Corps Malade hasta el grupo de rock Noir Desir, pasando por la canción intimista de Carla Bruni o la salsa del colombiano Yuri Buenaventura.

Su obra también ha dejado una clara huella en España, con versiones de Javier Krahe, Loquillo, La Mandrágora y Joaquín Carbonell, pero sobre todo en Paco Ibañez, quien popularizó «La mala educación» en su famoso concierto en la sala Olympia en 1969.

Hace dos semanas, Ibáñez participó con Eduardo Peralta -apodado «el Brassens chileno»- en un gran concierto en Sete en homenaje a quien el Premio Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez definió como «el mayor poeta francés». EFE


Fuente: Antonio Pita/EFE