Artículo de opinión de Rafael Cid
Cuando allá por el año 2014 surgió a la política institucional Podemos contó con el beneficio de la duda de hasta qué punto podía ser fiel al espíritu del 15-M, las mareas, las plataformas y otras expresiones del activismo social independiente. El halo de ese capital social fue lo que contribuyó a que el nuevo partido diera la campanada en las elecciones europeas a costa de una Izquierda Unida que vería frenada en seco la tendencia ascendente que todas las encuestas pronosticaban como organización de referencia de la izquierda.
Cuando allá por el año 2014 surgió a la política institucional Podemos contó con el beneficio de la duda de hasta qué punto podía ser fiel al espíritu del 15-M, las mareas, las plataformas y otras expresiones del activismo social independiente. El halo de ese capital social fue lo que contribuyó a que el nuevo partido diera la campanada en las elecciones europeas a costa de una Izquierda Unida que vería frenada en seco la tendencia ascendente que todas las encuestas pronosticaban como organización de referencia de la izquierda.
A partir de ahí vendrían los cálculos políticos que aconsejarían a su cúpula directiva despreciar el ámbito de lo local por valorar negativamente las limitadas competencias operativas del municipalismo, a fin de reservarse para las generales, y optar por la participación en candidaturas ciudadanas con otras fuerzas con arraigo en algunas de las urbes más emblemáticas del mapa autonómico. Esas confluencias fueron especialmente significativas en los casos de Madrid, Barcelona, Santiago de Compostela, A Coruña, Zaragoza y Cádiz, entre otras ciudades.
Desde entonces ha pasado más de un año y, consumido ese habitual periodo de gracia, el balance tiene perfiles contradictorios e incluso a veces claramente regresivos. A las renuncias sobre el marco de referencia hechas a priori por el “pablismo” para abarcar a mayor número de potenciales electores de todos los colores (la lógica de una formación atrápalotodo); la frustración identitaria de algunas confluencias, como la catalanista de En Comú Podem y la gallegista de En Marea, al no poder cumplir su objetivo inicial de constituir grupos propio en el Congreso; y el bañó de realidad con que se han tenido que enfrentarse algunas alcaldías del cambio, hacen muy complejo hacer predicciones sobre el porvenir del 26-J en este contexto.
El cambio de criterio de Podemos aceptando ahora la coalición con la IU de Alberto Garzón que rechazo para el 20-D, cuando el joven dirigente comunista decía que “Podemos ha aceptado gran parte del discurso de la derecha” (El País, 14/12/2015), es un indicio de este presumible bajamar popular. La rectificación obedece a haberse invertido la tendencia de apoyo para las filas moradas. Mero cálculo electoral que se vende en la excusa de favorecer la remontada. Igual que lo fue la rotunda negativa de Izquierda Unida a unirse a Podemos cara a la consulta europea en 2014.
Sin embargo hoy es en el núcleo de las confluencias donde se pueden producir situaciones turbulentas. Porque aquella frescura que esos grupos demostraban en sus inicios hoy revela sus primeros achaques, y los efectos pueden convertirse en un lastre para el ansiado sorpasso. La lógica del consenso y la equidistancia aséptica parece haberse instalado en el nuevo municipalismo como forma de supervivencia. Basta con mirar los trasiegos en que andan metidas dos de sus más emblemáticas representantes, Ada Colau y Manuela Carmena, acariciando una saga-fuga hacia posiciones del PSC-PSOE. De salvados a sálvame.
Ese punto de encuentro para la regidora catalana ha culminado pactando con los socialistas catalanes en el ayuntamiento concediéndoles el puesto de segundo teniente de alcalde en la persona de Jaume Colboni. Un acercamiento forzado por la precaria minoría que ostenta el grupo de Barcelona en Comú en la corporación, para el que no ha sido impedimento el hecho de que el nuevo asociado del PSC esté investigado por presunto tráfico de influencia durante su etapa en el Consell Audiovisual de Catalunya (CAC). Esta “anomalía” se encadena a una serie de desencuentros con su entorno natural, entre los que hay que citar el conflicto con los manteros, las broncas con la CUP; el enfrentamiento con sindicalistas a raíz de la huelga de TMB; y recientemente el conflicto del meritorio CSO Banc Expropiat, una especie de Can Vies en pleno Barrio de Grácia, que ha pillado al consistorio más del lado del problema que de la solución. El revés llega cuando al efecto Colau le nacía un apoyo con el estreno del documental sobre su trayectoria civil (Alcaldessa), sincronizado en su botaduras con otro film producido por el dueño de Público sobre la figura de Pablo Iglesias (Política: manual de instrucciones).
Parecidas horas bajas acusa también su compañera de fatigas de Ahora Madrid. Al paso alegre del “buenismo”, Manuela Carmena va defraudando las expectativas depositadas por muchos ciudadanos en el colectivo que lidera y devaluando su programa de mínimos. Sonora e indigna fue su embestida pública contra los “titiriteros”, cuando califico la actuación que el mismo ayuntamiento había autorizado de “deleznable”, llegando incluso en un primer momento en apoyar la denuncia de la Audiencia Nacional; errática la creación de un nuevo equipo de trabajo para renovar el callejero de acuerdo con la Ley de Memoria Histórica, integrado por los sectores más contrarios a la reparación integral de aquella afrenta civil; regresiva la anulación de la promesa electoral de remunicipar los servicios públicos de limpieza; y contradictoria y de dudosa ética la medida de subvencionar con un millón de euros a una empresa radicada en el paraíso fiscal de Singapur para que Bollywood 2016 (los Oscar del cine indio) se celebre en Madrid.
Una compendio de desavenencias que aleja tanto Ahora Madrid de su pareja de coalición Ganemos Madrid como acerca a los “carmenitas” al PSOE de Carmona, el dirigente socialista que se compinchaba con el delincuente ultra Luis Pineda (otro compi yogui), el patrón de Ausbanc, para desestabilizar a la corporación madrileña por su flanco quincemayista. Es como lo de reivindicarse “socialdemócrata” (“una especie del pasado”, según Errejón) por Pablo Iglesias en Sitges, ante la plana mayor de un empresariado que aplaude el austericidio, proyecta abolir el salario mínimo, demoniza las cotizaciones sociales, que es más menos lo que anuncia el presidente de la CEOE Juan Rosell diciendo que en el siglo XXI retrocederemos al XIX a nivel de empleo. ¿Ante esta afrenta qué se hubiera esperado de un político diferente de “las casta”? Algo así como que les hubiera dicho con exquisita educación: “señores, con el máximo respeto hacia sus ilustres personas, pero yo estoy en política precisamente para poner coto a sus abusivos intereses”. Nunca que haya intentado convencerles de que con Podemos los grandes inversores pueden estar tranquilos, poniendo como ejemplo las experiencias de Barcelona y Madrid. Para ese viaje no se necesita asaltar los cielos. Y la pregunta cara al 26-J es si el desmadre de las confluencias perturbará el cómputo del publicitado sorpasso.
Todo esto seguramente tiene que ver con una falsa percepción de la realidad institucional. Como ya advirtiera el jurista Hans Kelsen el derecho es un sistema de normas que “no puede ser estudiado tomando aisladamente una norma”, porque “las relaciones que las integran son tan importantes como las normas mimas”. O sea, que el Estado de Derecho imprime carácter y crea adicción, no hace prisioneros. Al margen, claro está, de los ataques de bilis que propaga la derechona y los infundios de la caverna mediática y púlpitos adheridos.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid