Artículo de opinión de Rafael Cid

“Hace falta mucha filosofía para poder

apreciar lo que se ve todos los días”

(J .J. Rousseau)

“Hace falta mucha filosofía para poder

apreciar lo que se ve todos los días”

(J .J. Rousseau)

Lo relevante de lo expresado por las urnas el 25 de septiembre en Galiza y Euskadi está en la letra pequeña. No en quién ganó las elecciones, aspecto que no ha deparado sorpresas, al menos en las posiciones de cabeza. Lo verdaderamente importante radica en el apellido del perdedor y en el grado de su descalabro: las dos filiales del PSOE en ambas circunscripciones. No solo porque el resultado trastoca el mapa político en esas comunidades al ceder los socialistas el liderazgo de la oposición a nuevos actores, más o menos emergentes (En Marea y Bildu, respectivamente). Sino, y sobre todo, porque la quiniela triunfadora está destinada a minar el pendular equilibrio del Estado. El revés sin paliativos cosechado por el PSG y el PSE, depuestos al tercer (en votos superado por En Marea en Galiza) y cuarto/quinto lugar respectivamente (en Euskadi compartiendo posición en escaños con el PP) en autonomías donde antes habían gobernado, supone la primera derrota seria que sufre el Régimen del 78.

La Transición se pactó sobre tres axiomas luego consagrados por la Constitución. La economía de libre mercado, la restauración borbónica en la figura del rey designado por Franco y la “indisoluble unidad de la Nación española” (Art. 2 C.E.). Y eso es precisamente lo que, en buena medida, ha saltado por los aires el pasado domingo. El bipartidismo dinástico hegemónico, esa alternancia en el poder sin entrañar verdadera alternativa, el turnismo que durante 38 años ininterrumpidos han oficiado PSOE y PP, como yin-yang institucional, acaba de perder un pilar fundamental. A partir del 25-S resultará muy complicado reconstruir los puentes del tándem PP-PSOE con un Partido Socialista noqueado y a merced de los elementos en esos dos territorios históricos.

Ciertamente lo ocurrido ha sido la constatación de un fracaso ya anticipado hace un año. Cuando el PSC fue superado por la startup de Albert Rivera en los comicios catalanes de 2015. Aquel fue el primer aviso de que los días de gloria del socialismo estaban llegando a su término. Un final humillante para un partido que poco antes había ocupado la Generalitat y ostentado órganos de poder en aquella comunidad. Entonces la sociedad catalana mandó un rotundo mensaje de desconexión con Madrid al relegar tanto al PSC como al PP a los primeros puestos en la desconfianza de los electores.

La conclusión que cabe extraer de estos acontecimientos es que tenemos un mapa político errático, que ya solo se sustenta sobre el imaginario de una Constitución zombi y la propaganda de los medios adictos. Las dos formaciones, conservadora y socialdemócrata, conjuradas desde hace casi cuatro décadas para sucederse en el poder y guardar las esencias del consenso han mutado en mero simulacro por obra y gracia de la voluntad popular. El escrutinio de las generales del 26-J ya arrojo un panorama complicado para sus respectivas estrategias, dado que PP y PSOE juntos a duras penas captaron el cincuenta por ciento de los votos emitidos. Caída en desgracia que ahora se completa con el derrumbe socialista (pasokización) encadenado en la antigua Galeusca (Galiza, Euskadi y Catalunya). ¿Con qué legitimidad un bipartidismo menguante va a seguir vetando el derecho a decidir a una sociedad que acaba de mandarle a la casilla de salida? En esas latitudes, el grito se repite: ¡no nos representan!

Lo otra gran lección del 25-S es que el sorpasso periférico ha procedido de la iniciativa de partidos fogueados en los movimientos ciudadanos y las candidaturas municipalistas. Ni caballo de Troya ni asalto a los cielos. El duopolio reinante se ha cuarteado por los flancos, colateral y pacíficamente. Allí donde el candado de la ley electoral, el verdadero atado y bien atado del tinglado, nunca pensó que se diera la batalla. La impostada democracia representativa, ese simulacro donde elector y legislador se desconocen olímpicamente, ha cedido ante la irrupción de la democracia de proximidad, la práctica que empatiza la política con rostro humano. El espacio político que, aún con todas sus limitaciones y patologías, permite alguna participación de la gente en la gestión directa de la polis.

Se ha roto el maleficio. En adelante habrá que recauchutar las coordenadas del centralismo y donde ponía “indisoluble” poner “soluble” y donde “unidad” colocar “diversidad”. De tanto llevar el cántaro del particularismo a la fuente del absolutismo ya son mayoría los que comprenden que es mucho más lo que les separa que lo que les une de la Marca España.

Rafael Cid

 


Fuente: Rafael Cid