El feminismo también puede preguntar por las formas en las que políticamente son construidos los hombres y las limitaciones y prohibiciones que condicionan dicha producción. Es más, el feminismo no solo puede sino que realmente se ocupa de esta reflexión, y lo hace cuando se pregunta por las formas en las que políticamente se regula el sexo, el género y la sexualidad.

 
Marya Hinira Sáenz

Hace unos días vi publicada en una red social una fotografía de una joven que sostenía un cartel con el que mostraba su posición de rechazo a los piropos. Lo que llamó mi atención no fue el cartel, pues cada vez es más frecuente el cuestionamiento de la práctica de apropiación pública de los cuerpos de las mujeres.

Hace unos días vi publicada en una red social una fotografía de una joven que sostenía un cartel con el que mostraba su posición de rechazo a los piropos. Lo que llamó mi atención no fue el cartel, pues cada vez es más frecuente el cuestionamiento de la práctica de apropiación pública de los cuerpos de las mujeres. La imagen fue respondida con comentarios como “No esperes que te ceda el puesto, yo también me canso”, “No esperes que te pague la cuenta” y otros similares.

Hasta ahí tampoco había visto nada llamativo, finalmente es evidente que quienes creen que los piropos deberían ser entendidos como una frase amable e incluso halagadora no les gusta que les pidan que no lo hagan. Sin embargo, estos comentarios me hicieron pensar en una serie de imágenes que circularon algunas semanas antes en la misma red, que sin duda llamaban a la reflexión. En cada imagen había dos frases: la primera era un dato estadístico que mostraba que en varias situaciones los hombres sufren más violencia que las mujeres; la segunda frase era la misma para todos los casos: “Pero no es un problema de género”. Por ejemplo: “Los hombres constituyen el 93% de la población carcelaria… Pero no es un problema de género”1, “En Colombia, el Ejército realiza cacería de hombres para obligarlos a servir… Pero no es un problema de género”2 o “El 98% de los soldados españoles muertos en Afganistán son hombres… Pero no es un problema de género”3.

Dejaré de lado la discusión de la veracidad de los datos de las imágenes (para lo que me interesa mostrar, eso no es relevante) y me centraré por un momento en la segunda frase escrita en ellas. ¿Por qué hacer énfasis en que, para algunos, dichas situaciones no son problemas de género? ¿A quiénes se acusa? Se acusa a un contradictor que ha sido creado en la simplificación de sus argumentos. Ese contradictor no es otro que una versión disminuida del feminismo. Aunque por supuesto la intención que se quería transmitir con las imágenes estaba mucho mejor elaborada que los comentarios a la foto de la joven, en ambos casos hay una postura compartida que puede resumirse así: los hombres también se ven afectados en razón de su género, y las feministas han hecho caso omiso de esta situación. También en la academia, lugar que debe caracterizarse por la argumentación, la crítica y la autocrítica, se repiten posiciones como esas. No se trata entonces solamente de opiniones que circulan en redes sociales, sino de creencias arraigadas incluso en los espacios donde se construyen explicaciones de la realidad con pretenciones de veracidad y objetividad. Es más, en general estas son solo expresiones concretas de creencias que se encuentran arraigadas y que se repiten en la cotidianidad.

¿Se ha equivocado el feminismo? ¿Al sacar a la luz las violencias que viven las mujeres ha cometido una injusticia con los hombres? Cualquiera que conozca un poco de la historia y los planteamientos del feminismo podría pensar que las preguntas, así como la acusación, se responden fácilmente con un “no”. De allí que no deje de ser una opción tentadora ignorar los comentarios y las imágenes, sobre todo si se considera que en internet se encuentra un sinnúmero de opiniones, muchas de ellas poco fundamentadas, de las que los ejemplos que he mencionado serían solo una muestra. Sin embargo, dado que estas posiciones son lugares comunes para cuestionar e incluso deslegitimar una lucha política particular, no está de más ocuparse de ellas. Incluso puede afirmarse que es una tarea necesaria.

Como ya lo ha explorado el feminismo, las relaciones que regulan el sexo y el género tienen consecuencias en toda la humanidad. No pretendo contrariar esto para señalar que las formas como estas relaciones afectan a los hombres es algo que carezca de importancia; por el contrario, considero que en principio no debería haber ningún inconveniente cuando se denuncian las violencias que marcan la vida de los sujetos que son construidos como hombres. No obstante, como ya lo mencioné, en las posturas que he usado como ejemplo el propósito no es solamente hacer esta denuncia, sino cuestionar las demandas del feminismo a partir de una interpretación simplificada de él, que oculta la resistencia a poner en cuestión un lugar social de privilegio.

¿Por qué es posible afirmar que hay una interpetación simplificada del feminismo? Porque si bien lo que se encuentra en el reclamo a la supuesta omisión a las situaciones de opresión de los hombres no es una oposición explícita a las exigencias históricas y actuales del feminismo, en el reclamo hay una acusación injusta, una invisibilización y un olvido. Iré paso a paso. Hay una acusación injusta porque, por una parte, se presume que el feminismo solo se ha preguntado por las mujeres. Se olvida con esto que, como ya lo dije, las preguntas por la manera como se configura el género, el sexo y la sexualidad incluye, sin lugar a duda, a toda la humanidad y no solo a una parte de ella. Ahora, es innegable que las reflexiones del feminismo han estado orientadas de manera importante a hacer evidente las situaciones de violencia que recaen sobre los sujetos que son construidos como mujeres. Pero aunque la crítica estuviera dirigida a esto último y no a que solo denuncie la situación de opresión de las mujeres, es decir, aunque la crítica recaiga en el énfasis explicativo y no en una ceguera explicativa, la acusación es injusta porque se le exige al feminismo que no cuestione principalmente aquello que motivó su emergencia. Es casi como si se le pidiera al marxismo que no reflexionara sobre el capitalismo.

Pero, por otra parte, mientras se demanda que sobre los hombres recaen ciertas violencias que no afectan en igual medida a las mujeres, se desconoce que en muchos casos esto sucede porque a las mujeres se las ha construido como sujetos que pertenecen al ámbito de lo privado y no de lo público, o que se las considera débiles o incapaces para algunos oficios de los que sí se deben ocupar los hombres. En otros términos, si hay más hombres muriendo en las guerras, el problema es que la guerra ha sido considerada como una actividad en la que las mujeres no deben participar directamente. Su participación aparece en otras dimensiones, como la madre que pierde a sus hijos, como la que atiende los cuidados de los heridos o como el cuerpo del que puede tomar posesión el hombre que se encuentra armado, por mencionar algunas. Así, mientras se le imputa al feminismo el tener un velo que lo hace ciego a las violencias que recaen en lo masculino, se invisibilizan las opresiones con las que se delimita lo femenino.

Alguien podría pensar que el escenario anterior es extremo, que ahora hay menos desigualdad y que, en razón de ello, el feminismo debería hablar en lenguaje menos radical. Es lo que se quiere manifestar cuando alguien dice “Pero ahora hay muchos hombres que también se ocupan de las labores domésticas mientras sus esposas salen a trabajar”. O, para seguir con el ejemplo anterior, cuando alguien dice “Ahora hay mujeres que ocupan altos cargos en las instituciones militares”. En este tipo de expresiones es frecuente que lo particular tome el lugar de lo general: “en algunas familias”, “algunas mujeres”, “algunos hombres”, y con eso se pretende aplacar condiciones estructurales de opresión y explotación. Por lo demás, no hay que olvidar que si ha disminuido la desigualdad en algunos contextos, si hay algunas cargas mejor distribuidas ente hombres y mujeres, si incluso ahora es plosible ver que ciertos roles pueden ser intercambiados, es porque la lucha política del feminismo ha tenido resultados concretos. Los cambios sociales nunca han sido favores cobrados ni mucho menos regalos a los subordinados. Los logros del feminismo no pueden ser usados para invalidar o desvalorizar sus demandas, por el contrario deben ser vistos como la evidencia irrefutable de su pertinencia.

Insisto, el feminismo también puede preguntar por las formas en las que políticamente son construidos los hombres y las limitaciones y prohibiciones que condicionan dicha producción. Es más, el feminismo no solo puede sino que realmente se ocupa de esta reflexión, y lo hace cuando se pregunta por las formas en las que políticamente se regula el sexo, el género y la sexualidad. Pero reflexiona sobre esto mientras cuestiona los privilegios que en esas regulaciones son asociados a quienes son construidos como hombres. El feminismo no puede obviar esta última dimensión, porque son dimensiones inseparables. Por eso cuando se denuncia un supuesto velo u omisión explicativa, se busca limitar al feminismo en su capacidad crítica. Cuando se lo cuestiona por medio de una acusación injusta, de la invisibilización de la opresión de las mujeres y del olvido de sus logros se revela, en últimas, una fuerte resistencia a transformar el lugar de privilegio de la masculinidad.