Artículo de opinión de Rafael Cid

La legislatura que ahora despunta en fase nasciturus tiene algunos ingredientes de sal gorga que recuerdan aquella estúpida película de aviones sin radar que tanto hizo reír a la simplonería y a la expresión “la política hace extraños compañeros de cama”, de Manuel Fraga, el hombre que rebuznaba a los caballos. Pero para no incurrir en lo trivial me quedo con otro enunciado, el atribuido al filósofo Herbert Marcuse: “lo que no es química es política”.

La legislatura que ahora despunta en fase nasciturus tiene algunos ingredientes de sal gorga que recuerdan aquella estúpida película de aviones sin radar que tanto hizo reír a la simplonería y a la expresión “la política hace extraños compañeros de cama”, de Manuel Fraga, el hombre que rebuznaba a los caballos. Pero para no incurrir en lo trivial me quedo con otro enunciado, el atribuido al filósofo Herbert Marcuse: “lo que no es química es política”. Porque igual que en la tabla periódica hay metales nobles y gangas, en los partidos políticos también se dan reacciones que antes nadie habría sospechado, una vez el voto depositado en las urnas pasa a mejor vida. Alianzas y amalgamas que sometidas a la disciplina de la diplomacia paralela hacen que lo que hasta ayer era blasfemia y alta traición parezca el colmo de la sabiduría.

Estamos ante una Segunda Transición que irrumpió tras el 20-D pero que en realidad se incubó antes en la periferia catalana, en el contexto del acuerdo in extremis entre Junts pel Si y la CUP que provocó la investidura de Puigdemont tras cederse la primogenitura de Artur Mas.  Entonces se confabularon dos bloques, que no dos mitades electorales. De un lado, el del Proces y el Paquete del Rescate Social, elevado a categoría de compromiso entre los signatarios proindependentistas;  y del otro, el formado por Ciudadanos, PSC, Catalunya Sí que es Pot y PP, que sin más matices dieron un “no” cerrado a las pretensiones soberanistas de sus oponentes. Resumiendo la película: Convergencia entregó a su líder para salvar al partido; la CUP rompió su virginidad para mantener su palabra, y el popurrí de los cuatro en línea mostró que era mucho más lo que les unía que lo que les separaba.

Eso hasta ayer. Ahora en el escenario que se abierto para formar gobierno de la nación la perspectiva es ambidiestra. Toma de aquella experiencia el atrezo beligerante, aunque los protagonistas son en lo esencial los mismos que allí se disciplinaron en  frentes irreconciliables. También en esta ocasión hay un partido ganador, el PP, que no logra apoyos para investir a Mariano Rajoy, y un emergente, Podemos y sus confluencias, que puede ser clave para decidir la partida. Y como con la CUP, el problema radica en que los de Pablo Iglesias necesitan que los de Ferraz acepten su línea roja sobre el irrenunciable referéndum con garantías en Catalunya. Papeleta que los socialistas a través del ordeno y mando de su comité federal han rechazado de plano. Luego, el panorama final es: o nuevas elecciones o Podemos incumple su palabra por causa de fuerza mayor. Lo que no hizo la CUP.

Eso explica lo que no vemos. Es decir que bajo la espuma de una bronca cara al público entre PSOE y Podemos, se vayan avanzado posiciones mediante una diplomacia paralela, tan sucia y homicida como todas las guerras no declaradas, aquellas cuya primera víctima es la verdad. La publicidad de los actos políticos, que es un principio elemental de todo proceso democrático (luz y taquígrafos), empieza ya con mal pie en los prolegómenos. De aquí que, de una parte y para bajarle los humos, Podemos se vea menospreciado en la mesa del Congreso y tenga en el alero el reconocimiento de las confluencias como grupos propios, y por otra que Pedro Sánchez ayude a constituirse como grupo en el Senado a los mismos que el PSC denigró en el Parlament  (Democracia i Libertat y ERC), además de ceder al PNV un puesto en su mesa. 

Entre premios a los nacionalistas vacos y catalanes, y castigos a Podemos, un Pedro Sánchez crecido ante la adversidad ha logrado invertir el orden de los factores: si Más cayó por el bien de Convergencia, Sánchez aguanta a costa de la integridad del PSOE. Aunque todo es muy volátil y extremadamente frágil, de momento ya no es Podemos quien pone condiciones al PSOE sino al revés. Hasta el punto de haberle pagado con su misma moneda al situar a Pablo Iglesias ante la encrucijada de apoyar una salida de izquierdas a la portuguesa con el PSOE o dejar vía libre al PP. ¡Qué finura la del zascandil  Iceta, que ha pasado de denunciar la deriva separatista de JXS en el Parlament a validar que el PSOE se encame con ellos en el Senado, donde nada más llegar proclamaron su fidelidad a la futura república catalana!

Pero quien algo quiere algo le cuesta. Y la abstención de los nacionalistas, previo hipotético pacto de aquella manera entre PSOE y Podemos, es condición sine qua nom para que en una segunda votación Pedro Sánchez pueda obtener la mayoría simple precisa para ser investido presidente (con un PNV positivado). Todo ello si a lo largo y ancho de este difícil viacrucis los barones socialistas no se echan al monte y le mandan al carajo, y si la cacería contra Podemos por la pista iraní no acaba estrellándole. Por cierto, en esta operación aterriza como puedas nadie reconoce, como afirmó Ada Colau respecto a lo ocurrido en el expediente Mas, que estén condicionados por el miedo a las urnas. Cosa no solo cierta, sino que representa la gran baza de Sánchez para amedrentar a la contra interna dado sus funestas expectativas. Tampoco que lo que no han ganado en las urnas el 20-D lo intentan lograr negociando. Como buenos creyentes, maldicen el delito y compadecen al delincuente.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid