Artículo de opinión de Enric Tarrida, secretario de Comunicación del País Valenciano y Murcia
Estamos ante un 1 de mayo insólito, un 1º de mayo sin pisar las calles, sin poder salir de casa, sin poder manifestarnos. Este año no tendremos nuestra especial jornada de lucha y fraternidad como clase trabajadora. Pero no renunciamos a declarar nuestro empeño en una sociedad más humana, sin desigualdades, sin excluidas, una sociedad donde unos pocos no vivan (cómo viven) del trabajo de la mayoría.
Estamos ante un 1 de mayo insólito, un 1º de mayo sin pisar las calles, sin poder salir de casa, sin poder manifestarnos. Este año no tendremos nuestra especial jornada de lucha y fraternidad como clase trabajadora. Pero no renunciamos a declarar nuestro empeño en una sociedad más humana, sin desigualdades, sin excluidas, una sociedad donde unos pocos no vivan (cómo viven) del trabajo de la mayoría.
Las duras situaciones que están padeciendo hoy miles de personas deben servir para reforzar nuestros valores de solidaridad, nuestro anhelo de justicia, nuestro convencimiento que el ser humano tiene en el apoyo mutuo su mejor herramienta para superar las graves situaciones que sufre como especie, y que hoy es básicamente el esfuerzo y sacrificio de las personas trabajadoras lo que nos puede salvar de la pandemia. Son auxiliares, enfermeras, médicos quienes en primera línea se juegan incluso sus vidas para salvar las ajenas. Son las personas trabajadoras de la limpieza, los agricultores, pescadores, personal de la alimentación, conductores, marinos, estibadores, periodistas… quienes, muchas veces con escaso medios y bajos salarios, se la juegan para permitir que esto funcione.
Son las trabajadoras y trabajadores, como siempre, los que dan la cara en los momentos difíciles, las que se dejan la piel, quienes no se esconden en sus villas, ni disfrutan de un confinamiento de lujo. Hoy es necesario pararlo todo, el mercado ya no es el dios supremo, los ricos se ocultan aunque los especuladores sigan haciendo su agosto. Por suerte hoy no confundimos precio con valor, y sabemos que no todo se puede medir con la vara de la economía mercantilista que rige nuestra sociedad.
Somos nosotras, quienes sufrimos por lo propio y por los demás, quienes debemos atender a las personas enfermas, compartir los padecimientos, las muertes, las pérdidas de seres queridos. Somos nosotras quienes también pagamos la situación con la pérdida del trabajo, quienes tenemos horizontes de incertidumbre sobre nuestras vidas y la de nuestros iguales.
Hoy muchas personas conviven entre miedos; miedo a la enfermedad, miedo al desempleo, miedo al futuro.
Se dice que la solidaridad es la ternura de los pueblos, hoy más que nunca podemos sentirlo, percibir este valor como imprescindible para salir enteros, de la debacle, como personas y como sociedad.
Desde la CGT, igual que otros colectivos, llevamos luchando, desde el más absoluto ostracismo, por lo público, por una enseñanza pública y de calidad para todas, por los transportes públicos, por un ferrocarril público y social, por el salvamento marítimo, por centros para personas mayores fuera del negocio… y como no, por una sanidad pública y de calidad, donde todas tengamos asegurada la asistencia que necesitemos, y cuyos profesionales trabajen en condiciones justas y dignas. Venimos denunciando que hay muchos servicios que no pueden estar gestionados de modo privado, que el afán de lucro no puede convivir con su propósito, que nadie debe hacer negocio de ello, de nuestra salud, de la educación de nuestros hijos, del cuidado de nuestros mayores… Que no lo debemos permitir, ni ahora ni nunca.
Del mismo modo desde la Confederación luchamos y exigimos sin descanso los derechos sociales que aseguren que nadie quede excluido de tener una vida digna; del derecho a la vivienda, a un trabajo digno, de una renta de las iguales.
Hoy estas afirmaciones no resultan tan ajenas al sentir de la población general. Los defensores de “vender” los servicios públicos al mejor postor, de dejarlos en manos del sacrosanto libre mercado, callan agazapados esperando mejor momento, confiando en la corta memoria del ser humano.
Cuando se evidencia que la existencia de una sanidad pública es la que está permitiendo que esto no se desmorone, las voces privatizadoras enmudecen, sabedoras que su alternativa es, en estos momentos, obscenamente insoportable, es decir que quien no tuviera como pagársela, se jodiera (ver ejemplo de EEUU), esta opción es inviable en nuestra sociedad. Tenemos claro que pocas nos podríamos permitir pagar una sanidad privada, que muchas quedaríamos abandonados a nuestra suerte, o en el mejor caso en manos de la beneficencia.
La sanidad pública ha dado el do de pecho, y a pesar de sus recursos menguados desde la crisis, de los recortes sufridos, de estar trabajando siempre al límite, sus trabajadoras y trabajadores hacen posible lo imposible. De todo esto se ha dado cuenta toda la sociedad, y así se manifiesta cada día, en actos simbólicos y en otros mucho más reales.
Pero no nos engañemos, nuestras “salvadoras” no son de hierro, enferman y se derrumban ante lo que están viendo y sufriendo, y no todas se podrán levantar. Ellas y nosotras necesitamos que no solo ahora, sino también mañana y pasado, nos acordemos de todo esto. Aprendamos la lección de lo que es importante de verdad, para vivir, para sobrevivir, y que debemos cuidarlo y mimarlo, porque en ello van vidas y nuestros futuros, los de nuestros hijos, familiares y amigos, los de todos. No tengamos duda de que otros malos tiempos vendrán, y solo lo servicios públicos sirviendo al interés común y general de todas nos pueden salvar, solo el apoyo mutuo, solidario y generoso nos permitirá salir airosas.
Hoy descubrimos que podemos vivir sin futbol, sin tour, sin olimpiadas, pero no sin nuestros profesionales sanitarios, sin la agricultura, sin la pesca, sin el transporte que nos hace llegar los productos de primera necesidad. Hoy la ley de la selva del modelo político que nos quieren imponer cotiza a la baja.
Mañana acordémonos de esto, por favor, es cuestión de supervivencia, no lo olvidemos. Porque “el bicho” no está muerto, solo agazapado, esperando su momento. Más allá de los aplausos, de las loas, hay que asumir sin complejos que solo con la lucha diaria en defensa organizada de nuestros servicios públicos, en la construcción común de una sociedad más justa y solidaria, tenemos futuro. Grabémoslo a fuego en nuestro ADN, para que cuando esto pase, no nos dejemos engañar de nuevo, con lo cantos de sirena de los tahúres.
Recordemos para estos momentos y para otros también muy importantes, no tener memoria, olvidarnos de nuestra historia, nos condena a repetirla.
Salud
Enric Tarrida
Secretario de Comunicación del País Valenciano y Murcia
sp-comunicacion@cgtpv.org
Fuente: Enric Tarrida