Artículo publicado en Rojo y Negro nº 399, abril 2025
Corría el año 1993 cuando un reconocido antropólogo inglés de la Universidad de Oxford, Robin Dunbar, expuso su tesis sobre el “cerebro social”. En ella hipotetizaba, a partir de la observación de primates, que los seres humanos podríamos crecer tanto a nivel intelectual como mejorar en salud mental a través de nuestras relaciones sociales. Sobre esto vamos a hablar.
Al decir Redes de Apoyo Social (o Apoyo Mutuo) nos referimos a la conexión que establecemos con otras personas de las que obtenemos sustento material, informativo y, lo que es más importante, emocional. Estas redes estarían compuestas de manera diversa tanto por familiares como por vecinas, compañeras de trabajo, compañeras sindicales o amigas, en general, por personas afines. Se han realizado estudios en los que se correlaciona calidad y tamaño de la Red de Apoyo Social a la que se pertenece y la probabilidad de padecer una psicopatología y que han constatado que nuestra salud mental mejora si participamos en una de estas redes de forma activa y solidaria.
Lo cierto es que, con el transcurso de los años, según sumamos edad, nuestras compañeras de viaje suelen ir disminuyendo justamente cuando quizá dicha compañía es más importante en nuestra vida cotidiana. Desde luego, no perdemos la capacidad de conectar con otras personas, pero sí, tal vez, la subestimamos por diversas circunstancias personales. Las relaciones de apoyo social van mucho más allá de la familia o de las cuatro amigas del barrio, implican una conexión, un compromiso verdadero tanto en aspectos emocionales como materiales e instrumentales. Esta experiencia mejora nuestra integración en la comunidad a la que pertenecemos y nuestro bienestar. La idea fundamental del apoyo social es que no estamos solas a la hora de enfrentarnos con los retos de la existencia.
Si Dunbar hablaba de cerebro social hace treinta años, otros autores han dicho y repetido hasta la saciedad que somos “animales sociales”. Para confirmarlo, mucho antes que este investigador, poseemos la magna obra de Piotr Kropotkin “El apoyo mutuo. Un factor de evolución” (1902) que incide precisamente en la idea de que una especie puede sobrevivir y evolucionar a través de la cooperación. Desde el nacimiento conectamos con nuestras cuidadoras, aspecto este imprescindible para que nuestro desarrollo evolutivo se produzca. Se ha demostrado que un “bebé que recibe amor y atención de sus padres crecerá más seguro y equilibrado emocionalmente que aquel que se enfrenta a la indiferencia o el abandono” (Soriano, 2023). Del mismo modo, según crecemos, nuestra identidad y personalidad va a estar directamente relacionada con el signo de estas relaciones.
El apoyo social puede tomar las diversas formas que ya se han citado pero que recalcamos: apoyo emocional, apoyo instrumental, apoyo informativo o apoyo en forma de acompañamiento sin ir más lejos. Cada una de ellas cumple su función y, en suma, son facilitadoras de la vida diaria. Naturalmente, sería ideal que pudiéramos encontrarlas en nuestra comunidad, es decir, que fueran relaciones de proximidad. Uno de los grandes males de vivir en una ciudad grande, como puede ser Madrid, es la distancia que nos separa de nuestras compañeras. Las redes de apoyo social se pueden construir en los distintos ámbitos de la vida: a nivel laboral o en el lugar en el que vivimos y también se podrían extender a lugares más alejados, complicando esto un apoyo más directo y efectivo.
Las virtudes que lleva implícitas el apoyo social están relacionadas con nuestra seguridad interna y externa:
a) Se produce una reducción clara del estrés vital. Se podría decir que amortigua el afrontamiento de los estresores de la vida cotidiana. Compartir alivia la tensión emocional y hace que se modifique la percepción de amenaza.
b) Disminuye el riesgo de padecer una psicopatología. Mejora la salud mental. La seguridad emocional proporciona bienestar psicológico.
c) Mejora la autoestima y la autoconfianza y por tanto nuestra capacidad de afrontamiento.
d) Nos ayuda superar las experiencias traumáticas.
e) Además, las redes de apoyo social desarrollan la empatía, hacen que pensemos desde un punto de vista colectivo más plástico y tolerante, así como solidario.
Por el contrario, plantearnos la vida dentro de esta sociedad a nivel individualista supone una serie de rémoras que la va a hacer más difícil y que va a tener costes sobre nuestra salud en general:
a) Soledad no deseada.
b) Estrés al tener que afrontar los retos de la vida cotidiana sin apoyos.
c) Vulnerabilidad psicológica debido a la acentuación de la incertidumbre y el miedo.
d) Problemas de cuidados.
e) Falta de motivación ante la vida y crisis en cuanto al sentido de la misma.
¿Cómo construimos o participamos en una red de apoyo social (apoyo mutuo)?
Esta red puede estar ya construida, pero, en cualquier caso, hay que relacionarse con personas afines con las que poder establecer una comunicación abierta y basada en la solidaridad, con las que elaborar vínculos emocionales. Una cualidad importante a potenciar es la de escuchar a la otra persona de una manera abierta y activa y, por supuesto, mantener los contactos sociales en el tiempo.
Ángel E. Lejarriaga
Fuente: Rojo y Negro