Artículo publicado en Rojo y Negro nº 396, enero 2025

«En muchas ocasiones, en las tertulias sindicales surge el tema de… digamos… ¿ventajas? ¿descuentos? ¿beneficios? que ofrecen algunas centrales sindicales como reclamo para conseguir afiliación: cursos de formación, parques de atracciones, dentista, viajes, ropa, teatros, seguros, vinos, lugares de vacaciones y mucho más: tendrás la sensación de pertenecer a un grupo VIP en el “Club CSIF” o podrás ponerte injertos capilares en CCOO. Detrás de estos ejemplos, algunos cuando menos curiosos, hay un debate que nos hace replantearnos el porqué surgieron los sindicatos y su impacto en la vida cotidiana de ayer, de hoy y del futuro.

En el origen, la lucha contra la carestía de vida requería del apoyo mutuo entre la clase trabajadora y, por tanto, surgían asociaciones tales como cajas de resistencia, montepíos, socorros mutuos, de decesos, etc. La Cuestión Social fue la gran olvidada del siglo XIX, pero, según avanzaba el siglo, desde las empresas y el Estado se motivó su creación, incluso la Iglesia tuvo su interés y publicó la encíclica Rerum Novarum queriendo recuperar el espacio social que había perdido. Era necesario impulsar la germinación de este asociacionismo para el avance social, pero legislando para frenar a las ideologías de clase: desacreditándolas en sus demandas y evitando que se asentasen fuera de los límites controlables por las instituciones, Iglesia y Estado, evitando el impulso revolucionario.
Las ventajas que ofrecían, desde las asociaciones católicas hasta las casas del pueblo, son inimaginables actualmente ya que el Estado cubre muchas de las demandas entonces desatendidas. Ofrecían un servicio médico, seguros por enfermedad, subsidio por desempleo, pensión de jubilación, viudedad, orfandad… existían bolsas de empleo, había formación académica desde las primeras letras hasta escuelas técnicas, pero aquí no terminaban las prestaciones que ofrecían pues, según se iba desarrollando la idea del ocio, se crearon espacios de entretenimiento, lugares para practicar deportes, bibliotecas, bailes y música. Todo ello se ofrecía en contrapartida de una pequeña parte del sueldo y alguna obligación en especie o militancia, sin olvidar que existían cláusulas especiales para disfrutar de los derechos como la antigüedad o mecanismos para evitar abusos (no costear al médico si tu lesión era por una pelea o por embriaguez en el trabajo, por ejemplo). Era deseable estar afiliado y, aplicando cierta picardía, por el mismo precio te adherías a la central sindical más ventajosa.
Al Comienzo de la Guerra Civil, la Junta de Defensa Nacional disolvió los entes que formaron parte del Frente Popular y otros similares (como la CNT) en la parte que cayó bajo su poder. Después, un general llamado Franco, con todo el poder acumulado del Ejército y, ahora, del Estado, dictó el Decreto de Unificación por el que creó su propio partido, la FET de las JONS, y disolvió a las demás organizaciones sindicales que pasaron a integrarse en lo que en 1940 se llamó la Organización Sindical Española, es decir, el Sindicato Vertical del Régimen que imitaba los modelos fascistas de un solo ente para las relaciones laborales, con patronos y obreros unidos para mayor gloria de la Patria (a costa de la clase trabajadora).
Tras la Segunda Guerra Mundial cambió la mentalidad de los países occidentales, el Estado asumió la obligación de las funciones sociales: se debían crear organismos únicos y nacionales para establecer los sistemas de pensiones, Seguridad Social, ayudas, enseñanza pública y gratuita, etc. y, por ello, los respectivos sindicatos y demás entes perdieron las funciones sociales en favor del Estado. En nuestras tierras, bajo los intereses de EEUU debido a la Guerra Fría, la Dictadura también necesitó adquirir tintes de modernidad y entre ellos estaba la imitación del “Estado del Bienestar” y otros derechos. Durante el llamado «Milagro Económico Español», el país cogió fuerza y se desarrolló en amplios sentidos, creándose una nueva clase muy beneficiada por las ventajas que ahora daba el Estado (vendido publicitariamente como progresos del Régimen y su “invicto Caudillo”).
Muerto el dictador, llegó la Transición y una nueva Constitución. Fue entonces cuando España se convertía en un verdadero Estado del Bienestar a la europea al recoger los derechos sociales en su Carta Magna: Sanidad, Educación, Servicios sociales… ¿Y ahora qué? El sindicalismo ya no podía ser como antes de la Guerra Civil, pero, a cambio, la nueva Ley Sindical le otorgaba un papel de representatividad en el diálogo social. No tenía sentido que se plantearan aquellas funciones que ya asumía el Estado.
Sin embargo, una vez perdidas muchas de las funciones históricas (prestaciones, bolsas de empleo, socorros…) ni el sindicalismo en general ni mucho menos la propia CGT olvidaron las carencias sociales que podían ser suplidas y que no asumía el Estado. Nuestra organización, en su XI Congreso de 1989, marcó unas líneas que iban en la misma línea de las otras centrales, aunque añadiendo nuestra nota ideológica. Se habló de un Instituto de Promoción Educativa, Social y Cultural, de la creación de conciertos con empresas, del “Astrolabio” como una agencia de viajes, corredurías de seguros y pólizas en la cuota, viviendas sociales, etc., de aquel plan de acción lo único que ha conseguido mantenerse es Ruesta. Por otro lado, las empresas han ido reduciendo su labor social (economatos, trasporte público, becas, descuentos…) y el Estado se ha ido encaminado hacia el neoliberalismo, que no tiene intenciones ni siquiera de mantener lo conseguido con una mínima calidad.
Queremos pensar que los compañeros están en CGT por lo que es, un sindicato combativo, de clase, anarcosindicalista…, sin embargo, podemos intuir que hay un porcentaje de afiliación que se nos acerca únicamente por el servicio jurídico. Otras centrales han conseguido hasta hoy cubrir algunas necesidades reales, por ejemplo, AMPE descuenta en la matrícula universitaria, CSIF en dentistas, USO en combustible, etc. Nos resulta evidente que la CGT no es una empresa capitalista y, sin embargo, la carestía de vida actual nos debe llevar a pensar en la conveniencia de retomar algunos proyectos y hacerlos viables. Aún estamos lejos de plantear una caja de resistencia como ELA, pero participamos en negociaciones colectivas, es decir tenemos capacidad de acción. Podríamos aliviar mucho a una familia solo con un descuento en la matrícula universitaria o con descuentos en el transporte público; a estos niveles de empobrecimiento estamos llegando y necesitamos reaccionar.
Tras la DANA se ha movilizado la Organización para el envío de todo tipo de material a las áreas afectadas de productos básicos y de voluntarios y voluntarias. Ya no se necesitan paquetes de macarrones ni fotos de postureo de lo muy solidarios que somos, las necesidades son reales y rehacer una vida cuesta, quizás sería más útil otorgar préstamos a interés cero (o incluso a fondo perdido). Ante estas situaciones, se puede rezar, hacer minutos de silencio o compartir por redes las típicas frases vacías, pero todas esas cosas juntas no sirven para nada. Debemos recuperar los espacios olvidados por el movimiento obrero, los espacios abandonados por el Estado y que son muy jugosos para los intereses empresariales. Solo el pueblo salva al pueblo, con proyectos reales y tomando la iniciativa. Veamos pues, creemos, crezcamos, y creeremos.

Alberto García Lerma

 


Fuente: Rojo y Negro