Artículo publicado en Rojo y Negro nº 394, noviembre 2024

La jornada de lucha y de huelga general del 27 de septiembre, en solidaridad con el pueblo palestino, fue un éxito rotundo. El paro fue seguido por miles de personas que, además, realizaron todo tipo de actividades para extender la huelga, como los piquetes ante la factoría de Airbus en Getafe, la concentración ante el Ayuntamiento de Alcorcón o las acciones ante empresas que colaboran con el genocidio en barrios como Vallecas o Usera, o en la Diagonal de Barcelona.

Las y los estudiantes paralizaron las clases en las principales universidades y en gran parte de las enseñanzas medias, demostrando que la eterna teoría de la pasividad de la juventud no es más que una reiteración derrotista de los tópicos que ya nos aplicaban a la militancia actual cuando éramos jóvenes. Las manifestaciones fueron masivas en las principales capitales. Una multitud multicultural y repleta de juventud recorrió, por ejemplo, las calles de Madrid, en una demostración de energía y capacidad de lucha que no se daba en esta ciudad desde hace una década. Y todo ello pese (o más bien, gracias) a la ausencia notable de los sindicatos oficialistas.
Debemos extraer algunas enseñanzas de esta exitosa movilización. La primera de ellas es la importancia estratégica decisiva de la iniciativa militante, la relevancia de la acción.
CGT y Solidaridad Obrera asumimos tomar la iniciativa y convertir los vagos llamamientos a la movilización que se habían repetido en los meses anteriores en una acción concreta y relevante. Rompimos con la pasividad, la complacencia y el pesimismo que parecen haberse convertido en la marca de la casa de la “izquierda alternativa” de nuestro país. Superamos la ideología derrotista del “no podemos hacer nada” y del “nadie nos va a seguir si avanzamos” con determinación. Si, como decían los filósofos clásicos de nuestra cultura, “la suerte sonríe a los audaces” transformar las ensoñaciones y la modorra depresiva en acciones reales es una tarea básica del anarcosindicalismo de nuestro tiempo.
Y para ello, tuvimos que enfrentar la tendencia de mucha gente cercana a la pasividad. Una tendencia alimentada por el hecho de que, en nuestras propias filas, se habían hecho fuertes las interpretaciones de la legalidad o de la coyuntura política que interesan al capitalismo y al imperialismo. Si bien sabemos que “las ideas dominantes en una sociedad son las ideas de la clase dominante”, en nuestro medios sindicales y revolucionarios tenemos que hacer un esfuerzo sostenido para no caer en ellas. Ni siquiera la jurisprudencia del régimen entiende que una reivindicación política, entre varias laborales, convierte a una huelga en ilegal y, sin embargo, militantes con experiencia hacían la interpretación contraria dejándose llevar por los “lugares comunes” del derrotismo dominante en los ambientes de la izquierda. Dar “la batalla de las Ideas” es también disolver esa maraña de interpretaciones interesadas de la realidad que nos impide orientarnos en las luchas y que tiende a desmoralizar a la clase trabajadora para garantizar su pasividad.
Además, dejamos claro un asunto importante: frente a la tesis neoliberal de que todo lo que hagamos, a nivel individual o colectivo, ha de tener como objetivo “el éxito” o “la ganancia”, con la huelga del 27s el anarcosindicalismo afirmó la primacía de la ética, el compromiso y la solidaridad internacionalista. Hay cosas que se hacen porque, humanamente, hay que hacerlas. Salgan como salgan. Sin otro objetivo que afirmar los valores de la justicia y la fraternidad. Hay veces, muchas, que hay que actuar, pese a no tener garantías de obtener ningún éxito, para iluminar los aspectos de la realidad que el sistema deja en la penumbra, y que forman una parte central de nuestra forma de ver el mundo. Al apostar por la justicia y la solidaridad con Gaza, como organizaciones de la clase trabajadora, mandamos un potente mensaje al conjunto de la sociedad: no sólo nos preocupan las reivindicaciones inmediatas y materiales, no sólo nos movemos por mejoras en los convenios. También afirmamos la primacía de las vidas de las niñas y los niños del Sur Global, de los derechos humanos para todas las personas oprimidas y explotadas, de la solidaridad de clase como solidaridad humana activa y real.
Además, una movilización de estas características tiene un gran valor para el desarrollo de nuestras organizaciones. Es una herramienta pedagógica de primer orden para nuestra militancia y para el conjunto de la clase trabajadora. Hemos aprendido mucho preparándola, hemos hecho contactos importantes, hemos solidificado relaciones anteriores, hemos estrechado lazos, hemos desplegado recursos técnicos y humanos que hemos tenido que construir en el momento.
Hemos confrontado la tesis de que hay que esperar eternamente el momento “ideal” que, nadie sabe cómo, se dará mágicamente en el futuro sin que hayamos hecho nada para ello, salvo repetir nuestras rutinas de siempre. Frente a esa visión “burocrática” de la acción sindical y social, hemos afirmado, no sólo en la teoría sino también en la práctica, que la acción es lo que siempre rompe los bloqueos. Frente a la supuesta “lucidez” de quienes “aceptan la coyuntura” y mantienen sus rutinas, afirmamos, con John William Cooke, que “aceptar la coyuntura sólo es lícito si, además, desarrollas una estrategia para transformarla, para cambiarla”.
Ahora nos toca profundizar en la construcción de nuestras organizaciones y nuestra coordinación. Nos toca levantar medios de comunicación propios, ya que hemos visto que los “generalistas” no están dispuestos a sacar ni siquiera manifestaciones masivas si no las controlan los sindicatos oficialistas. Nos toca continuar las movilizaciones en solidaridad con la lucha del pueblo palestino. Nos toca estar a la altura de lo que hemos sido capaces de hacer el 27s. Estamos en ello.

José Luis Carretero Miramar

Foto: David Fernández


Fuente: Rojo y Negro