Artículo publicado en Rojo y Negro nº 393, octubre 2024

Es habitual designar como “marrón” a aquellas tareas que alguien tiene que gestionar en función de una elección o designación. Se considera que es una pesada carga que cae como una losa sobre los hombros de la persona designada. No hay alicientes ni recompensas de ningún tipo, solo un trabajo poco atractivo y, habitualmente, poco o nada valorado y, a veces, incluso criticado.

Pedro Sánchez, presidente del gobierno ¿tiene un marrón? ¿Y aquellos que son secretarios generales en los diferentes ámbitos de la CGT? ¿Y Emmanuel Macron, Putin, Nicolás Maduro o Donald Trump? ¿Y qué decir de los marrones que soportan aquellos otros cargos vitalicios como el Papa o el Rey? ¿Cuándo empieza un cargo o responsabilidad a ser un marrón? Y si es un marrón ¿por qué hay quienes ocupan reiteradamente y durante dilatados periodos de tiempo representaciones en todos los ámbitos de la vida sindical, política, empresarial o social? Si es una labor tan ingrata gestionar determinados cargos ¿por qué algunas personas asumen incluso diferentes representaciones simultáneamente y en el mismo periodo de tiempo?
Estas situaciones se dan en todo tipo de actividades, desde la presidencia de un gran banco hasta la presidencia de la comunidad de vecinos. Recurrimos a la expresión ¡Menudo marrón te ha caído! Un marrón es presidir una mesa electoral, no lo has elegido, se te ha designado el azar y para evitarlo no queda otro remedio que el pago de la sanción correspondiente.
Si representar y gestionar, ya sea en nombre de los trabajadores/as y/o de la afiliación, es un marrón, si es una tarea ingrata y no reconocida… ¡mal empezamos! Si la militancia no aprecia la labor de quienes ocupan responsabilidades, por ejemplo, en un secretariado… algo estamos haciendo mal. Aunque tampoco nadie puede esperar el agradecimiento eterno por estar ahí y la exención de crítica.
En consecuencia: ¿estamos castigando a aquella militancia que asume responsabilidades? Podemos estarles desgastando con el resultado, más que probable, de que en un futuro no quieran saber nada o, como se suele decir, “se pongan de perfil” cuando haya procesos electorales. Suele decirse en esta casa que “el que lo propone, se lo come”, tú te propones así que, en definitiva, la persona que asume una responsabilidad tiene un trabajo que desarrollar en solitario y sin apoyos.
De este modo, también se desalienta a la afiliación a presentarse a un puesto de gestión en el sindicato diciendo «no sabes dónde te metes, eso es un marrón», una desmotivación que puede tener otra lectura oculta: mantener en los equipos de gestión a las mismas personas alegando que nadie se quiere presentar y así seguir con un modelo sindical contrario a la ideología anarcosindicalista con beneficios particulares, que no generales para la organización, y en detrimento de la misma. Un sistema que facilita la continua renovación por cooptación de aquellos más afines y dóciles al secretariado saliente generando el paulatino desenganche representante-representado que petrifica una organización cada vez más endógena como forma de sobrevivir y reproducirse sin despertar atractivo ninguno entre los representados.
Nadie obliga a nadie a proponerse para la gestión y representación del tipo que sea en la organización sindical. Cierto es que, en algunos casos, se apela a la responsabilidad para su continuidad, más allá de los tiempos y formas que marcan estatutos y demás acuerdos pactados entre todos aduciendo a la posible desaparición de la organización. Y así, un reducido grupo de personas cubren todas las tareas y puestos perpetuándose en los cargos más allá del tiempo para el que fueron democráticamente elegidos para evitar el cierre del local o de la sección sindical, pero ¿hasta cuándo perdura esta situación?
Llegados a este punto, cabe hacerse dos preguntas:
1ª ¿Qué sentido tiene continuar con una organización que únicamente se mantiene gracias al esfuerzo de un reducido grupo de militantes?
2ª ¿Hay, en esta ecuación, un atisbo del lado débil y oscuro del ser humano ante la exposición al poder?
Cuando se trata de elegir un secretariado o confeccionar unas listas a cualquier candidatura, muchos compañeros y compañeras no se quieren presentar alegando falta de conocimientos, que significa mucho trabajo y esfuerzo o, a veces, que no disponen del tiempo necesario para tal fin; otros exigen directamente la liberación sindical. Hasta aquí, todo correcto, pero no es menos cierto que estas personas afiliadas, a veces, desconocen casi todo de la organización llegando este desconocimiento, incluso, a los principios más básicos de nuestra razón de ser, recogidos en nuestros Estatutos Confederales. Así se establece un “cordón sanitario” entre la afiliación y quienes asumen la gestión. Un mal llamado “cordón sanitario” que provoca una desafección de una parte muy importante de la afiliación al no reconocerse como actores de su organización y de su propio destino. Si desde los órganos de gestión no proporcionamos la formación e implicación de cada nueva afiliación —tarea que, por cierto, debería ser prioritaria— no es de extrañar que nos resulte difícil, cuando no imposible, renovar los equipos de gestión propiciándose la permanencia en los cargos de los mismos grupos durante tiempo indefinido a pesar de incumplirse los plazos estipulados en los estatutos para estas cuestiones.
Asumir la representación de la organización en cualquiera de sus ámbitos supone exponerse a la evaluación continua de la afiliación. Sin embargo, si conseguimos romper los mantras de “la afiliación por la afiliación” y del sindicalismo clientelar implantando la participación, el debate y los acuerdos frente a la “dictadura de la votación” —entendida como única herramienta de toma de acuerdos— conseguiremos reducir la crítica constante, pues las decisiones se habrán tomado por acuerdo en asamblea —único órgano de toma de decisiones que reconocemos—. Entonces y no antes, la crítica, en lugar de causa de enfrentamientos personales, se convertirá en una poderosa herramienta de avances y renovación constantes.
¿Qué debemos cambiar para que representar a la organización no sea considerado un marrón y comience a ser una labor enriquecedora? ¿Cómo gestionamos un sindicato? Lo habitual es que el Secretariado funcione colegiadamente para ser efectivo. ¿Por qué no utilizar los recursos y conocimientos que atesora nuestra organización? Tenemos en la afiliación personas con un alto grado de capacitación a las que podemos recurrir para tareas concretas y bajo la responsabilidad de los secretariados. Se trataría de abrir el secretariado a la afiliación desmitificándolo. La confianza se logra cuando “todos participamos” y, por tanto, sentimos formar parte activa de algo que es más amplio.
La organización tiene que estar abierta a toda la militancia y sus cargos de gestión deben ser accesibles y rotatorios para todos y todas. Es evidente que las personas que durante muchos años han gestionado cargos tienen ciertas habilidades y experiencias adquiridas en el desempeño de la función, pero la organización no puede ser un círculo cerrado solo para una parte que se sucede a sí misma y se reproduce por cooptación pasando de un secretariado a otro. Hay muchos compañeros y compañeras que pueden aportar habilidades y experiencia a la organización y esa es una tarea prioritaria a desarrollar.
Estar en un secretariado debe ser un orgullo y un compromiso para la persona que lo detenta, le permite conocer los problemas del mundo del trabajo y de la sociedad desde una perspectiva más amplia y enriquecedora. Es cierto que son muchos los problemas y que escasean los resultados positivos, pero también permite compartir experiencias con la militancia. Por lo tanto, las élites no deben tener cabida en nuestra organización, hay que suprimirlas y no simplemente reemplazarlas por otras. La clave para superar la actual cultura de la representación en la que vivimos es mostrarnos el poder potencial que tenemos todos/as como actores centrales de nuestro propio protagonismo.

* El título hace referencia a la conocida frase “comerse un marrón”. De origen incierto se ha asociado al color de la mierda, al verbo “marrar” e incluso al “marron glacé” (que fue utilizado por el ejército francés durante la IGM como premio para misiones peligrosas) y significa soportar ineludiblemente una situación desagradable con mejor o peor disposición.

Paco Romero

Sindicato de Banca CGT-Madrid


Fuente: Rojo y Negro