Carme Jareño, Secretaria General Sindicato de Transportes Comunicaciones y Mar de CGT València, trabajadora de Metrovalencia

Todavía con la resaca de la gran manifestación que llenó de dignidad las calles de València el  27S,  volvemos a ocupar el espacio público el domingo 6 de octubre.

La infamia de lo que viene ocurriendo desde hace décadas, que se recrudeció hace ahora un año y que, desgraciadamente, parece no haber tocado techo, merece una solidaridad que ya no puede reducirse a manifiestos de buenas intenciones.

Los conflictos bélicos siempre tienen claros perdedores; los cuerpos siempre los ponen los y las invisibles  reducibles  a cifras y que, sin embargo, pertenecen a esa clase de imprescindibles que sostiene el mundo.  Porque es la clase obrera la  que lo hace rodar y la que lo puede parar.

El internacionalismo no se inventó ayer.  Es algo que reclamábamos cuando un golpe de estado nos arrebató la democracia y cuya falta nos dejó  en el pozo oscuro cuarenta años. La capacidad de traspasar las fronteras es la prueba a superar para no perder nuestra esencia como especie humana.

El pasado 27S había convocada en todo el estado español una jornada de lucha en el contexto de una Huelga General. Pararlo todo es una utopía, ya se sabe.  Las utopías son hermosas en los muros, en las páginas de los libros, en  boca de quienes habitan los márgenes… las utopías son para personas incrédulas que no tienen los pies en la tierra, aunque siempre sea hermoso citar aquello de que la utopía sirve para caminar de Eduardo Galeano.

Qué hermosas las palabras mientras se quedan quietas, cuántos eslóganes publicitarios ha creado el capitalismo apropiándose de quienes querían derribarlo, cuántas llamadas a seguir esperando y confiando en  mesas de negociación que sólo pueden convocarse de arriba a abajo. Pero las palabras a veces caminan, a veces hacen, a veces explotan.  Y se convierten en acción y toman las calles y ejercen derechos.

Una convocatoria de Huelga General es un derecho que, con todo su valor, debe ser tenido en cuenta.  No debe ser banalizado, pero está para ejercerse con la cabeza bien alta, sin miedo a la autocrítica ni necesidad de flagelación.

El 27S se intentó decir basta de una manera más contundente de lo que se puede hacer con una concentración a la puerta de los trabajos o manifestándose en las calles después de cumplir con la dignificación de ganar el pan con el sudor de la frente.

Si se paró todo, si pudo hacerse mejor, si… es fácil de decir por parte de quienes podían sentirse interpelados y así lo fueron. Quienes se dicen alternativos, clase trabajadora, agentes sociales… y no creyeron que era el momento. Porque están acostumbrados a marcar ellos los tiempos.

Los medios de comunicación, los que se pueden sentir interpelados: los públicos, los alternativos, los de los “nuestros”  son otra historia.  Tristes guerras.

Por poner los pies en el suelo, sólo un ejemplo: el 27S se vulneró el derecho a la información por parte de las Empresas Públicas… callamos, a ver si nadie se entera. Porque nos ningunean como clase trabajadora y se ríen de las usuarias de los servicios públicos.

Sólo un ejemplo: Metrovalencia ni siquiera pensó que quienes conducen trenes y atienden a las usuarias son un elemento esencial en una empresa de transporte de viajeros. El caos estuvo servido, pero hubiera podido ser más si, emulando a Saramago en su “Ensayo sobre la lucidez”, nadie hubiera ido a trabajar. Tomemos nota como trabajadores: la fuerza es nuestra, las calles también.  Palestina lo merecía. Gracias a quienes así lo creyeron.

Carme Jareño


Fuente: Gabinete de Comunicación de la Confederación General del Trabajo del País Valenciano y Murcia