Artículo publicado en Rojo y Negro nº 392, septiembre 2024

Recientemente tres ministros de Trabajo y Empleo, de Brasil, Sudáfrica y Estado español1, se posicionan públicamente acerca de los desafíos globales a los que se enfrenta el mundo del trabajo en estos tiempos de «policrisis»2, y parece que apuestan por… «El combate global contra la desigualdad laboral, desafío de nuestro tiempo…» y consideran que… es necesario revertir el declive de la participación del trabajo en la renta nacional, que se ha agudizado desde la ola neoconservadora de los años 80.
La participación del mundo del trabajo en la renta nacional viene definida de manera determinante por la Negociación Colectiva.
La mayor o menor cobertura de los convenios colectivos, es decir, que parte de la población trabajadora se encuentra protegida en sus condiciones laborales y en los precios por sus trabajos (salarios), determina el «reparto de la tarta» de toda la riqueza que el mundo del trabajo genera y crea.
Las personas trabajadoras, en su inmensa mayoría asalariadas por cuenta ajena, según sea su grado de participación y el contrapoder que ejerzan, obtendrán mayor o menor proporción de rentas (en este caso en forma de salarios) y, aumentará o disminuirá la desigualdad y los distintos grados de inequidad.
El otro vector redistributivo, para disminuir las desigualdades e inequidades, lo encontramos en la estructura de ingresos y gastos públicos, es decir, lo que el Estado recauda (ingresa) a través de los impuestos y lo que gasta en lo común (salud, educación, cuidados, vivienda, prestaciones sociales, etc.) que mejoran las condiciones de vida de las personas, especialmente de aquellas con menores niveles de rentas.
Desde la «revolución neoconservadora» de los años ochenta del siglo XX, tanto en rentas salariales, como en sistemas fiscales redistributivos, los niveles de inequidad se han ido agrandando y cada vez, mayor parte de la población (especialmente las «denominadas clases medias»), pasa a engrosar los porcentajes de mayor desigualdad.
La menor participación de las personas trabajadoras en sus luchas contra la explotación (huelgas, boicots, cualquier forma de conflicto directo contra el capital), así como el progresivo desmantelamiento de lo público, de lo común (estados de bienestar), que la «ciudadanía» ha consentido, permite que la evolución de las diferentes figuras impositivas: la del trabajo (IRPF), la de los beneficios (IS), la de los capitales (financieros, patrimoniales, rentista, etc.) y las figuras impositivas indirectas, el IVA, ponga sobre el tablero una evidencia: una pérdida global de equidad tanto en sentido vertical (progresividad), como en sentido horizontal (desfiscalización de ciertas fuentes de renta).
Es decir, quienes más tienen (que son los menos), más se apropian y menos contribuyen.
Una parte importante del ingreso público viene determinado por impuestos que muestran claros signos de regresividad en términos distributivos: el Impuesto sobre el Valor Añadido y el Impuesto de Sociedades. El primero, el IVA, es claramente regresivo (la cantidad de dinero que dedican las personas asalariadas en el pago de este impuesto sobre los productos y mercancías que consumen, es muy superior que el que dedican las rentas altas), y en el segundo, el IS, los mecanismos fiscales existentes, tienen una notable capacidad de elusión y evasión fiscal.

Rentas salariales y su desigualdad dentro del mundo del trabajo:


Inmigrantes y rentas salariales:
En el último semestre de 2024, según la EPA, trabajaban (afiliadas a la Seguridad Social) 18,49 millones de personas «españolas» y 2,9 millones extranjeras. Más del 50% de esta mano de obra migrante está ocupada en los sectores más precarios: hostelería, comercio y construcción, por este orden.
Sus rentas salariales son muy desiguales respecto a los trabajadores españoles. Las mujeres migrantes son las que peores salarios reciben, ya que ingresaron 13.401 euros brutos de media en el 2022 (AEAT), es decir unos 3.500 euros menos que la media que percibieron los trabajadores migrantes (16.950 €).
Las diferencias salariales (desigualdades) entre personas trabajadoras nacionales y migrantes, son del 40% más a favor de los nacionales hombres que percibieron de media anual 26.488 € y el 41,5% a favor de las mujeres nacionales que percibieron 21.033 €.
Las desigualdades existentes entre migrantes y nacionales, a la vez que las mayores desigualdades entre hombres y mujeres, tanto nacionales como migrantes, refleja seriamente el grado de explotación entre distintos sectores de trabajadores y trabajadoras, a la vez, que la competencia entre asalariados y asalariadas.

Beneficios empresariales primer semestre 2024 (en millones de €):
1. Las 5 entidades financieras que dominan el mercado del dinero
Banco Sabadell: 791,16
Banco Santander: 6.058,88
Bankinter: 473,48
BBVA: 4.994,17
CaixaBank: 2.675,00
2. Las empresas Energéticas y la Corporación Telefónica
Endesa: 800,00
Iberdrola: 4.133
Naturgy: 1.043,05
Repsol: 1.626,00
Telefónica: 979,29
3.


Las rentas salariales obtenidas por los ejecutivos, personal de alta dirección y miembros de los consejos de las grandes empresas, especialmente las del IBEX35, oscilan entre 1,2 millones de euros y los 360.000 euros, anuales. Si además se considerara otros ingresos (bonos, acciones, planes de pensiones, seguros, etc.), la media se dispara significativamente.
Las desigualdades de rentas, entre las personas asalariadas, —según sectores, según cualificaciones y posición social en la «escalera» laboral—, suelen ir acompañadas siempre por otras desigualdades relativas al resto de condiciones de trabajo: jornada, tiempo de conciliación, descansos, vacaciones, salud, etc.
Estas desigualdades son producto o consecuencia esencialmente del trabajo asalariado que comporta la explotación.
Y la sociedad en abstracto y las clases asalariadas (bajas, medias, altas) en concreto, se asume y asumimos de manera «natural», que quien trabaja en hostelería, en limpieza, en atención de cuidados a domicilio, en tareas de cuidados y mantenimiento, trabajos en el campo, en todos aquellos sectores que se encuentran en las rentas salariales por debajo de la media, su vida «vale muy poco», y se encuentran a disposición (sus vidas), de muestras «mejores calidades de vida».
Algunas reflexiones se hicieron, hicimos, en tiempos de «encierro de pandemia» y pareciera que se había tomado consciencia de qué es lo importante para la vida; qué actividades, qué trabajos, son los que sostienen la vida y cuáles otros, por el contrario, son quienes «nos quitan la vida». Camareros y camareras; cuidadores, jornaleros y jornaleras del campo; trabajadoras y trabajadores de la salud, de la educación…estos que fueron esenciales para nuestras vidas, ahora vuelven a la «normalidad» de su no esencialidad si no es para servir, cuidarnos y alimentarnos, para que nuestras «calidades sean las más óptimas», a costa de que ellos se «pudran».
El problema sigue siendo el trabajo asalariado que contrae la explotación como condición sin la cual el capital dejaría de reproducirse y las desigualdades (todas) una consecuencia de ésta.

1 Luiz Marinho es ministro de Trabajo y Empleo de Brasil. Nomakhosazana Meth es ministra de Empleo y Trabajo de Sudáfrica. Yolanda Díaz es vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social de España.
2 Crisis climática, crisis política, crisis social, crisis energéticas, crisis sobre el modelo o modelos a adoptar en las transiciones necesarias en los modos de producir y distribuir mercancías, crisis en definitiva sobre el modelo civilizatorio.

Desiderio Martín Corral
Gabinete de Estudios Confederal de la CGT


Fuente: Rojo y Negro