Artículo publicado en Rojo y Negro nº 391, julio-agosto 2024

Este año se ha publicado un Estudio Internacional del Grupo AXA sobre Salud y Bienestar Mental, presentado por la Fundación AXA, que se ha realizado en 8 países de Europa, con muestras representativas de población con edades comprendidas entre los 18 y los 75 años. Los países estudiados han sido España, Reino Unido, Francia, Italia, Bélgica, Suiza, Alemania e Irlanda.

En la presentación del estudio estuvo el presidente del Consejo General de la Psicología en España, Francisco Santolaya, quien destacó la gravedad de la situación en nuestro país haciendo hincapié en el hecho de que la salud mental en los últimos años no hace más que empeorar a pesar de la palabrería de los voceros políticos que dicen estar estudiando el tema y mejorando los recursos: el porcentaje de personas que manifestaron tener problemas psicológicos en 2022 fue del 26 % mientras que en 2023 el porcentaje ascendió al 34 %. El estudio pone el acento en la depresión, el trastorno por estrés postraumático y los problemas de ansiedad en general; estos trastornos serían los que más afectan a la población española, estadísticamente hablando.
Cuando se pregunta a las personas encuestadas en España por el estrés que padecen en su vida cotidiana, el 62 % responde que está bastante estresada, frente al 54 % de los franceses, por ejemplo. Cuando se les pregunta por las causas de su malestar, la población española responde que el 34 % lo achacan al sufrimiento psicológico, el 28 % a problemas económicos y el 25 % al aislamiento social (soledad).
Paralelamente, este malestar emocional supone directamente un aumento significativo del consumo de antidepresivos, somníferos y ansiolíticos que ahora el Gobierno quiere reducir a toda costa sin intervenir sobre las causas que lo provocan. El consumo de estos fármacos no es continuo, si exceptuamos los antidepresivos. Sobre este tema, un 16 % de la población española responde que consume los psicofármacos una vez a la semana, el 27 % afirma que los consume una vez al mes y, en cualquier caso, lo que constata el estudio es que los datos que ofrece España son los más elevados de los países encuestados en lo que se refiere al consumo de psicofármacos.
Otro dato relevante es que los españoles (hombres y mujeres) acudimos al especialista con más frecuencia que el resto de los países participantes en el estudio. Un 65 % afirma haber visitado a un médico en el último año para describirle su malestar emocional y un 32 % haber acudido a asistencia psiquiátrica o psicológica.
Las recomendaciones para afrontar el malestar social que ofrece Francisco Santolaya no tienen desperdicio: dormir bien, una alimentación saludable, hacer ejercicio físico, realizar actividades gratificantes, compartir nuestras emociones, pensar de manera optimista, mantener relaciones positivas, condiciones saludables en el trabajo y reforzamiento de recursos en salud mental en el sistema sanitario público. Para lograr esto en la hostil sociedad en la que vivimos habrá que darle la vuelta a la “tortilla”, es decir, realizar una transformación radical de la vida cotidiana. Si no es así, las recetas no sirven.
La depresión llega a causar el 20 % de las bajas laborales (España) y, lo que es más trascendente, 3.900 personas, también en España, se suicidaron en 2020, 4.003 en 2021, 4.097 en 2022 y, aunque todavía no hay datos oficiales del año 2023, por la secuencia descrita observamos que las cifras de muerte autoinducida aumentan año tras año.
Las personas entrevistadas consideran que en la mayoría de las áreas de su vida falta bienestar, no llegan a alcanzar unos mínimos de calidad, lo que conlleva un predecible deterioro psicosocial. También expresan que se sienten estancadas, que ven pocos aspectos positivos en sus vidas, lo que las desmotiva significativamente.
Mucho me temo que Santolaya no se ha enterado en qué sistema socioeconómico vivimos. Enfermamos porque nuestra calidad de vida se va empobreciendo año tras año. Estamos sometidos a condiciones opresivas a nivel de vivienda, de acceso a la sanidad, a la enseñanza, a una alimentación sana debido a la subida desproporcionada de los productos de primera necesidad. Nos expulsan de las ciudades a las periferias, nos desarraigan. Nuestros puestos de trabajo son precarios, de duración incierta, con salarios insuficientes para afrontar los costes básicos de subsistencia. A esto se suman la desconexión familiar, la carencia de redes de apoyo en las que sustentar y desahogar nuestro dolor, relaciones superficiales e insatisfactorias. En sí, vidas precarias que correlacionan con una salud física y mental precaria. Y lo que es peor, sin un horizonte de cambio en perspectiva, sin esperanza. Quizá, en gran parte, ésta sea la clave del profundo malestar que nos domina: estamos enfermos de desesperanza, desconsolados porque no poseemos una perspectiva novedosa que nos induzca a ilusionarnos con un futuro mejor a corto plazo.
El estudio presenta, finalmente, una pirámide que de cumplirse nos conduciría a la estabilidad emocional. Dicha pirámide posee un problema de partida, en su base se encuentran la “seguridad laboral y las relaciones sociales”. Ambos aspectos son nuestros puntos débiles en estos momentos históricos. Les suceden la seguridad financiera y un trabajo satisfactorio, habilidades de adaptación, salud física, el autoconocimiento; de cumplir todo lo anterior alcanzaríamos la autoaceptación. Esta última parte no es más que un discurso falaz, retórico, que nos presenta un bienestar ambiguo que no sabemos qué significa. Sí, sabemos que el punto de partida de su proyección es fallido, ni tenemos seguridad financiera, ni un trabajo decente, ni condiciones de vida con un mínimo exigible de calidad. Como siempre, la psicología oficial analiza bien los datos, pero se pierde en las soluciones que necesariamente pasarían por el compromiso crítico con las víctimas de una sociedad injusta y decadente.

Ángel E. Lejarriaga

 


Fuente: Rojo y Negro