Artículo publicado en Rojo y Negro nº 391, julio-agosto 2024

Continuamos con la segunda parte del artículo. Después de analizar las distintas posibilidades de relaciones amorosas, hablamos de la responsabilidad, de la ética en las relaciones sexoafectivas.

Los dramas
Claro que hay mierdas en las disidencias afectivas. Celos, envidias, falta de cuidados… A veces esto conlleva rupturas, a veces se arregla. Como todo. Pero por alguna razón, cuando un tema de celos, de esos que hemos mamado desde peques, se cuela en una no monogamia no falta la gente que señala la propia disidencia afectiva como la fuente del problema. Como si los celos solo se originasen por dormir con otra persona tras un buen polvo. Como si en la monogamia no hubiera celos.
Un poco parecido a cuando se nos echa en cara a los anarquistas que votemos en las elecciones por sostener al Sistema, tengamos cuentas bancarias que alimentan al Capitalismo, nos alimentemos de animales o usemos móviles construidos con materiales extraídos de minas con mano de obra esclava. A cualquier disidencia política (y no hay nada más político que el amor) parece que se le exige coherencia y perfección, que ignore el mundo real en el que vive.
Sí, claro que las no monogamias éticas traen problemas y contradicciones, pero no se van a solucionar en dos párrafos de un artículo ni siquiera en cinco libros completos, La conquista del pan no derribó al Capitalismo. Las lecturas están bien para aprender, para conocer nuevos horizontes, pero los problemas se solucionan con redes de apoyo y cuidados, en persona u online, como quieras, pero, al final, cuando militas en algo, sea lo que sea, los dramas que te caen por ello los acabas solucionando casi siempre con amigues, incluso aunque no entiendan por qué encaminas tu vida a movidas tan complicadas. Y en las no monogamias también.

Revolución sexoafectiva
Si las últimas décadas del siglo veinte y la primera del siglo veintiuno fueron una revolución sexual, hoy nos toca vivir una revolución afectiva. Y no sólo con no monogamias éticas, sino también en las monogamias. Seguramente no sea el único que conozca a personas que en la atracción no incluyan el género tanto en lo sexual como en lo romántico. Sin ir más lejos una amiga me comentó en su momento, hace años, que ella se consideraba homosexual y birromántica. ¿Podría acostarse con un hombre? Pues según ella sí, si hay mucha conexión… y hasta pasaría un buen rato, pero que para una noche (o un par de meses) prefería a una tía.
Una vez que hemos separado el amor y el sexo, que nos hemos permitido ser de distinta manera en cada uno de esos ámbitos, toca encontrar el punto en el que mejor estamos sin hacer daño a nadie. Y es que, al final, tan importante es cuidarnos como no ser una panda de hienas egoístas. Encontrar el equilibrio es jodido, pero posible. Y si lo que necesitas es acostarte con diez personas a la semana, pero no decir un te quiero o amar locamente a tres personas, pero no acostarte con ellas, está bien. Ambas cosas están bien. Siempre y cuando, eso sí, se vaya con la sinceridad por delante.
La ética en cualquier tipo de disidencia, también en las no monogamias, es fundamental. No prometas tres citas si solo quieres unos genitales, ni ofrezcas sexo dentro de ocho citas si no lo vas a dar. Cuida a los demás, pero también cuídate a ti. No tienes que hacerte cargo de las aspiraciones de los demás: si tú sales a tomar unas cervezas sin otra pretensión que echar unas risas y la otra persona se hace a la idea de que eso es una cita… pues que se lo gestione la otra persona. La responsabilidad afectiva no solo es cuidar los sentimientos de los demás, también los propios.
Como cualquier disidencia, con estas palabras apenas he arañado la superficie. Siento a la vez que no he dicho nada, que he dejado temas importantes sin tocar (dinámicas de poder, crianza o convivencia) y que me he enrollado más que las persianas, pero como la ambivalencia y la sensación de autoconfusión es mi estado natural, supongo que puedo dejarlo aquí y ya si eso que cada une busque otras lecturas donde quiera.

Miguel Ángel de Cea


Fuente: Rojo y Negro