Artículo publicado en Rojo y Negro nº 383 de noviembre
El otro día estaba en el metro, volviendo del trabajo, y como podéis imaginar… iba lleno. Centenares de personas cruzando la ciudad, cansadas de trabajar y mirando el móvil para hacer pasar el tiempo más rápido. En una búsqueda de paz y huyendo de los mensajes sin responder, decido no mirar el móvil y observar a la gente. No sé si os pasa, pero a mí las personas me flipan, me generan una fascinación increíble, cada una con su estilo y peinado, hasta la manera de colocarse en el vagón del metro es peculiar. En estas estoy cuando encuentro un par de miradas furtivas, un par de ojos grandes y negros, unos despistados que miraban en mi dirección y otros que simplemente se sintieron observados porque yo miraba en su dirección.
Esta última personita era la que estaba sentada a mi lado. Yo, como pude, esbocé una sonrisa intentando disimular que no soy una tipa rara que mira a la gente en el metro, sino que soy maja. Él, me sonrió de vuelta, en una breve, no verbal, comunicación, entendiendo que no le miraba a él en concreto. Al poco, sin palabra alguna, se puso a comer una mandarina y me ofreció un gajo. Así acabamos comiendo mandarinas y charlando un rato, nada trascendental: “vengo del curro”, “tengo ganas de tumbarme ya” y un breve adiós… me acabó regalando otra mandarina y creo que ambes nos fuimos contentes de aquella interacción. Aquello me hizo pensar que, en el fondo, quizás, sí vamos buscando compañía, pequeños momentos de ocio compartido: unas cervezas, una pausa para el cigarrillo, una conversación en la cola del súper o el típico comentario en la parada de bus sobre que el bus va tarde.
¿Puede ser que nuestros colectivos se hayan creado a partir de eso? ¿Somos gente buscando gente? Nuestro sindicato, y probablemente muchos más, se han construido así, a base de comidas, birras, tapas y cafés. Pensar que nuestra afiliación llega por la ideología es casi absurdo. Quizá hasta vosotres, querides lectoris, habéis llegado así al sindicato. Yo, definitivamente, sí. Y no es solo cómo nos afiliamos, sino también cómo seguimos aquí. Las secciones se construyen y mantienen a base de tardes compartidas, cafés convertidos en asambleas y planes, pequeños momentos de complot donde todes nos podemos quejar de la empresa.
¿Es algo malo que nuestra organización se base en el birreo? Unos meses atrás, os hubiese dicho que sí, pero actualmente los momentos fuera del curro con les compas me parecen sanatorios. Asumiendo mis propias contradicciones, aclaro que no es la birra en sí lo que nos motiva —aunque siempre quedará algún señoro que puede que nos sorprenda—, sino la búsqueda de ese tiempo compartido donde nuestros malestares tienen sentido. La complicidad nos ayuda a empatizar. No niego que nuestro sentimiento de clase nos arrejunte un poco más, pero si solo eso fuese suficiente, entonces quizás iríamos todes más a una. La vida es mucho más complicada que eso y si no que se lo digan a la CGT. Si nuestro sindicato fuese protagonista de una serie, probablemente lo sería de alguna serie de adolescentes con miles de dramas, relaciones y familiares que desaparecen y aparecen en la siguiente temporada. Además, sería de las malas, de las que duran demasiado y hacen hasta un spin-off sobre sus padres de jóvenes o de un personaje secundario tipo CGT origins: CNT o La Soli se va de casa. La ideología no es suficiente.
Profundizando un poco más en esos cafés, me atrevería a decir que no es solo para quejarnos, sino también para reírnos. Hacer del día algo un poco más llevadero y hasta pasárnoslo bien. ¿No será que, en el fondo, nos gusta contarnos chistes malos y disfrutar? Aunque esté divagando un poco, hay un punto al que quiero llegar y es que, a veces, se nos olvida disfrutar. Llegamos al sindicato por problemas y nos afiliamos por las amistades, de hecho, militamos por muchas de nuestras amistades. Reír y celebrar las pequeñas victorias es lo que nos hace seguir adelante: sentir que vivimos, que estamos disfrutando y que lo hacemos en compañía. Dejémonos de tanto enfado y pongamos el disfrute en el centro, hagamos concentraciones de desayuno con musiquita delante de nuestros puestos de trabajo cuando consigamos algo, hagamos birreo y hummus una vez al mes para conocernos, manis con pachangueo y purpurina cuando ganemos un juicio… dejemos que la alegría también okupe las calles.
Personalmente, estoy cansada de estar enfadada y cansada de que todo sea difícil. Si tengo que escoger entre una tarde de castañas en el parque con les amiguis o una mani, sé a cuál no iría. La rabia no puede ser nuestro único sentimiento, aun así, pareciera que es el único motivo válido para salir a la calle. Disfrutar o ser feliz no quiere decir que nos volveremos unes conformistes acomodades con cómo funciona el mundo. Puede que aceptar que todes necesitamos disfrutar nos haga comprender el porqué de que las discotecas estén llenas y las manis no. Ya sé que no se puede simplificar tanto la cuestión, pero creo que sí que podemos añadir nuevas estrategias a nuestra militancia, maneras que, quizá, nos ayuden a dejar de sentirnos mal cuando el cansancio nos come y nos alegren a base de chiste malos. Disfrutemos en público, okupemos las calles.
Ester M.
Joven enfadada y mordaz
mapache@rojoynegro.info
Fuente: Rojo y Negro