Artículo publicado en Rojo y Negro nº 383 de noviembre

Cada 25 de noviembre, Día internacional contra las violencias machistas, mujeres de todo el mundo ocupamos las calles para gritar que no queremos más violencias contra las mujeres.

Una jornada internacional donde muchas mujeres, en varios países, denunciamos las violencias patriarcales de los estados, de los grupos armados y de las transnacionales que ejercen su poder sobre los cuerpos de las mujeres como territorios de conquista. En esta jornada también denunciamos el racismo y las dinámicas coloniales que el mundo blanco occidental ejerce con especial crueldad hacia muchas de nosotras en cualquier frontera.
Desde que se empezaron a registrar, el 1 de enero de 2003, se han contabilizado al menos 1.920 asesinados machistas de mujeres de todas las edades.
Este año en el Estado español se han registrado 89 feminicidios (Fuente: Feminicidios.net 10/10/2023). Añadiendo también las tres criaturas asesinadas junto a sus madres: una niña de 8 años, otra de 3 y un bebé de 3 meses.
Los escalofriantes datos estadísticos nos dicen que demasiadas mujeres mueren asesinadas en todo el Estado cada año, y con ellas familias destrozadas, hijas e hijos que han tenido que convivir con el maltratador o incluso sufrir esta violencia. Datos sobrecogedores que reclaman acción, pero las leyes y medidas actuales no están frenando esta lacra de la sociedad. Centrar el foco en la protección de la víctima tampoco está funcionando. Mientras tanto, la violencia machista sigue firmemente arraigada en esta sociedad machista, patriarcal y capitalista.
Instituciones y partidos políticos de cualquier color siguen sin plantear ninguna propuesta para acabar con ningún tipo de violencia machista.
Las violencias machistas se expresan de numerosas formas: los asesinatos y las violencias en el ámbito de la pareja o ex-pareja; la violencia vicaria; el acoso sexual o por razón de sexo en los ámbitos laborales, académicos y culturales y en otros espacios de relaciones sociales; la violencia económica e institucional; las agresiones sexuales; la violencia digital; la violencia obstétrica; la violencia climática y ecológica; y un largo etc. Todas ellas son expresión de un ataque a la libertad del cuerpo y de la vida de las mujeres, lesbianas y trans, y son estructurales del sistema heteropatriarcal, capitalista, racista y colonial.
Las violencias machistas, el acoso sexual y por razón de sexo, de identidad y de orientación sexual en el ámbito laboral son el tipo de violencias que más sufrimos las mujeres a lo largo de la vida, pero también las más invisibles, tanto en el sector privado como en el público. Las mujeres en situación de precariedad, sobre todo las mujeres migradas y racializadas, sufren más violencias.
Los testimonios de las madres que denuncian las violencias vicarias han sido importantes para poder observar la violencia institucional, tanto en la atención a las víctimas como en el ámbito judicial, pero todavía se aplica muy a menudo el Síndrome de Alienación Parental —un síndrome inexistente, negado por la OMS y el CGPJ y prohibido por ley en algunas CC.AA.— pero que aun así se utiliza en procesos en que hay denuncia por violencia machista o de abusos sexuales a menores.
En el ámbito laboral hay que continuar trabajando para conseguir que todas las empresas públicas y privadas tengan la obligación de publicar en un Registro Público sus protocolos de prevención y abordaje de los acosos, donde se contemple la adopción de medidas cautelares sin causar ningún perjuicio a las mujeres, teniendo que incluir el ciberacoso. Y garantizar que disponen de la figura de persona de referencia y que el personal está formada y capacitada para abordar estos temas. Al mismo tiempo hay que trabajar para que todas las empresas tengan actualizados y sean efectivos los planes de igualdad y de prevención de riesgos con perspectiva de género.
Las mujeres y personas de géneros disidentes continuamos sufriendo discriminación, persecución y acoso al trabajo, en la calle, en las redes sociales y en todos los estratos.
Violencia machista también es una pensión de miseria después de toda una vida cuidando la familia, o en trabajos de cuidados, que además continúan siendo las más precarias. Doblemente precarias por ser mujeres.
Sufrimos un sistema sanitario que no respeta el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, una visión androcéntrica donde se practica violencia obstétrica y donde el derecho al aborto voluntario todavía depende de dónde vivimos y de los recursos que tienes.
Habitamos un mundo global donde la violencia y la represión a las mujeres es constante, por razones políticas, religiosas o por tradiciones patriarcales. Mujeres violadas en guerras inacabables, mujeres y niñas secuestradas, vendidas y asesinadas; países donde todavía se practica la mutilación genital femenina.
Pero no callamos: vemos cómo las mujeres seguimos y seguiremos luchando, originando revoluciones como la que llevaron adelante en Irán después del asesinato de Jina Amini —donde la lucha sigue a pesar de la dura represión—; o el movimiento del MeToo, para denunciar la violencia sexual hacia las mujeres; o la lucha valiente de las futbolistas españolas a raíz del beso no consentido de Rubiales a Jennifer Hermoso, una agresión por abuso de poder de carácter sexual dentro del deporte que enseguida recibió un avalancha de críticas y respuesta colectiva de la sociedad, para denunciar y hacer visibles las agresiones constantes a las mujeres, al grito valiente de SE ACABÓ.
Con este espíritu de denunciar y hacer visibles cualquier tipo de violencias machistas tenemos claro que el 25N y cada día, nuestra alternativa es la autoorganización anarcofeminista y la acción directa.
Por todas ellas, por nosotras, por vosotras, por todas, saldremos otro 25N y todos los días del año a gritar bien fuerte: NO MÁS VIOLENCIAS MACHISTAS. SE ACABÓ.

Rosalia Molina
Mujeres Libertarias de CGT Ensenyament Barcelona


Fuente: Rojo y Negro