Artículo publicado en Rojo y Negro nº 382 de octubre

«Me encanta escuchar la mentira cuando ya sé toda la verdad»
(Escrito en la servilleta de un chiringuito)

El prontuario del anarquista coherente eleva la acción directa y el antiautoritarismo responsable a la categoría de paradigma social. Abstencionismo partidista y refutación del Estado panóptico (el de Bienestar, es contributivo, fondo común) han sido sus tradicionales señas de identidad. Sin embargo, por acción u omisión, cada vez son más los libertarios que incurren en ese doble anatema. Algunos acuden voluntariamente a la cita de las urnas como mal menor, sobre todo cuando en la programación irrumpe la arrebatadora «alerta antifascista» (¡hagan juego!). Otros cooperan inconscientemente a la legitimación del tinglado estatal, sin necesidad de reivindicarlo expresamente: son «impuestos» y «Hacienda somos todos». Imponderables de la Praxis y limitaciones de la Idea. De tal forma que, al margen de convicciones y sentimientos, favorecemos el sostenimiento y reproducción de un sistema que paradójicamente reconocemos profundamente injusto. Aquí y ahora, aunque solo sea por analogía, sigue siendo válido lo que decía Jean Jacques Rousseau en el Contrato Social respecto al pueblo inglés: «Piensa que es libre y se engaña: lo es solamente durante la elección de los miembros del Parlamento: tan pronto como éstos son elegidos, vuelve a ser esclavo, no es nada. El uso que hace de su libertad en los cortos momentos que la disfruta es tal, que bien merece perderla». O sea, un viaje sin retorno y con peajes desde el horizontalismo del sufragio al verticalismo del ordeno y mando.

La prueba de algodón de este parasitismo de la democracia por el electoralismo la encontramos en lo ocurrido tras los últimos comicios del 28 de mayo (autonómicos y municipales) y el 23 de julio (generales). Dos ejemplos claros y precisos de cómo, tras apagarse el santiamén de las urnas, el pueblo soberano deviene en perfectamente superfluo. En la convocatoria de mayo el Partido Popular (PP) obtuvo una holgada victoria que parecía anticipar un éxito similar cara a la de julio. En buena medida los buenos resultados de «los genoveses» se debieron a un cierto hartazgo de los electores con el guirigay del gobierno de coalición sedicentemente progresista. Pero sobre todo a que los de Feijoo dieron a entender ex ante que no pactarían con la extrema derecha de Vox. Luego, si te he visto no me acuerdo. Nada más oficializarse el veredicto de la consulta, los populares corrieron a abrazarse con las gentes de Abascal, como anteriormente habían hecho en tierras de Castilla y León. Hubo entente de las dos derechas en Valencia, Extremadura y Murcia, entre otras plazas de menor cuantía. O sea, en el flanco derecho el inicial abajo-arriba de las elecciones del 28M se concretaba en un corte de mangas ex post a lo decidido por los votantes.

Por su parte, el bando izquierdo no tardó en reproducir la misma dinámica atrapalotodo. Cabreados por el desaire del PP al pactar con Vox contra lo anunciado, llegado el 23J el PSOE capitalizaba el voto útil de los descontentos, logrando una derrota dulce que le dejaba opciones de gobierno. Y acto seguido, tras certificar que el sorpasso de la derecha no se había consumado, Sánchez se marcó un Feijóo sacando de la chistera concesiones a los independentistas catalanes que había ocultado durante la campaña electoral. Hasta el punto de abrirse a negociar con Carles Puigdemont la amnistía que el mismo presidente del gobierno y su plana mayor habían negado enfáticamente tan solo tres días antes de la consulta. La palabra dada ya no compromete a nada, también hace un año el PSOE rechazó el uso de las lenguas cooficiales en las cámaras). De nuevo el arriba-debajo de las elecciones del julio era desvirtuado por el decisionismo unilateral partitocrático. Sonaba la hora del escalafón.

Todo para el pueblo pero sin el pueblo. Que los partidos políticos hagan lo contrario de lo que tienen prometido en su programa es un clásico que ya no escandaliza a nadie por manoseado y repetitivo. Pero en esta ocasión se han superado. No solo se ha producido el tradicional donde «dije digo digo Diego». Para más inri, el paso de la horizontalidad del abajo arriba del hecho electoral al verticalismo de arriba abajo subsiguiente se ha consumado en un escaso lapso de tiempo subvirtiendo el principio democrático que según la constitución debe regir el comportamiento de los partidos políticos. Así las cosas, en teoría hoy contamos con un Congreso salido de la voluntad general pero no existe Gobierno por la demora de una trifulca partidaria sometida al capricho de maniobras, mercadeos y tráfico de influencias para seguir en el poder cueste lo que cueste. No nos representan.

Representantes y representados, pero al revés, los representados rehenes de sus representantes. Incluso se incurre en la suplantación de exhibir el trofeo electoral para ir en contra de lo expresado en las urnas con un descaro que raya en la temeridad. El PSOE ha llevado hasta el Constitucional (tras perder ante la Junta Electoral Provincial, la Central y el Tribunal Supremo) la pelea del recuento de votos enarbolando una supuesta fidelidad a ese escrutinio (un hombre es un voto). Y sin embargo en su fuero interno hace exactamente lo contrario de lo que demanda. El derrotado el 23J y posible ganador en la investidura, ha cedido escaños a formaciones satélites (ERC, JXCAT, PNV) para cumplir con el cupo de representantes legales para tener grupo propio. Un «transfuguismo» buenista que pervierte la soberanía popular manifestada en las elecciones.

Potestas sin auctoritas es despotismo por quien lo ejerce y sometimiento por quien lo permite. Abuso de poder sin freno ni reproche. El Ruedo Ibérico que tan magistralmente retrató Ramón María del Valle Inclán en Viva mi dueño. Con nuevos y acicalados protagonistas pero parecidos esperpentos (con el mayor paro de la Unión Europea, la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, reincide como líder más valorada). Un modelo de sociedad estamentaria, hoy infligida entre gobernantes y gobernados, en el que se asume mansamente la condición de súbditos. La delegación irresponsable que implica el tracto representantes-representados supone el abandono deshumanizante de la propia experiencia (¡Que inventen ellos!). Servidumbre voluntaria al fin y al cabo. Aquella jaula de hierro de Weber basada en la eficiencia teleológica, control, cálculo racional y burocratización del orbe social, se afirma hoy en una ciudadanía sin atributos adicta a la autoexplotación económica y política: una democracia sin demócratas. Lo personal es político.

Rafael Cid


Fuente: Rojo y Negro