Artículo publicado en RyN nº 380 de julio-agosto.

Bueno, ahora que se acerca el veranito y tenemos más tiempo para conversar en la playa, os traigo un tema que es un dramón. Dramón con mayúscula, de los que no hemos acabado aclarándonos entre nosotres.

Resulta que, en esta nueva era, por ejercer algún tipo de opresión ya has perdido la oportunidad de hablar, opinar y casi casi de existir —pero no me quiero poner tan dramática ya—; vamos, que si eres una persona blanca no vas a comentar movidas raciales o intervenir en cualquier tipo de situación racial te resultará de lo más incómodo. Llevándolo un poco al terreno de los señoros, sería tal que como soy un hombre ya no puedo decirle nada a una mujer. Una frase absolutamente estelar que estoy segura que habréis oído en más de una ocasión, quizá hasta la habéis pensado… ¿Qué se puede hacer cuando eres un tío (cis) y ya no tienes ni idea de cómo hablar sin ser un agresor, un machopirulo o, por qué no decirlo, sin que te acaben odiando tus compañeres? Porque, vamos a decirlo claro, ¿dónde se supone que deja el feminismo a los hombres? A ver, ya os lo digo yo, que sé que lo estáis pensando: ¡en qué berenjenal te estás metiendo! Bueno, soy la artista número uno de preguntar demasiado y opinar el triple, así que esta vez no iba ser menos.
Definitivamente, este tema incomoda y, para vuestro consuelo, este no es el único. A los hombres cis les incomoda el feminismo, a las personas blancas el racismo, a las personas no discapacitadas el capacitismo y a la gente no migrante todo el tema de los derechos migrantes y hay muchísimos otros ejemplos. Antes de que os pongáis a opinar que todo esto es culpa del posmodernismo y que la lucha de clases es lo único que importa, os voy a dar otra perspectiva. El factor común de estas situaciones es el privilegio porque ¿cómo se puede abordar algo si eres parte del grupo que genera el problema? He de confesar, querides lectoris, que sobre este tema en concreto quiero decir una cantidad abrumadora de cosas y ojalá poder hablarlo en persona para poder hacernos todas las preguntas incómodas que llevamos dentro, pero por desgracia (o no) hoy solo me voy a centrar en un caso.
Como todavía no quiero que me echen de este diario, voy a hablar de la relación que tenemos Miguel, mi querido editor del Rojo y Negro, y yo. En concreto de los dramas que le monto cada vez que me toca revisar un artículo, sobre todo si no me gusta. A él le vamos a meter en la categoría de señoro, anarquista histórico con pintas de Marx, y a mí en la categoría de joven ofendidita, vegana insufrible de las que, si por mí fuera, todo se escribiría en neutro. Como podéis observar, abarcamos todo el espectro del movimiento libertario actual.
Hace unos meses llegó un artículo bastante interesante y que Miguel tuvo la mala pata de dármelo para revisar. En este artículo no se habla específicamente de personas trans ni de binarismos ni de ninguna movida que os pueda incomodar —a menos que la lucha de clases os canse, pero dudo de que de lo contrario leyerais esto entonces—. De hecho, iba completamente de otra cosa. Entonces, si no había malicia alguna en el artículo ¿a cuento de qué le monté un pollo a Miguel? Bueno, pues por la ausencia de matices, la falta de aclaraciones en ciertos temas que seguimos intentando aprender y que cuando no aclaramos de alguna manera —yo creo— seguimos perpetuando y, por tanto, el artículo me parecía mal. Como tampoco soy un ser de solo destrucción, propuse unos pequeños cambios para incluir pinceladas transfeministas que me parecían necesarias… Lo veis, si es que soy majísima (me lo digo yo que si no se me olvida).
Mi querido señor Miguel, como buen señoro, no supo muy bien qué hacer con aquello. ¿Estaba él de acuerdo con los cambios que yo proponía o simplemente cedía porque es un tema del que él se declara poco conocedor? Estuviese o no de acuerdo envió los cambios a la persona que escribió el artículo y que, en mi opinión, no se tomó nada bien que una ofendidita fuese a darle clases de transfeminismo en algo que no tenía nada que ver con aquello. A ver, visto ahora con un poco de perspectiva lo mío suena fatal, pero no fue tan terrible, creo… Después de un breve debate por chat, llegamos al inevitable punto de inflexión de toda discusión que mezcla más de una lucha:
“Como ahora hay otro grupo minoritario que sufre una opresión ¿yo ya no puedo decir nada? Se supone que nos venden un mundo mejor donde ser todes iguales y yo me tengo que aguantar mis movidas p’a mí. O sea que, otra vez, de vuelta a lo mismo”. Dicha persona no dijo exactamente eso, pero esta es mi dramatización de la situación (ya que para algo escribo yo) y en otras ocasiones sí me ha ocurrido. Sinceramente, este es un argumento difícil de rebatir. ¿Tenía esta persona razón? ¿Quién soy yo para darle clases morales a alguien? Miguel no sabía bajo qué piedra esconderse, no se sentía cómodo confrontándome en mi momento de ira y, al mismo tiempo, apoyaba a la otra persona y no sabía si eso estaba bien.
Sé que más de algune lectori, sobre todo si es señoro, se habrá visto en esta situación: querer aportar, no saber cómo y tampoco saber si la está liando. ¿Se puede opinar sobre feminismo siendo hombre? A partir de aquí toca respirar hondo y hacer un poco de terapia grupal, chiquis. Sé que es una mierda, pero esto solo no se arregla.
Personalmente opino que sí, sí se puede, pero ambas partes deben estar dispuestas a dejar el juego de “medirse las pollas teóricas” —como dice un colega— y dejar el orgullo de lado. Ante todo, no creo que ningún señoro deba ser la voz del feminismo, al igual que la lucha de la clase trabajadora no la puede encabezar un jefe, pero eso no quita que en reuniones o charlas nos podamos sentar a preguntar y, sobre todo, a encontrar puntos medios donde entendernos. Claramente Miguel no iba a poder hablar conmigo si a cada frase yo le mordía con “es que eres un tránsfobo”, al igual que yo nunca hubiese escrito en este diario si él no me apoyase para publicar en neutro. Mi consejo es que, cuando vayamos a hacer una pregunta, entendamos tres cosas: que la hagamos desde un tono amistoso y de duda real, intentando no ser prejuiciose; que entendamos que, quizá, en ese momento la otra parte no quiere ser pedagógica y me puede soltar un moco, no pasa nada, seguro que en esta vida todos hemos hecho daño a alguien en algún momento y podemos intentar abordar el tema en otra ocasión; y, finalmente, que intentemos ceder un poco aunque no lo entendamos del todo dándonos un poco de espacio para reflexionar.
Respecto a expresar opiniones, reflexiones o críticas la cosa se pone más espinosa. Aquí es, sobre todo, cuando debemos aprender a ser asertives (sí, tremenda palabra, me la enseñó la terapeuta). Básicamente, a ser directes sin atacar a la otra persona poniendo como sujeto el tema en cuestión y dejando claro nuestros sentimientos y contradicciones respecto a lo que se esté hablando. Vamos, que si un señoro quiere decir en una asamblea que no se te deja hablar en vez de soltar: “Mucho feminismo, pero ahora los hombres ya no podemos decir nada”, sería mejor optar por una vía que no generalice y decir algo así como: “Disculpad, pero me gustaría poder participar y siento que no consigo un espacio para expresarme. No pretendo callar a las compañeras y me gustaría pedir turno o buscar una manera de mediar mejor el debate”. Sí, gente, es un poco largo, pero es solo para que entendáis la idea… después, cada cual, se cocina la frase como quiera. Intentemos no llevar las cosas al límite e intentemos entendernos, dicho mal y rápido.
Pero bueno… resumiendo, Miguel y yo, a pesar de la diferencia de edad, los momentos históricos distintos y las ideologías diferentes respecto al reguetón siempre acabamos encontrando un punto medio donde conversar. No somos perfectes y la cosa tampoco se soluciona rápido, pero sí encontramos un camino. Por si os lo preguntáis, lo que acabó pasando con el artículo fue que esa personita y yo conseguimos llegar a un acuerdo. Sí, se puede seguir escribiendo sobre temas que no aborden todas las minorías porque siempre vamos a necesitar seguir aprendiendo y reflexionando de todo aquello que nos rodea.

P.D.: Me gustaría pensar que el artículo añade un poco de luz sobre el debate en cuestión, pero quizá no. Ha sido definitivamente un parto complicado con muchas reescrituras y muchas cosas dejadas en el tintero. Una segunda y tercera parte seguro que son necesarias, pero no puedo prometerlas. De verdad no sabéis la cantidad de dolores de cabeza que han generado estas mil palabras.

Ester M.
Joven enfadada y mordaz
mapache@rojoynegro.info


Fuente: Rojo y Negro