Artículo publicado en RyN nº 379 de junio

Este “síndrome”, también conocido como “fenómeno del impostor” o “dismorfia productiva”, es un cuadro psicológico en el que la persona afectada se siente incapaz de aceptar sus logros y sufre un miedo intenso a ser descubierta como un fraude. Sin embargo, no está reconocido como un trastorno psicológico en las clasificaciones de enfermedades mentales (DSM-APA y CIE-OMS). Es uno de esos fenómenos mediáticos sobre los que se escribe desde hace décadas sin que haya sido validado por la investigación clínica.
En cualquier caso, su perfil psicopatológico está caracterizado por la distorsión del autoconcepto, baja autoestima, inseguridad, ansiedad, miedo a la evaluación negativa, ansiedad social, miedo al rechazo, baja tolerancia a la frustración, obsesión por el control, miedo al fracaso e incertidumbre ante las situaciones nuevas. Posee diferentes niveles de afectación, uno más leve de carácter temporal y otro más severo, cuyos síntomas se mantienen en el tiempo.
Las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes acuñaron el término en 1978, año en el que publicaron el artículo: “El fenómeno del impostor entre mujeres de alto rendimiento: dinámica e intervención terapéutica”. En el artículo analizaban a mujeres con gran éxito profesional y los resultados constataron que la mayoría de ellas tenía baja confianza en sí misma, pensaban que sus logros eran un fraude y que iban a ser descubiertas.
En 2011 la doctora Valerie Young publicó un libro que popularizó el “síndrome”: “Los pensamientos secretos de las mujeres de éxito: por qué las personas capaces sufren el síndrome del impostor y cómo prosperar a pesar de él”. En el libro, la autora expuso cinco grupos típicos de personas que solían estar afectadas por el “fenómeno”: a) Personas perfeccionistas, b) Personas individualistas, c) Personas consideradas expertas, d) Personas con altas capacidades cognitivas y e) Personas que se consideran a sí mismas como “superhombres” o “supermujeres”.
Las posibles causas del fenómeno son: a) Dinámicas familiares autoritarias o faltas de reforzamientos, b) Educación patriarcal, machista, en la que la mujer es supeditada al hombre, con la expectativa de desarrollar roles en esa línea, c) Orientación hacia el trabajo, hacia el logro y la competitividad como fuente de valoración y reconocimiento, d) Inseguridad, a pesar de los logros, que pone en duda sus habilidades, e) Problemas de ansiedad social. f) Perfeccionismo, g) Miedo a los cambios, h) Ambientes de trabajo opresivos, sobre todo para las mujeres, caracterizados por una dominante masculina, de raza blanca y heterosexual.
No hay estudios generalizables que ofrezcan resultados estadísticamente significativos en cuanto a clase social, edad, raza y género. La mayoría de los artículos encontrados están centrados en mujeres de gran éxito social. Todos coinciden en el perfil del “Síndrome de la impostora”, y difieren en cuanto a la representación del problema entre la población: a) El 70 % de las personas lo padecerían en algún momento de su vida. En mujeres la representación alcanzaría el 75 %, b) El 82 % de las personas estarían afectadas, c) Existe igual porcentaje en mujeres que en hombres, d) Casi dos tercios (62 %) de los trabajadores del conocimiento de todo el mundo, hombres y mujeres, habrían experimentado el fenómeno, e) Se produce generalmente en niveles profesionales medio-altos y altos donde prima la incertidumbre sobre la aceptación laboral y el miedo a la evaluación negativa.
Las consecuencias de este perfil psicopatológico una vez que está instaurado son: a) Insatisfacción constante, b) Inseguridad sociolaboral, c) Ansiedad, d) Depresión, e) Baja autoestima, d) Obsesividad, e) Sensación de pérdida de control, f) Incertidumbre, g) Aislamiento social, h) Autoevaluación negativa de las propias competencias, i) Atribución del éxito a factores externos a una misma, j) Sobrecarga de trabajo, k) Miedo al fracaso y l) Miedo a ser descubierta como una farsante.
La posible intervención psicológica pasa por: a) Reconocer el malestar emocional y su causa; b) Centrar la atención en los hechos y no en los sentimientos, c) Compartir con otras personas estos sentimientos para evitar la vergüenza y el aislamiento, d) Reestructurar el pensamiento de un modo racional y adaptativo, e) Evitar comparaciones, f) Aceptar las situaciones nuevas como parte de la vida, g) Auto-reforzamiento, h) Eliminar del sistema de creencias las ideas de productividad, éxito, fracaso y control, i) Aceptar la incertidumbre, el azar y la probabilidad como partes del devenir existencial.
Desde una perspectiva de género, el origen de este fenómeno se encuentra tanto en la educación recibida como en la persistencia de distorsiones cognitivas, creencias adquiridas y en la certeza de tener que realizar un esfuerzo excepcional para mostrar constantemente el valor como mujer de lo que se hace.
En la sociedad actual se magnifica el éxito como principal objetivo vital, algo que está exclusivamente dirigido a acumular bienes materiales. Desde un narcisismo insolidario buscamos el sentido de nuestra existencia en magnificar el logro y la productividad, con miedo al fracaso y a la frustración de expectativas; en sí, a la incertidumbre que produce mantenerse día a día con estas premisas determinando nuestras vidas. Las mujeres en este caso lo tienen peor porque se ven obligadas a hacer frente a una presión insoportable para ejecutar sus tareas sociolaborales, algo que acaba socavando su seguridad. La idea constante de tener que demostrar la propia valía genera la sensación de que “nunca es suficiente” lo que se hace y, por añadidura, un intenso estrés.
Podemos concluir que los rasgos asociados al llamado “Síndrome de la impostora” se presentan con frecuencia en clínica, por separado o en conjunto. Ya que la frustración ante una expectativa incumplida resulta inevitable a lo largo de la vida de una persona, es esperable que ésta genere distorsiones que contribuyen a una deficiente gestión emocional, que a su vez dificulta la adaptación al evento frustrante. No nos queda otra alternativa que analizar el resultado insatisfactorio de una conducta con la suficiente distancia emocional, como para tomar decisiones de afrontamiento que sirvan de aprendizaje para resolver el malestar y acumular dicho conocimiento como base para futuras ocasiones en que se puedan presentar circunstancias parecidas.
Sería trascendental que la educación presentara la existencia humana como un continuo experimento en el que tanto las agresiones del medio ambiente, como nuestra voluntad y el azar forman parte de él. En cada momento psicológico unos aspectos tienen más peso que otros. Esta educación debe incidir en la potenciación de la autoestima, que tendría su fundamento en el desarrollo de un pensamiento crítico autónomo. Si nuestro procesamiento interior construye el mundo, es imprescindible que el código a manejar por éste se encuentre basado en valores fundamentales como la solidaridad, la igualdad, la justicia social y el apoyo mutuo.

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Ángel E. Lejarriaga

 


Fuente: Rojo y Negro