Artículo publicado en RyN nº 379 de junio.

¿Eurovisión? ¿Sabéis cuánta gente ve Eurovisión? Es un evento de fantasía, despilfarro y performance donde hasta los catalanes van con España y Australia es Europa. ¿Podemos aprender algo?

Para aquellas personas que su vida está totalmente ofuscada por la falta de luces led y el fuego de Eurovisión, os voy a contar de qué va. Se trata de un evento donde múltiples países, se supone que representan los valores de Europa, un no-lugar en el que Australia emerge del agua entre Francia e Inglaterra cual Atlantis, Israel no está en medio de una guerra y todos los países del este son súper amigos que se votan entre ellos. Eurovisión defiende los (supuestos) valores de Europa mientras compiten y gastan millones de les contribuyentes. Cada país presenta un grupo de música que representa lo mejorcito de cada casa y suelen ser grupos super-inclusivos y dramáticos donde Rusia puede presentarse con un grupo de mujeres lesbianas gritando que ellas son mujeres libres que aman su patria… ¡Todo súper realista! Es la magia de Eurovisión (que, por cierto, tiene como logo un corazón).
Aunque parezca bastante absurdo, muchísima gente joven ve este montaje audiovisual: los Erasmus lo ven juntis en las residencias o en los bares y la gente local queda en casa de alguien o con la familia para visionarlo y comentar los horrores que presenta cada país —menos el año que llevamos a Chanel, ese sí que queríamos ganar—. Es un evento estúpido, sin fin alguno, con una capacidad impresionante de crear una épica alrededor de algo totalmente fútil. Definitivamente, una capacidad admirable que no solo dura las 4 horas del programa final, sino que las semifinales se extienden durante una semana, y antes, en cada país, hay un concurso para elegir a quién le representará a lo largo de varios meses. Para que después digan que si miramos TikTok nos quedamos sin capacidad de concentración, pero bueno…
Pero antes de que siga quejándome de todo y amando a Eurovisión a partes iguales, os voy a contar por qué creo que es un tema importante. ¿Es este certamen otra herramienta del mal para hacernos perder incontables horas? Probablemente, pero aun así no quita que sea digno de admiración. De hecho, se puede aprender mucho y hacia allí voy con este discurso: Eurovisión es como si fuera el hermano mayor del sindicalismo, el que sale de fiesta, hace deporte y cae bien a todo el mundo, aunque no tenga nada en el coco. Así pues, profundicemos en qué podríamos aprender de él. Esto no es para nada mi pedrada, qué va, yo soy una fan absoluta de Eurovisión y tengo que darle sentido a las horas perdidas de mi vida… Tened paciencia conmigo.
1. Reírse de sí mismo. La máxima de este show es ir súper-en-serio y, al mismo tiempo, ser conscientes de que es absurdo. Cada cantante y fan se desviven por dar lo mejor y, al mismo tiempo, cada persona espectadora siente vergüenza ajena al observarlo: si no has venido a reírte, sobre todo de ti, no estas preparade para Eurovisión. Ese es el paradigma de la performance: ir con una idea hasta el final, hasta niveles paranormales y, al mismo tiempo, dejar de creértela en un segundo. Creer y al mismo tiempo ser crítique. Pues bien, en el sindicalismo somos demasiado dogmátiques, generamos un discurso de odio profundo hacia el Estado y nuestra respuesta la concebimos como la única, pecamos de un escepticismo copioso hacia la vida, pero tampoco tenemos una esperanza real de que lo que estamos haciendo sea el camino y, por mucho que gritemos en las manis “La lucha es el único camino”, nadie tiene claro si es cierto o no. Nos falta reírnos un poco de lo que hacemos, de nosotres mismes, de tal modo que disfrutemos con nuestro activismo.
2. La diversidad. En Eurovisión hay desde pop hasta heavy metal (normalmente finlandés), pasando por música tradicional de cada región (en el concurso se acepta a todos los países, menos a los Estados no reconocidos y el politiqueo de turno que toque). Nuestro sindicalismo baila al son de los tambores del ‘36 y claramente nos falta ritmo. Deberíamos abrazar más el folclore de cada zona… y hasta su fauna y flora. Que si convocamos un evento de memoria histórica sea con diables, bastoners o el grupo de baile tradicional de cada zona, seáis de donde seáis. Que en donde está la sede hay un ateneo con una batucada feminista, pues pidámosle ayuda para una jornada de vermuts y poesía para rememorar a alguien o para convocar un día de debates. Estas no son ideas tan disparatadas ni complejas. ¡Venga va! dos más, que hoy estoy maja. Siempre se puede hacer una ruta histórica por la montaña o en el mismo centro histórico con la organización de excursionistas de vuestro barrio para terminar en una asamblea de debate sobre precarización del trabajo en esas zonas o, y ya es la última, para una caja de resistencia de una huelga contactar con el grupo de clown, o circo, o teatro, o reggaeton de un CSO para dar una clase abierta de taquilla inversa durante el evento. ¡Fua!, ¡esta es brutal!, te ríes, traes gente distinta y haces red con peña nueva. No todo tiene que ser en un tono sobrio, justamente de eso es de lo que no va Eurovisión.
3. Último y más importante, la capacidad de relatar una historia triunfal de hacia dónde queremos ir y rememorar con orgullo las cosas que “hemos” conseguido. Ese uso constante de la primera persona del plural que en medio segundo consigue que, como espectadora, sienta que formo parte de Eurovisión y de una Europa plena y radiante —os lo juro, estoy segura de que hay grandes mentes pensantes trabajando en el guion de Eurovisión cada año—, esa capacidad de generar una épica y un ánimo es asombrosa. Eurovisión, de una manera u otra, genera esperanza. Cada año lo hacemos un poco mejor y, cada año, nos volveremos a arriesgar y a reír del muchísimo tiempo que le dedicamos a esto. Pero mientras tanto, la idea de Europa va confluyendo en un gran proyecto con una ideología progresista que cuaja en el imaginario colectivo —vale, me he venido un poco arriba aquí, soy una persona profundamente conspiranoica de Eurovisión, no me toméis muy en serio—. Pero volviendo al tema, sí que creo que se genera un relato casi heroico de esta competición, es un evento llevado al extremo con estadios inmensos, miles de leds, pirotecnia y estrellas musicales actuales que te da un poco de ganas de verlo un domingo tonto por la tarde. A nosotres les sindicalistes, nos falta ese punto de fantasía a la hora de relatarnos nuestros propios proyectos, nuestra historia y nuestros proyectos de futuro. Chiquis, ya sé que perdimos la guerra, pero no hace falta que todo tenga ese tono fúnebre… mira, si los kurdos hacen algo bien es hacer videoclips motivacionales brutales. Nosotres no tenemos ese nivel de propaganda emocional, que nos haga vibrar por lo que hacemos.
Nos hace falta un cambio de actitud, algo que fomente nuestra esperanza en este proyecto de vida en el que estamos. Actos a los que no nos dé vagancia ir y de los que salgamos más motivades. Eventos muy lejos de los típicos conciertos de punk con mucho alcohol, sino mejor espacios de baile, canto, impro-shows, monólogos, música, espectáculos y todo tipo de actividades en que nos podamos juntar, participar, probar y generar un debate alrededor de un tema para poder acabar el día agradeciendo haber dedicado unas horas a nosotres, a conocernos, querernos y divertirnos. De esta manera, nos podemos recordar qué tipo de mundo es por el que estamos luchando, uno donde realmente tenemos vínculos y el capital no es nuestro centro.

Ester M.
Joven enfadada y mordaz
mapache@rojoynegro.info


Fuente: Rojo y Negro