Artículo de opinión de Octavio Alberola

Más allá de la incomprensible obstinación en mantener la incertidumbre sobre la investidura, lo preocupante -políticamente- es la sinrazón de un “desacuerdo” que, además de hacer posible un gobierno de “derechas”, no tiene justificación por ser de todos conocidos los límites de un “gobierno progresista” -como fórmula de gobierno viable- en el contexto mundial y español de hoy.

Más allá de la incomprensible obstinación en mantener la incertidumbre sobre la investidura, lo preocupante -políticamente- es la sinrazón de un “desacuerdo” que, además de hacer posible un gobierno de “derechas”, no tiene justificación por ser de todos conocidos los límites de un “gobierno progresista” -como fórmula de gobierno viable- en el contexto mundial y español de hoy.

Pese al tiempo transcurrido desde la fallida investidura del pasado 25 de Julio que no hizo posible la formación de un “gobierno progresista”, Sánchez e Iglesias siguen protagonizando un “desacuerdo” entre sus partidos que no parece dejar a los españoles/as otra opción que la de volver a votar en noviembre. Y eso a pesar -según ellos- de no desearlo y de lamentar que se haya perdido “una ocasión histórica” de constituir -“por primera vez desde la Transición”- un “gobierno progresista”.

Un gobierno que habría hecho posible poner fin a la herencia “social regresiva” dejada por Rajoy (si no a toda, sí al menos a sus aspectos más lesivos para las llamadas “clases populares”), y cumplimentar -además- las promesas del candidato socialista a las víctimas de la represión franquista que aún esperan “justicia y reparación”.

Ante el fracaso de una perspectiva tan esperanzadora para los miles y miles de españoles que sufren en carne propia las consecuencias de las políticas regresivas de Rajoy, ¿cómo justificar la sinrazón política evidente de un “desacuerdo” que deja por ahora pendientes todas esas esperanzas y convierte en probable un gobierno de “derechas” que las mantenga pendientes sine die? Pues, pese a las argumentaciones avanzadas por ambas partes para justificar el “desacuerdo” que provocó tal fracaso, resulta incomprensible la obstinación en hacer imposible el acuerdo, y, con ello, hacer posible un nuevo gobierno de la derecha en la Moncloa.

Un posibilidad cada vez más probable por el empeño del partido de Pedro, el PSOE, y el de Pablo, Unidas Podemos, en continuar enzarzados en una peligrosa “dinámica de reproches” mutuos para “justificar” sus intransigencias y responsabilizar al otro del “desacuerdo”… Y ello pese a ser conscientes de que tal comportamiento contribuye a que -como lo anuncia el CIS- el 38,1 por ciento de los españoles/as sitúen a políticos y partidos entre los problemas más graves del país. ¡Por encima inclusive del paro y la corrupción!

No es pues de extrañar que cada vez sea más frecuente oír a los votantes de las “izquierdas” decir “me han defraudado”, y que, “si hay nuevas elecciones, que no cuenten con mi voto”. En cambio, lo que si es verdaderamente extraño es que ni a Pedro ni a Pablo parezca inmutar esto, y que los dos sigan socavando tan alegremente “la credibilidad de una clase política bajo mínimos” en vez de buscar un acuerdo que los dos dicen ser necesario. Por lo que no es de descartar que, no pudiendo conseguir imponer cada uno su propuesta, los españoles tengan que ir a nuevas elecciones. Aunque quizás sea Abalos quien acabe teniendo razón… Y ello porque, a pesar de que Echenique insista en que “es poco responsable negociar en el pitido final”, lo frecuente -como dice el ministro de Fomento- es que “estas situaciones suelen resolverse en el último minuto”. Ya sea porque Unidas Podemos acepte un gobierno a la portuguesa (un acuerdo programático con apoyo externo), sin ministros de la formación morada, o porque el PSOE acepte lo de un gobierno de “coalición”, como quiere y pide Pablo, pero sin él ni con ministerios importantes para Unidas Podemos. Existen pues dos posibilidades aún posibles, si de verdad Pedro y Pablo no quieren -como no paran de repetir- ir a nuevas elecciones e impedir la posibilidad de un “gobierno progresista” que “trabaje por y para la gente”.

La sinrazón política del “desacuerdo” Sánchez/Iglesias

Posibles; pero el hecho es que, a menos de un mes para la investidura, el “desacuerdo” continúa por la insistencia del PSOE en mantenerse encastillado en que hay “muchas fórmulas más allá del Gobierno de coalición” y Unidas Podemos en no aceptar lo que consideran es “un trágala». Y, en consecuencia, los españoles siguen en la incertidumbre de si habrá investidura o deberán volver a votar.

Más allá pues de esa incomprensible obstinación en mantener la incertidumbre sobre la investidura, lo preocupante -políticamente- es la sinrazón de un “desacuerdo” que, además de hacer posible un gobierno de “derechas”, no tiene justificación por ser de todos conocidos los límites de un “gobierno progresista” -como fórmula de gobierno viable- en el contexto mundial y español de hoy. Un gobierno cuya función social se limite -en el mejor de los casos- a recuperar ingresos para los trabajadores, promover más inversión pública, frenar la precarización del mercado laboral y alguna cosilla más. O sea los límites que tanto el PSOE como Unidas Podemos aceptan por “realismo político”; pero que esta última formación pretende desbordar radicalizando su discurso con “ideología” (según Monedero: solo Unidas Podemos la tiene) en sus propuestas o exigencias electoreras o de imagen.

De ahí la sinrazón del “desacuerdo” tal como está planteado hoy. Pues, efectivamente, tanto Pedro y el PSOE como Pablo y Unidas Podemos estaban y siguen estando de acuerdo en lo que puede ser hoy la función social de un “gobierno progresista” y en no cambiar los fundamentos macroeconómicos del sistema capitalista.

Lo estaban cuando lo del presupuesto pactado e inclusive a finales de julio, cuando la escasez de tiempo les llevó a suspender la negociación, y lo están ahora cuando dan apoyo a gobiernos autonómicos y municipales de coalición o sin ella. No solo por pragmatismo político (hacer “la política posible hoy”) sino también porque, a pesar de que en el mundo globalizado actual no haya grandes diferencias entre derecha e izquierda, en el caso español aún es o debería ser preferible (para estas formaciones) uno que se pretenda de izquierda a uno que se vanaglorie de ser y sea de derecha.

Además, la sinrazón lo es también por las “razones” invocadas para justificar la “desconfianza” mutua… Pues es evidente que ni en Unidas Podemos ignoraban lo hecho por los gobiernos socialistas en el pasado ni lo que queda hoy del ideario socialdemócrata en el PSOE, ni en éste se ignoraba la “ideología” de Unidas Podemos y su necesidad de existir como una formación política a la izquierda del PSOE. Una necesidad que obliga a Unidas Podemos a una permanente sobrepuja ideológica de discursos, propuestas e iniciativas con los socialistas.

Más allá de la «desconfianza» y la política partidista

Ahora bien, una cosa es esta necesidad de definirse ideológicamente como partido y otra muy diferente querer marcar con tal impronta su participación en un gobierno -de coalición o de otra fórmula- y no en base a lo pactado en el acuerdo programático. De ahí el rechazo de Sánchez y los socialistas a constituir “dos Gobiernos en uno”, a aceptar ministros de un partido que se auto erige en “validador de la virtud del PSOE” y, además, lo pregona urbe et orbi. Y de ahí también que el único planteamiento viable para los socialistas -siendo lo que son- sea un gobierno del PSOE, en base a un “acuerdo programático y a un pacto de legislatura” que garantice la gobernabilidad de España “para cuatro años, no solo para sacar adelante la investidura”.

Claro que la política para el PSOE, como para los demás partidos, es -en el sistema de democracia parlamentaria capitalista- una competición por el poder entre partidos y sus dirigencias. Una competición en la que la ideología cuenta menos que la relación de fuerzas. Y de ahí que el objetivo prioritario de políticos y partidos sea fortalecer su posición de fuerza personal y de partido antes que conseguir resultados coherentes con el discurso ideológico que les define, y que, por ello, todos acaben haciendo de la política una profesión, integrándose a la élite y convirtiéndose en casta. Además, claro, sucumbiendo al irrefrenable deseo de existir y singularizarse en la escena mediática de la política espectáculo .

Más allá pues de la realidad de la «desconfianza» -escenificada tan irresponsablemente- que les impide una colaboración leal a ese nivel de la gobernabilidad, lo que Pablo y Unidas Podemos no deberían olvidar es lo que justificó su irrupción en la política institucional: “convertir la indignación en cambio”. Un cambio que haga posible lo que todos los políticos dicen ser -por lo menos los que se pretenden de izquierda- su objetivo: “el bienestar del pueblo”, “la justicia social”, etc., No olvidar pues que lo importante es hacer (o intentar hacer) posible tal objetivo. Y que, para ello, lo decisivo no es -como se ha demostrado tantas veces- ocupar varios ministerios o ni siquiera ocupándolos todos, sino poder ejercer sobre el gobierno una presión social que cambie de verdad la relación de fuerzas. Una presión social que no se pone en marcha desde los ministerios y el gobierno sino desde los centros de trabajo y en la calle con los movimientos sociales.

Ser, pues, coherentes con lo que aún dicen ser y no olvidar que, si Unidas Podemos aún pretende ser una fuerza política “anti-régimen”, no es de su interés formar un gobierno con el PSOE que le obligaría -al no haber cambiado el “régimen”- a hacer suyos “los compromisos de Estado y los intereses de la casta y de los grandes poderes fácticos”.

Así pues, tanto por ideología como por el pragmatismo político con el que justificaron, ante la supuesta ineficacia del 15-M, la eficacia de la participación en las Instituciones, lo lógico y consecuente sería que Pablo y Unidas Podemos tomen nota de la “propuesta programática” que los socialistas les anuncian estos últimos días, y que, tras notificar sus desacuerdos por considerar política y socialmente insuficiente tal programa de gobierno, invistan Sánchez para evitar nuevas elecciones y poder comenzar a potenciar una presión social que obligue al gobierno socialista a cumplir sus promesas o a desnudarlo si no las cumple.

Esa debería ser la verdadera razón y la finalidad del “desacuerdo”.

Octavio Alberola


Fuente: Octavio Alberola