En el siglo pasado, Wilma Scott (1921-1985) se dispuso a demoler la etiqueta de género que pende de muchas profesiones con esta frase: “Los únicos trabajos que no puede hacer ningún hombre son ser una incubadora humana o amamantar, y el único trabajo que no puede hacer ninguna mujer es ser donante de esperma”.
Lo que me hace retroceder a la frase de Wilma es que en su intento de restar importancia al género lo estaba reetiquetando de nuevo. El camino para el cambio no puede ser normalizar. La normalización es un proceso de resistencia propio del sistema.
Hoy por hoy, gracias a la visibilidad de los colectivos LGTBIQ+, podemos asegurar que hay mujeres que pueden donar semen y hombres incubadora.
Desde el feudalismo hasta ahora los mercados «autorregulados» dominan al mundo.
Lo que me hace retroceder a la frase de Wilma es que en su intento de restar importancia al género lo estaba reetiquetando de nuevo. El camino para el cambio no puede ser normalizar. La normalización es un proceso de resistencia propio del sistema.
Hoy por hoy, gracias a la visibilidad de los colectivos LGTBIQ+, podemos asegurar que hay mujeres que pueden donar semen y hombres incubadora.
Desde el feudalismo hasta ahora los mercados «autorregulados» dominan al mundo.
La sociedad es gestionada en tanto que auxilia al mercado. En lugar de que la economía se vea marcada por las relaciones sociales, son éstas quienes se ven encasilladas en el interior del sistema económico y laboral. «El lucro es un móvil específico de la producción destinada al mercado», decía Aristóteles.
Para el capital es imprescindible sexualizar, racializar, colonizar e imperializar los nichos de mercado y explotación. Para ello se valen del Estado, de la religión y del miedo.
El armario siempre ha sido un instrumento político de etiquetado y confinamiento. El inicio del relato del «cambio» sale de un sitio oscuro escondido, recóndito. Da igual que ese armario sea secreto, de cinco puertas o de puertas de cristal. El heteropatriarcado necesita parcelar nuestros deseos e identidades sexuales, es esa dominación de las infelicidades como factor de ganancia la que han llevado a la práctica durante siglos.
Hace poco Aizole Araneta, sexóloga y activista trans, a través de las redes hacía una pregunta potenciadora: “¿Cuándo elegiste tu género?”
Dado que el sistema nos construye con una identidad necesaria y mediatizada a la medida de sus intereses, aún no se había desarrollado nuestra consciencia cuando ya estábamos aleccionados por el factor género y todas sus etiquetas. Quizás la ceguera funcione un tiempo pero, cuando ves expoliada tus parcelas de libertad y felicidad, el único proceso consciente de supervivencia es la deconstrucción social, ética, moral y cultural.
Este proceso de manera colectiva toma las calles como en el 8M, desarrolla movimientos como el #metoo y nos organiza para buscar nuevos horizontes. Hay muchas feministas que piensan que los colectivos LGTBIQ+ no están suficientemente implicados en la revolución que acaban de descubrir las feministas y, quizás sea justo la perspectiva contraria, que desde los movimientos feministas debamos reconocer como resistencia y revolución, a veces invisible a los ojos de patriarcado, toda la diversidad sexual y social que como una abanico multicolor se despliega con orgullo.
La revolución sexual y social que afortunadamente se está llevando a cabo, está pulverizando las etiquetas y preconceptos sobre la sexualidad y las relaciones humanas. Así mujeres en edad productiva deciden no tener descendencia como opción consciente y vital, con independencia de la orientación de su sexualidad. La sexualidad sufre un desdoblamiento, se vuelve múltiple y al mismo tiempo impar. La heteronormativiad es cuestionada y las sensibilidades se multiplican, enriqueciendo la colectividad diversa de las siglas LGTBIQ+ que comienza a ser una maravillosa partitura de jazz que todas debíamos entonar, practicar y promulgar.
Este cambio discursivo de conducta y sociabilización se traduce en nuevos modos de vida y de economía. El modelo de mercado de simetría centralizada se tambalea. La diversidad es esa arma de deconstrucción masiva a la que el capital, el estado y el patriarcado temen. La conquista de la igualdad está exponenciada por esta revolución identitaria que nos llevará a la reciprocidad entre personas. Faltan derribar muchos tótem y tabús para llegar al orgasmo «democrático» de género, pero es la clave del cambio de la igualdad efectiva y afectiva entre personas.
La reciprocidad se sustenta en un modelo simétrico de organización.
“La uniformidad es la muerte, la diversidad es la vida” (Bakunin)
Secretaría de la Mujer del Secretariado Permanente del Comité Confederal
Fuente: Secretaría de la Mujer del Secretariado Permanente del Comité Confederal de la CGT