Ellis Goldberg 11 feb. 2011. Traducido por Insumissia
El presidente egipcio Hosni Mubarak se ha rendido a las exigencias de los manifestantes hoy, dejando el Cairo y retirándose del poder. Esto tiene lugar horas después de un discurso, emitido en todo el mundo ayer, en el cual rechazaba esto mismo.
Antes ese mismo día, el Consejo Supremo Militar emitió una nota – a la que llamaron «primer» comunicado – que proclamaba que el ejército aseguraría una transición pacífica con Mubarak fuera del gobierno. En la práctica, parece que el poder ha sido traspasado a las fuerzas armadas. Este acto ha sido el último en una serie de movimientos que ha llevado a cabo el ejército en este mes de protestas, pasando de parecer un aplaudido observador neutral a garante de las fuerzas del orden.
Antes ese mismo día, el Consejo Supremo Militar emitió una nota – a la que llamaron «primer» comunicado – que proclamaba que el ejército aseguraría una transición pacífica con Mubarak fuera del gobierno. En la práctica, parece que el poder ha sido traspasado a las fuerzas armadas. Este acto ha sido el último en una serie de movimientos que ha llevado a cabo el ejército en este mes de protestas, pasando de parecer un aplaudido observador neutral a garante de las fuerzas del orden. Desde que el movimiento de protesta tomó forma el 25 de enero, el ejército, con paciencia infinita, ha extendido y profundizado el control físico del alrededor de la plaza Tahrir (el foco principal de las protestas) con barreras físicas, grandes láminas de acero y rollos de cable de espino. Por sí misma, la creciente presencia de los militares era el siguiente paso en un golpe de estado a cámara lenta – del control indirecto al control directo – cuyos cimientos fueron establecidos en 1952.
Occidente puede estar preocupado porque la crisis traiga la democracia demasiado rápido a Egipto y empodere a los Hermanos Musulmanes. Pero el peligro real es que el régimen sólo se ha despojado de sus civiles corruptos, dejando a sus componentes militares como el único jugador en pie. De hecho, cuando el general Omar Suleiman, el recientemente investido vicepresidente al que Mubarak dio poderes presidenciales anoche, amenazó con que el pueblo de Egipto debía elegir entre el régimen actual o un golpe de estado militar, sólo aumentó la sensación de que el país estaba siendo tomado como rehén.
El sistema político egipcio bajo el mando de Mubarak es un descendiente directo de la república establecida en el golpe militar de 1952 que llevó a Gamal Abdel-Nasser y los Oficiales Libres al poder. Nasser y los oficiales abolieron la limitada monarquía parlamentaria egipcia y expulsaron a una generación entera de figuras políticas y judiciales de la vida pública. Crearon su propia república custodiada por cuadros militares leales. Su primer experimento de un gobierno tecnocrático, permitiendo a expertos legales egipcios escribir una nueva constitución, fue un fracaso. El borrador de los expertos preveía un parlamento fuerte y una presidencia limitada, lo que los oficiales consideraron como demasiado liberal. Así que literalmente la tiraron a la papelera y empezaron de nuevo, escribiendo una constitución que pusiera un poder inmenso en la figura del presidente.
Esta solución funcionó muy bien para los militares, ya que todos los presidentes egipcios desde 1953 han sido mandos militares. Durante dos generaciones, el ejército ha sido capaz, a través del presidente, de dirigir todos los recursos del país hacia la seguridad nacional, armándose para una serie de guerras desastrosas con Israel. Estas derrotas, combinadas con el descuido de la economía, casi llevaron al país a la bancarrota. De forma que entre 1975 y 1977 estallaron revueltas populares contra las políticas económicas del gobierno. Para recuperar el control, los militares desviaron su atención de la guerra y la centraron en el desarrollo. El ejército se retiró gradualmente del control directo sobre la política, cediendo poder a las fuerzas de seguridad locales y el otro poderoso patrocinador del partido del poder en Egipto – los pequeños grupos de empresarios civiles que se beneficiaban de su acceso privilegiado a las ventas y compras del gobierno para expandir sus propias fortunas.
En los 90, el presidente Hosni Mubarak llevó a cabo una guerra interna contra los islamistas y el papel de los militares cambió de nuevo. Mientras el gobierno se hacía dependiente de los crecientes cuerpos policiales, el ejército se reducía en tamaño e importancia. Con el tiempo, la policía y el ministerio de interior sustituyeron a las fuerzas armadas y el ministerio de defensa como el pilar que sostenía al régimen. Mientras tanto, las facciones de la élite empresarial que se beneficiaban del estado, como el ahora caído en desgracia magnate del acero y antiguo líder del partido Ahmad Ezz, se ganaron poder. Mubarak les dio acceso privilegiado al partido Nacional Democrático, al que convencieron para abrir la economía egipcia al comercio exterior – enriqueciéndose todavía más.
Los cuadros de generales estaban aplacados hasta cierto nivel a pesar de todo, debido a su propia buena situación económica. Durante los noventa, el ejército expandió su participación en la economía. En esta década, se estima que las industrias en poder del ejército controlaban entre el 5 y el 20% de la economía egipcia. Igualmente, los generales del ejército gozaban de una serie de privilegios, como el acceso preferente a bienes y servicios.
Hoy, el ejército se presenta a sí mismo una fuerza del orden y un árbitro neutral entre los oponentes enfrentados, pero tiene grandes intereses que proteger, y no es, de hecho, neutral. La estructura básica del estado egipcio actual beneficia al ejército. Las demandas de los manifestantes parecen sencillas: fin del estado de emergencia, nuevas elecciones, y garantía de libertad de formar nuevos partidos políticos sin intervención del estado. Pero estas demandas significan abrir el espacio político a todo el mundo a lo largo de la estructura social y política egipcia. Esto supondría cambios constitucionales, como reformar Egipto como un sistema parlamentario en lugar de presidencial, dejando que la mayoría electa seleccione al primer ministro (que ahora es elegido por el presidente). Estos cambios borrarían la estructura de poder creada en 1952 que se ha mantenido hasta ahora.
Un parlamento elegido libremente y un gobierno restituido debilitaría el papel de la presidencia, la posición que el ejército previsiblemente intentará mantener bajo su control. Por otra parte, unas elecciones abiertas podría situar a las nuevas élites empresariales en una situación de poder en la que pudieran debilitar el papel del ejército en la economía. Esto pondría los vastos intereses económicos del ejército – desde las omnipresente bombonas de propano que proporcionan gas para cocinar en los hogares egipcios a alimentación y hoteles – en peligro. Además, el ejército siempre ha preferido que la estructura del país fuera fuertemente jerárquica. Se siente incómodo con el creciente festival de participación en las calles y, incluso si los mandos militares permitieran más competencia que la que permitieron sus abuelos en los cincuenta, probablemente intentarían limitar la participación política manteniendo el sistema de nombramiento de los ministros del gobierno por decisión del presidente.
De hecho, en lugar de perseguir un cambio institucional, los mandos militares probablemente traten de satisfacer al público con gestos simbólicos. Seguramente investigarán a los empresarios más corruptos y sus socios en el ministerio por el desvío de fondos públicos y propiedades públicas. Al mismo tiempo, probablemente investigarán al antiguo ministro de interior por asesinar intencionadamente manifestantes durante las protestas.
Si los militares ganan más control, dos de los protagonistas de la escena actual serán cruciales. En primer lugar, Suleiman, quien tiene fuertes lazos con los militares y al que Mubarak nombró vicepresidente la semana pasada, está en el centro de toda negociación entre las facciones opositoras y aparece continuamente en la televisión. No es sorprendente que haya dejado claro que no tiene intención de modificar el sistema presidencial. Jugando a ganar tiempo, ha insistido fuertemente que incluso las negociaciones deberían estar limitadas a cambiar únicamente los tres artículos de la constitución que tienen que ver con las elecciones.
En segundo lugar, aunque el general ministro de defensa Hussein Tantawi ha sido mucho menos visible, no es menos importante. Esta detrás del anuncio del ejército de que no disparar contra los egipcios, al contrario que las odiadas fuerzas de policía. De hecho, el ejército no ha disparado contra los manifestantes ni contra los matones que atacaron las manifestaciones. E incluso llegaron a proclamar que los manifestantes tenían demandas legítimas. He visto informes sobre el ejército arrestando a algunos manifestantes y miembros de movimientos en defensa de los derechos humanos. Algunos de los detenidos y liberados cuentan que una facción de los mandos del ejército siguen leales a Mubarak. Aun así, bajo el mando de Tantawi, el ejército tratará por lo menos de parecer neutral mientras negocia con el resto de la oposición para conseguir una transición, incluso mientras Suleiman procura que esa reforma sea limitada.
El régimen de Mubarak como ha existido esta última década – un gobierno crecientemente corrupto e incompetente que ha dado inmensas ventajas económicas a un puñado de empresarios bien conectados políticamente – ha quedado hecho trizas. Un sistema político más abierto y un gobierno más receptivo que recorte el poder y los privilegios de los militares aún puede surgir. Y el ejército podría tomar cartas en el asunto como un poder de transición y reconocer que, por mucho que quieran, no pueden retomar el control absoluto. El ejército egipcio es más profesional y más educado que en los 50, y algunos generales podrían ver los beneficios de la democracia. Sin embargo, lo más probable es que lleven a cabo este golpe de estado a cámara lenta, retornando al austero autoritarismo militar de las últimas décadas.