Los sindicalistas empezaron incendiando o mojando el carbón contra el capital y la explotación y han acabado en los sillones de orejas del poder, siendo jefes de sus vacaciones, funcionarios del paro y fogoneros de los partidos. Precisamente lo que define y distingue en un principio al movimiento sindical es su defensa de los trabajadores más allá de objetivos políticos generales, pero de atrancar las máquinas, rebelar telares y aplastarle el sombrero al patrón parece que la cosa pasó a entremeter en las fábricas la propaganda de las ideologías, ir soliviantando al currante contra lo que convenía, arrimarlo al voto más o menos rojo, sacarlo a bailar a la calle o no según quién gobierne y convencerlo de que tal partido le va a dar más trabajo, colchones o botijos. Los grandes sindicatos, es decir, UGT y CCOO (al resto, ya ven, se les suele llamar “independientes”, aceptando la sumisión de estos dos), son sucursales de la política en el tajo, y eso se nota en que su interlocutor no es ya el empresario, personaje secundario, sino la Administración y los despachos de los partidos. La gran trampa que ha adormecido a los trabajadores, como a los niños a los que se les da un chupete mojado en anís, se llama concertación social, nombre manso que esconde ese prorrateo en el que los sindicatos “mayoritarios” se aseguran subvenciones públicas a cambio de mantener a la tropa calladita, mientras que los políticos tranquilizan con eso mismo a los empresarios, que sólo son como carteros de todo aquel tejemaneje interno. Hay unos sindicatos que ya no hacen ruido con las tuercas, ni traen un nuevo siglo ni una revolución de bieldos para arriba. Sus dirigentes sólo esperan ese funcionariado del “liberado” en el que crecen tan bien sus barbas, el dinero bajo cuerda o la recompensa que les regale el poder como una ínsula. Si empujan a la gente a la calle, adornados de mendrugos, es para cantar rondallas a sus políticos o someterlos a un pequeño chantaje cuyo fruto suele ser siempre el mismo : el silencio comprado.
En la Bahía de Cádiz iba a arder el agua como en un abordaje pirata porque Delphi se cerraba. Pero se cerró y no pasó nada. La Junta habló de “parados con perspectiva”, hasta de “oportunidad histórica”, y los sindicatos dóciles, amancebados con sus dueños políticos, guardaron los hierros y se echaron a dormir bajo ese sol gaditano que es como una fundición detenida. Empresas informáticas, aeronaúticas o en general esdrújulas, que vendrían por el impulso modernizador de la Junta y el poder mágico de su Verbo, iban pronto a recolocar a sus trabajadores. Este discurso increíble, esta tomadura de pelo, no sólo no rebeló aún más a los sindicatos, sino que los arrellanó en el silencio e incluso en la alegría. Un año después, el que fue presidente del comité de empresa de Delphi, Antonio Pina, de CCOO, se atreve a decir, en una carta abierta con el tono de aquéllas a los corintios, que están “a mitad del camino”, floreando además la amarga espera o decepción como si fuera un relajo, un balneario y hasta una ganga. Luego hemos sabido que Antonio Pina ha solicitado el carné del PSOE y todo ha acabado resultando tan transparente como repugnante. Ésa es la perspectiva verdaderamente prometedora aquí en Andalucía, el carné del PSOE, formar parte de la “familia socialista”. Los sindicalistas ya tienen otro amo, el poder les abraza, la traición les compensa. Hicieron, en otro siglo, por supervivencia y dignidad, la revolución entre el vapor y la tizne cafetera de las fábricas, cuando eran poco más que esclavos, morían los niños bajo sus chimeneas y la protesta obrera se consideraba delito. Ahora, sirven dentro del escalafón político, como agitadores o amansadores del proletariado, según convenga. Algunos deben de cobrar lo suyo sin mirar a los ojos, como las prostitutas.
Fuente: Luis Miguel Fuentes (El Mundo de Andalucía)