El fascismo no ha venido, lo hemos traído nosotros. Son los propios ciudadanos en Italia quienes, convertidos en plebe, votan fascismo. Quieren mano dura y feroz exclusión con inmigrantes, gitanos, sin papeles y otros desheredados a los sienten como rivales y malhechores. No caben disimulados. Han sido sobre todo las clases populares las que han elegido a Berlusconi y sus cruzados. Por elección popular.
Democráticamente. O al menos según esa perversión de lo que llaman democracia y no lo es que reduce el gobierno del demos a la rutina de votar cada equis años para darnos amos. De una manera no muy distinta a como se inició el ascenso del nazismo en los años treinta del siglo pasado. A pesar de que entre éste posfascismo civil y aquel otro cuartelero de infausto recuerdo han pasado casi setenta años con un holocausto por medio y la revolución cultural de un mayo francés que aparentemente había defenestrado todo rastro de paternalismo autoritario. La pregunta, pues, es ¿cómo hemos llegado a esto ? Y la respuesta es clara : porque ha habido un efecto llamada. Nos han inculcado el miedo a la libertad y hemos corrido a buscarnos salvadores.
Aristóteles entre otros pensadores de su tiempo predijo que la demagogia era la tumba de la democracia. El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, el régimen de democracia directa que en Atenas duró casi dos siglos, alcanzado cotas de civilidad nunca vistas, sólo es posible si existe una ciudadanía plena, libre, responsable y realmente participativa. Únicamente cuando se hace política entre libres e iguales. Sin delegar en otros el control de experiencias individuales y colectivas. Sin representantes de oficio ni políticos profesionales que okupan para sí toda la función pública. En el contesto de una cultura de valores humanísticos que impida la progresión de demagogos y sicofantes. Un pueblo maduro, adulto, moralmente activo, solidario y libertario nunca se encontrará a merced de embaucadores y pícaros. Pero eso no entraba en los planes del capitalismo neoliberal.
Muy al contrario. La mística del mercado, el beneficio, la acumulación del capital y una libertad mercenaria, concebida sólo como disfrute particular en competencia permanente con el semejante, era la única política que el neoliberalismo podía contemplar para desarrollarse impunemente. Bocas y estómagos. Contribuyentes y consumidores. Votantes autistas y ventrílocuos. Nunca ciudadanos críticos y comprometidos. Y ha sido en ese caldo de cultivo, con ese efecto llamada convertido en nueva piel de la sociedad irónicamente denominada del conocimiento, con el troquelado de un impostado nuevo ADN identitario burdamente materialista y primario, como se ha alfombrado el camino para el regreso del fascismo democrático.
La rebelión de las masas de nuevo. Unas masas sin referentes éticos, sin principios, sin valores, alegremente entregadas a la orgía manipuladora de los medios de comunicación y la venalidad de los mercaderes de la política. Esta vez no ha sido preciso un acto de fuerza. Ninguna marcha sobre Roma ha precedido a la toma del poder por los nuevos totalitarios con rostro humano. Como a Fernando VII en España, ha sido el pueblo llano y estulto, los de abajo sin atributos, quienes han aupado a las falanges berlusconianas.
La paulatina degradación de la democracia, que últimamente ni siquiera tenía la decencia de intentar ser representativa. -como se ha demostrado en el chusco arrinconamiento del referéndum sobre la Constitución Europea- está en la base de lo que ha producido la legitimación de los herederos de aquellos que hicieron del odio al diferente el fiel de su doctrina. Y no han defraudado. Nada más ocupar las poltronas han desenfundado y puesto en marcha operaciones de castigo contra los guetos de gitanos. ¡Otra vez los apátridas en el punto de mira !
La ignorancia, el materialismo grosero, la insolidaridad, el egoísmo primario, el individualismo monadista, la incultura, el consumismo desnortado, el oscurantismo, todo ha conspirado como levadura del posfascismo rampante. Una doma de decenios, basada es la exaltación de la competencia y el dinero, la emulación televisiva y la resignada aceptación de la servidumbre voluntaria, en un mundo en que los pocos parasitan a los muchos, ha hecho posible el regreso al túnel del tiempo. Se está cumpliendo la pesadilla de Hannah Arendt : triunfa la política de hacer superfluos a los seres humanos.
Con un poder sin moral democráticamente en el poder, todo es posible. Por “suscripción popular” se elige la soez matraca del Chiki-chiki y democráticamente también se puede reinstaurar la pena de muerte si hay una demanda social hábilmente manufacturada. Se equipara a víctimas con verdugos y se termina celebrando la apertura de castizos guantánamos para la “mugre social que nos invade”, como se voceaba en la convocatoria de una manifestación xenófoba autorizada. Todo muy legal y democrático. El alevoso asesinato de un joven antisfascita por un militar nazi no merece tratamiento diferenciado ni distinto rasero. Oficialmente es una riña entre radicales antisistema. Se empieza hundiendo las pateras de los inmigrantes en el mar con ellos dentro y se termina reduciendo a pavesas los enseres de los gitanos mientras desde la barrera la turba aplaude la firmeza de las autoridades. Como dice el antropólogo José Alcina en un libro póstumo : “Qué clase de democracia puede existir nacida de la ignorancia y el analfabetismo. Es importante estar sanos, pero sin educación, al menos la más elemental, no sabremos entender y discernir. Cualquier papanatas deseoso de poder y de riqueza nos podrá convencer para que le votemos” (Justicia y libertad, 2005, 426).
Fuente: Rafael Cid