Más allá del tiempo y las generaciones, está la memoria. La memoria que es experiencia contrafáctica del olvido porque conlleva duración. Por eso existe un interés exagerado, o sea más allá de lo intelectualmente razonable, de catalogarla como una dimensión exclusivamente individual. Los poderes fácticos, el sistema establecido, la ideología dominante que se ambiciona como pensamiento único, pretenden encorsetarla, hacer de ella un acto íntimo, en la lógica del monadismo que tantos réditos está proporcionando al neoliberalismo.
Lógicamente esto es una falacia, pura trágala política, una impostura Desde Maurice Halbwachs y su inconmensurable obra Los marcos sociales de la memoria sabemos que la memoria existe socializada, ése es su oxígeno. Nacemos en el seno de una familia, en un entorno, con una lengua como herramienta de comunicación y en unas coordenadas espacio temporales, y eso trasciende a la memoria de su cuna, de su locus vernáculo. Son los marcos sociales los que hacen del proceso memorialístico un fenómeno colectivo, interactivo y solidario.
Luego, la ruptura de esa cadena trófica antropológica que pretenden los heraldos del mercado y sus filiales, significa una derrota histórica del proyecto humano concebido como realización de la plenitud de las personas en libertad. Volviendo a Halbwachs, que murió de inanición en el campo de concentración hitleriano de Buchenwald, sin memoria como afán colectivo, entregados sólo a la arqueología de nuestros referentes más privados, al mundo le costaría hoy recordar lo que supusieron los siete plagas del Holocausto nazi y el Gulag estalinista. Y las nuevas generaciones, intoxicadas con la memoria mentida (el “apacible” franquismo de Mayor Oreja), serían presa fácil de recauchutados despotismos y tiranías globales.
Porque lo que está en cuestión cuando se publicita la dimensión unidimensional de la memoria, desechando su perfil social, es la experiencia, la humana experiencia en convivencia. Reducidos a meros alveolos por unas leyes de mercado que excitan el lado más egoista del individuo, diezmándolo de trascendencia solidaria, la experiencia es la última huella a que ese náufrago se puede asir para resistir, es decir para re-existir. Y la experiencia asumida, la emulación que la misma conlleva, es lo que ceba la conciencia para la acción.
De ahí la importancia de que en la recuperación de la memoria libertaria se tenga en cuenta la necesaria dosis alícuota de resistencia. No hay memoria libertaria sin resistencia ni resistencia sin memoria libertaria. Y ello porque la acción que esta experiencia promueve es acción directa, sin intermediarios, propia, transformadora, sin que haya nadie que nos cuente cómo pasó. En este sentido hay una diferencia notable entre historia y memoria, y puede aventurarse que la historia es el nicho de la memoria, porque la historia empieza cuando la memoria se extingue por muerte natural. Somos historia cuando el ciclo vital que experimentamos existiendo caduca.
Memoria libertaria, resistencia y acción directa son vectores subversivos de un proceso de autodeterminación, de autoorganización, de autodemocracia incluso, y en esa difícil literalidad cabría pensar que la trepanación de esa memoria libertaria lo que persigue es erradicar el sentido profundo de verdadera democracia en libertad que está instalado en el AND de nuestra primera naturaleza. Instinto básico que la reeducación a que nos somete el proceso civilizatorio (Norbert Elias) muda en conformidad, inhibición y resignación hasta conformar una segunda piel en la cuestionable deriva que Freud atribuyó al malestar de la cultura. En suma, una catarsis represiva por insolidaria e insolidaria por represiva. Reprimidos llegamos al festín de la sociedad de consumo y exprimidos la abandonamos cuando nuestro valor de cambio se ha agotado.
Los continuos reclamos que las distintas posturas e interpretaciones sobre la Ley de Memoria Histórica a favor de “no remover el pasado” deben valorarse como la homeopatía placeba que se vende desde los nuevos púlpitos para culminar un proceso de servidumbre voluntaria que habilite la gobernanza de la globalización sin traumas para el Capital y el Estado. En esa catequesis preventiva hay implícito un adiós a todo eso que han sido los valores cardinales de la ilustración : el individuo como zoom politikon y la demo-kratia como su esfera de expresión. De ahí la oportunidad de una memoria y resistencia libertaria que, haciendo de la necesidad virtud, incida en la coyuntura ofreciendo frente a los estragos del olvido programado por los poderes el potencial transformador de la anarquía como la más alta expresión del orden.
Las batallas perdidas son las que no se dan ni siquiera se plantean, y esa es la estrategia del poder y el capital para fabricar ciudadanos zombis que piensen espontáneamente contra sus propios intereses. El imperativo de no actuar con el marco cognitivo del contrario, que recuerda el sociólogo estadounidense George Lakoff para el reducido ámbito de la pelea electoral, puede ser extrapolable a la causa de la memoria. Con la notable diferencia de que aquí no se trata sólo de ideología, de un duelo amigo-enemigo, apuesta con que Carl Schmitt justificó la política totalitaria. No es esa la percepción deseable. Lo que aquí y ahora se ventila es un cambio radical del antropocentrismo, que el hombre deje definitivamente de ser la medida de todas la cosas y sean precisamente las cosas quienes tomen la medida al hombre.
Algo crucial que trasciende de la coyuntura específica que pueda significar, por importante que fuera, el cambio del modelo de producción o la dimensión a escala del mercado. La clave es identitaria, cultural, el saber quién somos y dónde estamos, porque, como dice la Biblia, si la sal se pierde, quién nos devolverá su sabor. En esta encrucijada que la lucha por la reivindicación que la memoria libertaria depara hay algo de amenazante ecocidio. Lo humano democrático y libertario es como un ecosistema, una cadena trófica vital que puede ceder en algunos de sus eslabones a la codicia de los depredadores sin que se anule su impronta regeneradora. Salvo que la embestida afecte a zonas neurálgicas como la preservación de la propia memoria y sus marcos sociales. Si de la experiencia propia pasamos a que nos cuenten cómo pasó habremos iniciado un camino de difícil y costoso retorno.
Consumada la expropiación de la política con la extensión de la representación (teatralizada ) a un imago mundi virtual, la resignación ante una memoria vicaria, contextualizada por expertos, académicos e historiadores, supone jibarizar el pasado-presente a su propia conveniencia porque, como afirma Halbwachs, “no están obligados a tenerla en cuenta (ya que) no hay miedo a que les desmientan”. La premonición que acecha ante el ocaso de la memoria y la resistencia libertaría confirmaría, en palabras del pensador francés muerto en el campo de exterminio nazi, “como si le fuera necesario esperar (a la historia) a que los grupos anteriores hayan desaparecido, a que sus pensamientos y su memoria se hayan desvanecido, para que se pueda ocupar de fijar la imagen y el orden de sucesión de los hechos que sólo ella es entonces capaz de conservar”.
Pongamos un ejemplo nuestro para terminar. ¿Cómo tratará la historia el caso Scala del que se cumplen 30 años en enero de 2008 si la memoria y la resistencia libertaria declinan ? ¿Cómo lo qué fue, el resultado de una provocación inmersa en la política represiva-preventiva del Estado español para desbaratar la fuerza contagiosa de un movimiento anarcosindicalista que renacía de sus cenizas ? ¿O cómo un acto de terrorismo de baja intensidad de grupos radicales antisociales ? ¿Quién nos contara cómo paso : los protagonistas de la memoria insumisa o los mercenarios de la voz de su amo ?
Todo ello en un país donde lo normal es que la historia de los historiadores, memorias y biografías incluidas, y las de las hemerotecas sean muchas veces cuentacuentos alejados del principio de veracidad, o al menos de una púdica objetividad. Y en un tiempo en que los archivos oficiales o siguen cerrados, o fueron “privatizados” por oscuros intereses para alimentar el negocio del chantaje político -si se trata de laminar al adversario presente o venidero-, o simple y llanamente han sido destruidos. Imitadores en precario en tantas lides, descollamos por mérito propio en esta feroz asignatura de la (in)justicia preventiva que ahora ejecuta con sublime descaro el gobierno Bush y sus replicantes. Da igual que no existan evidencias (armas de destrucción masiva en Irak) o que la carga de la prueba lo desmienta (un Irán militarmente nuclearizado), si el guión lo exige se llega hasta sus últimas consecuencias y la patria agradecida Lo ocurrido con Delgado y Granado es el paradigma. Fueron condenados y vilmente ejecutados por un crimen que no cometieron, está documentada a través de testigos de cargo su inocencia, pero judicialmente, oficial e históricamente son culpables. Así se escribe nuestra historia : de su memoria.
Fuente: Rafael Cid