Podría decirse, parafraseando a Anna Karenina, la heroína de Tolstói, que todas las historias de mujeres maltratadas son iguales. Relaciones que se cuartean prematuramente. Convivencia imposible con un rosario de discusiones que se vuelven cada vez más violentas, hasta que se franquea la línea de lo tolerable. Un drama que se desarrolla casi siempre a puerta cerrada, en el laberinto emocional de unas relaciones difíciles de desanudar. Un drama interno en el que la justicia y las instituciones apenas pueden moverse.
Cinco mujeres que han sufrido malos tratos (una de ellas, intento de asesinato), y han denunciado a sus ex parejas, relatan en este reportaje sus experiencias. Cuatro de ellas son españolas y hay una de origen inmigrante. Sus testimonios son directos, personales. Algunas permitieron que se les fotografiara exclusivamente de espaldas, bajo la condición de no ser identificadas.
Varias de ellas soportaron durante años relaciones violentas sin el amparo de leyes proteccionistas ; otras han encontrado en la actual Ley Integral contra la Violencia de Género un asidero para salir de sus propios laberintos conyugales. Casi todas valoran positivamente esta norma, que acaba de cumplir dos años, pero creen que necesita cambios y retoques. Y alguna de las mujeres entrevistadas apunta incluso los riesgos que conlleva denunciar al maltratador, porque suele contraatacar, bien con una acción violenta, o alargando y complicando los procesos judiciales en los que, a menudo, los hijos son también víctimas.
Pese a las cifras de la aparente efectividad en la aplicación de la ley -cada 12 minutos se detiene a un hombre por violencia de género, y sólo el año pasado se dictaron más de 27.000 órdenes de protección de las más de 36.000 solicitadas por otras tantas mujeres-, nada impidió que 71 mujeres fueran asesinadas por sus compañeros o ex compañeros en 2006. Y el primer semestre de este año, con más de 40 víctimas mortales, amenaza con establecer otra marca.
Quizás por ello, el miedo permanece siempre alojado en el subconsciente de las mujeres agredidas. Ellas tienen la palabra.
Fuente: Lola Galán (El País)