En Venezuela, tanto el gobierno como la oposición hablan de las bondades del modelo político reinante y lo definen como democrático. Incluso, algunos sectores adversos al gobierno le imputan haberse apartado de la democracia y lo tildan de dictadura constitucional. Preconizan su existencia por haber un sistema de votaciones donde aparentemente se escogen los mandatarios populares.
Sin embargo, se trata de mitos bien organizados por las cúpulas gobernantes con soporte en los medios de difusión de masas para crear la imagen de estar en un país libre. Si hacemos un análisis equilibrado podremos concluir en la inexistencia de un proyecto donde la gente decida sino todo lo contrario, estamos en presencia de un sistema donde los factores de poder toman las decisiones y los mecanismos formales colorean el cuadro pero no lo definen.
Desde el año de 1948 en nuestra nación se estableció el voto universal, directo y secreto. Quizá para ese entones era una conquista considerable pero en el mundo del siglo veintiuno no lo es. Interrumpido por la dictadura militar los comicios volvieron en el año de 1958 cuando la Junta de Gobierno llamó a elecciones y fue electo Rómulo Betancourt, el arquitecto del modelo populista instaurado a raíz del llamado Pacto de Puntofijo.
A partir de la constitución del plan concebido desde sus exilios en el norte, los tres líderes (Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba) fundaron su esquema partiendo de una exclusión, la de los comunistas. El líder de Guatire estaba claro en los fines perseguidos y gobernó con una pentarquía con el cohesionada con el tiempo. Los militares, el alto clero, la C.T.V., Fedecámaras y fundamentalmente dos partidos políticos, A.D. y COPEI, fueron los agentes integrantes del ente cupular. Cada uno tenía un rol a cumplir para mantener el orden establecido.
De tal manera que el voto era una manifestación periférica dentro del esquema de poder con posibilidades de algunas variantes porque no se modificaba en absoluto la naturaleza de la estructura política vigente. Los partidos de la izquierda insurreccional, en los años sesenta, se pronunciaron por la abstención y no tuvieron ningún eco en la sociedad venezolana. Ya antes Acción Democrática se había frustrado cuando tuvo la misma actitud al oponerse a la patraña electoral de 1952.
La conducta de esas dos experiencias, la de los revolucionarios sesentosos como la del otrora partido del pueblo, surgió de una premisa muy diáfana : trataban de impulsar dentro del pueblo una opinión mayoritaria que los favoreciera en desmedro de la actitud activa de ir a elegir. Independientemente del resultado del llamado a no concurrir a las urnas no tenían otra disposición en mente, es decir, los motivaba razones estrictamente coyunturales.
La trayectoria comicial venezolana se perfiló en dos sentidos. En primer lugar, el entusiasmo de los ciudadanos se vio erosionado en cada ocasión por el fracaso de la representación. Tanda demagogia, traiciones, ineficacia y desencantos tenía que tener ese desenlace. Asimismo, el aparato electoral del puntofijismo fue cada vez menos confiable y debieron recurrir a la trampa. El principio de que el “acta mata voto” se impuso dentro de la mayor bellaquería. Era toda una farsa.
La representatividad se quiso remozar con la aplicación de mecanismos de veto popular. La Ley del Sufragio y Participación Política los acogió y en su articulado apareció la figura del referéndum. Luego el constituyente la incluyó en la constitución de 1999 en todos los planos del poder, nacional, estatal y municipal.
No obstante, estos medios de consulta o revocación tampoco fueron serios porque todos sabemos la ordalía recorrida para quienes querían llevar a efecto el referéndum revocatorio contra Chávez y cuando al fin se efectuó, los factores de poder internacional se inclinaron ante el liderazgo de un hombre garante de las políticas de la globalización. La O.E.A. y el Centro Carter fueron determinantes para refrendar el triunfo del presidente en el revocatorio del 15 de agosto de 2004, ante una oposición corrompida y descalificada.
Con la entrada en vigencia de la Carta Democrática de la O.E.A., suerte de andamiaje institucional creado precisamente el 11 de septiembre de 2001, se estatuyó la antigua doctrina Tovar del sistema interamericano arrogada por Rómulo Betancourt durante su segundo gobierno. Prístinamente consistía en reconocer sólo los gobiernos electos y no los nacidos de golpe de Estado. Con este instrumento jurídico, los americanos no han hecho otra cosa que recoger en un texto normativo la política a regir sus intereses hemisféricos.
Si durante la guerra fría Washington apostaba a las dictaduras tradicionales, represivas, violadoras de los derechos humanos y con un alto componente de militarización de la sociedad, ahora con la globalización les conviene regímenes formales. Los Odría, Pinochet, Rojas Pinilla, Ríos Montt, “Papa Doc” Duvalier, Stroessner, “Chapita” Trujillo, Onganía, Somoza, Baptista y los gorilas del cono sur, quedaron para la historia porque ya no los necesitan.
Una mundialización de la economía capaz de generar pobreza, desempleo y exclusión social, no puede ser sostenida por esos militares anticomunistas. Ahora requieren formas gubernamentales nacidas de elecciones formales porque el costo en todos los planos es infinitamente menor.
De todas maneras los gringos se cuidaron en la sintaxis de la mencionada carta interamericana, de hablar de democracia sólo de origen, emanada de elecciones. Para nada expresaron el ejercicio o el desempeño del gobernante porque para ellos eso es irrelevante. Además, si se aplicara una ilegalización en razón de la praxis gubernamental, la inmensa mayoría de los presidentes de la región serían considerados al margen de tal legalidad internacional.
En el caso nuestro tenemos una estructura de poder creada por Juan Vicente Gómez. Este dictador sentó las bases del Estado contemporáneo al centralizar la gestión administrativa, unificar los tributos y sobre todo, inaugurar unas fuerzas armadas calcadas del modelo prusiano como lo enseñó el chileno Mc Gill, contratado para ello. Asimismo, acabó con cualquier montonera o atisbo de federalismo con mucha tradición en la historia venezolana.
El poder ha sido siempre el mismo y el aditamento electoral no es más que una fachada necesaria para barnizarse de legitimidad. El ánimo del funcionario estatal es de autoritarismo y no de servicio porque el orden constituido es formado de esa manera. Pueden cambiar las personas, los estilos y las circunstancias pero la esencia del hacerse obedecer es la misma.
Con el advenimiento de la globalización y la victoria de Hugo Chávez, hubo una reformulación de los procedimientos de gobierno. Ante la decadencia de la representación y de las organizaciones políticas, sindicales y religiosas, el militar de Sabaneta insiste en basarse en el estamento castrense para dirigir. No es tan sólo una ingente incorporación de los milicos a los cuadros altos y medios de los poderes públicos sino el curso de la militarización de la sociedad venezolana.
Asimismo, hay un extremo cuidado hacia los factores de poder internacional. La banca, respetada con el pago puntual de la deuda externa ; la entrega de las áreas energéticas (petróleo, gas y carbón y la industria petroquímica) a las transnacionales ; el Tratado de No doble tributación para favorecer a las empresas de los países del primer mundo ; la adecuación de la constitución al capital internacional al equipararlo al criollo ; el suministro seguro y confiable a largo plazo del crudo a Estados Unidos, definen esa orientación del chavismo.
Las elecciones no cambian en absoluto el poder en Venezuela como no lo hace en América Latina ni en ninguna parte del mundo. En especial nuestra región es una muestra de carencia institucional en el segmento electoral para ser modelo en este sentido. Para muestra podemos señalar la dictadura electoral del P.R.I. en México, el fraude a Rojas Pinilla en Colombia, a Cuauhtémoc Cárdenas en tierras aztecas, a Juan Bosch en República Dominicana, a Andrés Velásquez en Venezuela, a Domingo Laino en Paraguay y paremos de contar.
Es una consecuencia de la acumulación histórica del poder en América Latina. Desde la guerra de secesión de los imperios ibéricos nuestros pueblos han sido dirigidos por petit comités y caudillos con el poder concentrado. Como no hay institucionalidad alguna en materia electoral se refleja más que nunca este hito del devenir mestizo. Y por supuesto, Venezuela no es la excepción siendo el modelo a emular desde la ruptura con España.
Como corolario de las anteriores ideas, vemos cómo el chavismo y el antichavismo se solazan hablando de ser autores y sostenes de las elecciones y la democracia, porque para cada uno de ellos significa lo mismo. No se plantean la crisis de la representación, la necesidad de una democracia directa, de la federalización del poder, de la autogestión en múltiples rubros, porque viven del paradigma clientelar existente. Son ideas hueras requeridas para darle soporte de racionalización a un Estado autoritario y a un proyecto de gobierno fundado en la colaboración de los factores de poder.
De esta idea nace la inutilidad de la participación electoral. Acudir a las máquinas no tiene sentido alguno porque en caso de triunfar, con todas las condiciones inherentes a un compromiso de esta clase no se haría sino repetir, mutatis mutandi, la actitud de los gobernantes de siempre. Si no, basta con apreciar la decadencia moral y económico-social de los líderes de la otrora izquierda en toda la zona. Lula Da Silva, Tabaré Vásquez y Hugo Chávez son expresiones nítidas de lo que aquí asevero. Son manifestaciones de lo mismo pero con un agregado : introducen en medio de sus procederes populistas, el modelo más agraviante que la humanidad haya conocido : la globalización.
Votar o abstenerse no es un dilema porque con la actual estructura de poder no hay variantes. Acudir a un proceso electoral es contribuir con unos nuevos disfraces en la comparsa porque el carnaval es el mismo. Sólo mentes limitadas no pueden ver más allá del índice que apunta a la luna. Por esa razón estaremos dando tumbos hasta la llegada de altos niveles de conciencia de la gente que no permitirán la continuación de esta magistral farsa, en el caso venezolano apuntalada por la siempre circunstancial subida de los precios del oro negro.
Fuente: Humberto Decarli