Hay que ir más allá del “no”. Convertirlo en un “sí” ampliado, reforzado, social, integrador, democrático, equitativo, justo, participativo y solidario. El abrumador rechazo a la actual propuesta del tratado constitucional europeo por millones de ciudadan@s franceses y holandeses ha supuesto una derrota puntual de las castas políticas, económicas y mediáticas dominantes. Y con ello, la ideología dominante implícita en el proyecto facturado por Bruselas queda en entredicho. Pero el “no” que, a corto plazo, representa una afirmación de resistencia de la izquierda social frente a la amenaza de una Europa del malestar, la democracia degenerativa y la precariedad, a medio plazo no basta.
Incluso puede servir para incubar la semilla del populismo postfascista. El gran reto de cuantos quieren más Europa, más democracia de verdad y más sociedad civil auténtica consiste ahora en trabajar para positivar y organizar a todos los múltiples registros del “no” en un futuro de progreso, justicia y libertad, y cerrar así el paso a los heraldos del resentimiento social que buscan hacer de la crisis que anida en los 25 una plataforma integrista, xenófoba y ultra. Y, para ello, un ejercicio de coraje y responsabilidad exigiría converger con cuantos ciudadanos dieron un forzado “sí” como mal menor.
Afirmar, como se ha venido haciendo desde todos los púlpitos del capital que el rotundo y movilizador rechazo del Tratado por el que se establece una Constitución para Europa es un brindis a la extrema derecha, es una estupidez política y una canallada El “no” se lo han ganado a pulso las élites representativas del capital en el gobierno, los partidos y la caverna mediática cuando creían que podían estar al mismo tiempo en misa y repicando. O sea, pidiendo el voto para esa Constitución y aprobando medidas de privatización de la sanidad, ninguneando sistemas de protección social, precarizando el trabajo, saltándose a la torera el Pacto de Estabilidad y Crecimiento y, en suma, refeudalizando la sociedad en beneficio de una oligarquía y sus castas con el eterno señuelo del miedo, vestido en esta ocasión con los hábitos del terrorismo fundamentalista y la inseguridad ciudadana.
Esta es la principal razón del “no” que ahora esos mismos lobbys se niegan a aceptar, llegando a la suprema farsa de pretender ratificar el texto constitucional mediante el paseo militar del voto-claque de sus propios parlamentos, convertidos más que nunca en voz de su amo del capital y enemigos del pueblo. Y en su esperpéntica fuga hacia delante no parece importarles que la democracia que de esta forma pisotean sirva en el futuro para alfombrar la llegada electoral de fascismos de nuevo cuño, tipo Le Pen o Fortuyn. Hay muchas formas de incentivar los intereses de la extrema derecha. Una es vulnerar desde el Poder el Estado de Derecho para proteger la cuenta de resultados y la tasa de ganancia de las élites, asumiendo con los neocons que un “exceso de democracia” puede ser perjudicial para la gobernabilidad. La otra es aplicar el programa de la extrema derecha para captar votos en el caladero de los descontentos, como hicieron en Francia en las pasadas presidenciales conservadores y socialistas juntos a fin de frenar la crecida electoral del Frente Nacional.
Ese es el camino que conduce altaneramente al desastre. El mismo que en otra coyuntura histórica, caracterizada por las consecuencias de la crisis económica del 29 y la consiguiente falta de perspectivas ante el futuro, llevó democráticamente al poder al nazismo tras “asesinar” a la república de Weimar. Algo que lejos de alejarse se enquista. Difícilmente podrán entender esos millones de europeos que han visto erigirse ante ellos y sus familias ese “ogro filantrópico” de la Constitución de los 25 que ahora sea la Inglaterra de Blair, el lugarteniente de Bush en la guerra criminal de Irak, quien lleve la voz cantante al corresponderla a partir de julio dirigir los destinos de la Unión Europea. Una Inglaterra que no ha suscrito aún Schengen, ni aceptado el euro, que goza de la excepción del llamado “cheque británico” (un fondo estructural a la carta) y que ya ha anunciado la postergación sine die de su previsto referéndum. El fontanero polaco existe, pero está en todos los Blair que en Europa son y en sus prósperos negocios.
Pero igualmente sería una inmensa torpeza que la izquierda real, los sindicatos comprometidos, los movimientos sociales y cuantos desde hace años vienen luchando en la calle, el tajo, el aula, la fábrica o el mercado por un mundo mejor olviden que la tentación totalitaria existe. Hay que gestionar el “no”, organizarlo, positivarlo y dinamizarlo para evitar que esa fortuna política nacida de la contestación, el rechazo del esquelético statu quo, la solidaridad y la resistencia se dilapide y quede en el arcén a expensas de desaprensivos. Otro mundo, otra Europa mejor, donde la sociedad civil sea protagonista, es posible, pero no llegará sola. Hay que fecundarla con acciones, con movilizaciones, creando masa crítica, integrando, sumando voluntades, brazos, cuerpos, afectos y almas. Creando una cultura de la solidaridad y el apoyo mutuo mediante el ejercicio responsable y radical de la libertad. Abriendo la esfera pública a la acción directa de las personas sin distinción de edad, clases, sexo, religión o raza.
De lo contrario, la historia nos enseña que la política tiene horror al vacío y que en su territorio los huecos no permanecen mucho tiempo baldíos. Suelen ser ocupados por iluminados, déspotas y demagogos sin escrúpulos. El efecto mal administrado del fontanero polaco, del albañil rumano, del jornalero magrebí, puede ser un misil sin dirección. Cuando un parado de larga duración, un joven sin primer empleo, un campesino abrumado por las consecuencias de la PAC, un “deslocalizado” de la industria o una atribulada madre de familia se topan en las escuelas públicas donde van sus hijos, o en las atestadas urgencias de los hospitales, con un alud de inmigrantes que trabajan por salarios humillantes y a veces copan servicios que en su país de origen no existen, puede ocurrir dos cosas. Crearse una corriente de humana empatía si los poderes públicos han previsto la contingencia con abundancia de recursos y servicios de calidad para todos. Pero también, dado que la ideología político-mediàtica dominante fomenta la descarnada competencia y el cainismo, que un mal digerido egoismo o la ignorancia prendan la mecha del resentimiento, el odio y la xenofobia. Sin tener en cuenta que con el trabajo de millones de fontaneros polacos se está pagando hoy las prestaciones de nuestros jubilados, pensionistas y ancianos.
Los autócratas de Bruselas, que llevan tantos años gobernándonos como tiempo hace que los Estados-nación integrantes cedieron competencias., deberían al menos reconocer que su elitista construcción de Europa ha hecho añicos tantos dogmas como el “no” francés y holandés a la vez. Si Jellinek consideraba que un Estado se compone de un pueblo, un territorio y un poder investido de soberanía, la Constitución europea no configura ningún Estado. Si el artículo 16 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano afirmaba que “toda sociedad en la que no esté asegurada la garantía de los derechos ni establecida la separación de poderes carece de constitución”, el Tratado por el que establece una Constitución para Europa no lo es. El proyectado Estado Europa y su Constitución son meros espejismos acuñados por la realidad preconstituyente de la casta dirigente. Por el contrario, la movilización ciudadana frente a esos mitos burocráticos ha puesto de actualidad otros valores que los poderes establecidos habían dado ya por liquidados. A su modo, los referendos del “no” constatan que los pueblos existen y la autodeterminación también. Es más, podría decirse que su rotundo escrutinio supone un acto de secesión preventiva frente a una integración salvaje.
El imperativo categórico de nuestro tiempo es democracia, libertad y justicia universal. Y que nuestras acciones anticipen para todos el mundo que deseamos para nosotros mismos.
Fuente: Rafael Cid